Si algo podía dotar de repentina relevancia a la renacida Copa MX, era precisamente una noche así: un Clásico Joven en semifinales del torneo que seis meses atrás poco interesaba a los cuadros de primera división.

 

Cuando la Copa MX resurgió en el verano del 2012, la apatía de los grandes no fue disimulada: directores técnicos que ni siquiera se dignaron asistir a algún partido, cuadros alternos que evidenciaban las prioridades y apenas cuatro equipos del máximo circuito llegando a cuartos de final, todos ellos fuera de semifinales.

 

Pero tan pronto todo ha cambiado. Muchas instituciones comprendieron que un título no es algo que deba desdeñarse y esta vez las plazas semifinalistas han sido copadas por escuadras de primera, incluidas estas dos que hoy se enfrentan: América y Cruz Azul.

 

Es curioso que en un período muy corto (un escaso semestre) la Copa MX haya vivido un proceso parecido al que en España tomó demasiados años con la Copa del Rey. Al ver los duelazos entre Madrid y Barcelona por la final en el 2011, en cuartos de final del 2012 o en la semifinal de este 2013, es evidente el nivel de importancia que esta competición ha tomado, pero indispensable aclarar ciertas tesituras: primero, que los grandes no alinean a sus figuras desde que el torneo empieza, sino que van dosificando esfuerzos; segundo, sigue siendo el título menos importante de todos los que se pelean en el año.

 

Establecido lo anterior, basta con mirar el palmarés de la Copa del Rey para notar cuánto cambió la entrega de los dos grandes a esta causa, pues el Madrid dejó de ganarlo por 19 años y el Barcelona por once.

 

No obstante, ¿por qué he dicho que la noche de este miércoles puede ser todo un punto de inflexión para la Copa MX? Porque es una de esas ocasiones idóneas para dotarla de pasión para que en ediciones venideras se le presten mayores reflectores. Porque el América pretende confirmar su gran actuación en la liga (ahí recién derrotó a Chivas en su otro clásico) y Cruz Azul está urgido de reencausar una campaña por demás mediocre.

 

Son estas jornadas de eliminatoria a partido único las que hacen arder a las gradas. Es esa certeza de que no existe mañana la que da tintes épicos a las batallas futbolísticas. Es esa rivalidad contenida en el marasmo del torneo de liga en el que el común de los puntos son prescindibles, la que ha de brotar cuando América y Cruz Azul se midan por un sitio en la final. Exactamente el tipo de coyuntura que un guionista de Hollywood habría establecido. El punto de inflexión añorado ha llegado: que Águilas y Cementeros estén a la altura.

 

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