Basta con caminar unos 40 minutos en paralelo al río Tíber para trasladarse de la Basílica de San Pedro, en el Vaticano, al Estadio Olímpico de Roma. Algo más de 3.5 kilómetros separan a estas religiones de tan distinto género: por un lado, la Santa Sede; por el otro, el punto neurálgico de la pasión futbolera dividida entre los clubes AS Roma y SS Lazio; al sur los cantos gregorianos, al norte los cantos que van de la devoción a Francesco Totti a insultos del más variado género.

 

Con tal cercanía es inevitable un alto nivel de interacción, aunque no hace falta recorrer esa pequeña distancia para escuchar de futbol, con el futbol apasionarse y al futbol jugar, algo posible en el mismísimo Vaticano.

 

700 años atrás, el papa Juan XXII, célebre por haber beatificado a santo Tomás de Aquino,  se dio tiempo para dirimir una controversia futbolera: “A William de Spalding de la orden de Sempringham… Durante un juego de pelota y mientras él pateaba la pelota, uno de sus amigos, también llamado William, corrió en su contra y se lesionó con un cuchillo que cargaba, de forma tan severa que murió al cabo de seis días. La dispensación está concedida, ya que no hay culpa de William de Spalding quien, sintiendo profundamente la muerte de su amigo y temiendo lo que pudieran decir de él sus enemigos, ha aplicado al Papa”.

 

Según diversos testimonios, al menos dos sumos pontífices llegaron a jugar futbol (o algo parecido, consistente en patear esferas) en plenos jardines del Vaticano. Clemente VII hacia los 1520 y Urbano VIII cien años después. Que se supiera, Juan Pablo II nunca echó algún partidito en Roma, mas antes había sido portero en Polonia. Según su biógrafo Lord Longford, sabía salir jugando y era “de poderoso cuerpo”, pero terminó tomando la posición más ingrata de este deporte al no existir otro joven que para ello se ofreciera. Hay testimonios de que Karol Wojtyla llegó a aportar sus atajadas nada menos que al equipo de una sinagoga judía de la localidad de Wadowice.

 

Décadas después, se convirtió en asunto común que Juan Pablo II recibiera en audiencia a figuras futboleras, pero hacia los últimos años de su pontificado no logró reconocer al brasileño Ronaldo. “Santidad, le he traído estas dos camisetas… Una es del Inter, que es mi equipo… La otra es de la selección brasileña”, dijo el delantero, a lo que el Papa respondió con semblante confundido: “¿Entonces eres brasileño?”. Instantes más tarde, Su Santidad seguía buscando pistas y preguntó, “¿qué haces en Italia? ¿Juegas futbol?”.

 

Cuando Joseph Ratzinger se convirtió en Benedicto XVI, el Bayern Múnich intentó encarecidamente encontrar algún vínculo con la juventud del nuevo Papa, aunque fue en vano. Si algún deporte practicó el religioso bávaro, fue remo y nunca futbol. En cierta visita que le hizo el club italiano Ancona, Benedicto XVI declaró: “El deporte del futbol puede ser un vehículo de educación para valores de honestidad, solidaridad y fraternidad, especialmente para la nueva generación. El futbol debe convertirse cada vez más en herramienta para enseñar valores éticos y espirituales”.

 

De hecho, desde 1972 existe una selección nacional del Vaticano, aunque no afiliada a la FIFA. En el 2000, Juan Pablo II dio forma al departamento de deportes del Vaticano, con la intención de “revigorizar la tradición deportiva de la comunidad cristiana”. El equipo del Vaticano está sobre todo conformado por la guardia suiza, pero también por jóvenes clérigos y empleados italianos del museo. En cierto punto, se tomó en serio un comentario del cardenal Tarcisio Bertone, secretario de Estado del Vaticano, sugiriendo que le gustaría tener un equipo profesional; días después, este religioso que llegara a comentar partidos en televisión, desmintió esa posibilidad y aseguró que sólo se continuará por vía amateur.

 

No obstante, apenas un par de años atrás, Edio Constantini, titular de la Fundación Juan Pablo II escandalizó al pedir se suspendiera provisionalmente el futbol italiano: “El Calcio está en declive desde hace varios años, con modelos de negocios inapropiados, estadios anticuados y mentalidades cerradas. Está fundado en una burbuja económica, política, moral, es una prisión en la cual están encerrados sus principales actores. El principal problema es que no han sabido aislarse de los ilícitos. Es necesario limpiar el sistema futbolístico”.

 

Ahora, ha llegado el que es probablemente el Papa más futbolero de la historia. El vínculo de Jorge Mario Bergoglio con el club argentino San Lorenzo ya ha sido ampliamente reportado desde su nombramiento el miércoles. Su foto sosteniendo un uniforme y un banderín, su credencial de socio con el número 88235, su imagen oficiando la misa por los 100 años de historia de esta institución bonaerense y sus recuerdos al haber asistido al estadio Gasómetro durante la histórica temporada de coronación en 1946.

 

Curiosamente, el San Lorenzo de Almagro lleva tal denominación al haber sido fundado por el padre Lorenzo Massa. En un principio le disgustó que se usara su nombre, pero los jóvenes aprendices lo convencieron al querer honrar en la cancha al mártir San Lorenzo. Por ello también se apoda a esta oncena, los cuervos o los santos.

 

Las alusiones al futbol, tanto twitteras como populares, no han frenado desde que se dio a conocer la nacionalidad del nuevo Papa. Si acaso la más curiosa es la que dice que ya son argentinos D10s (como se refieren a Maradona, con el 10 adentro de la palabra Dios), el MESSIas (apodo común de Lionel Messi) y ahora el Santo Padre.

 

 

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