Como si fuera a decapitarse públicamente a un rey caído en desgracia, se asistía con morbo a la eliminación blaugrana. ¿El principio del fin? ¿La inevitable e impostergable conclusión de una era? ¿Un cambio en el orden futbolero?

 

Mucho se habló durante un par de semanas sobre la debacle barcelonista, de su bajón en nivel de juego, de su falta de liderazgo al no disponer de su director técnico, de su bache psicológico, de su cansancio crónico, de su ausencia de hambre al ya haber ganado tanto. Dos derrotas con el Real Madrid (una de ellas, con la consecuente eliminación de la Copa del Rey) y la desventaja de dos tantos a manos del Milán, hacían a muchos pensar que el Barça se asomaba al precipicio en la Champions League.

 

Si la capacidad para defenderse de los italianos, si el catenaccio milanista que todo bloqueó en la ida, si el veloz contragolpe que resultaría mortal, si Lionel Messi estaba huérfano de inspiración. No habían pasado cuatro minutos cuando las cuatro hipótesis ya habían sido refutadas: a) estos italianos no se defendían de acuerdo al estereotipo de su patria futbolera, b) el catennacio de la ida no tuvo eficaz aplicación en la vuelta, c) cuando un contragolpe pudo ser mortal, el poste lo evitó, y d) Messi llegó al estadio en estado superlativo.

 

Un día antes, el defensa Gerard Piqué se había mostrado molesto por desconfianza: “quien no tenga fe, que mejor ceda su boleto”, clamó con ceño fruncido en la conferencia de prensa previa.

 

¿Falta de fe hacia el plantel que más ha ganado en la historia? ¿Desesperanza con muchachos como Andrés Iniesta o Xavi Hernández, que coleccionan dos Eurocopas, un Mundial, tres Ligas de Campeones, dos Mundiales de Clubes? ¿Descrédito ante el único futbolista que ha conquistado cuatro Balones de Oro y pulverizado registros goleadores, como lo es Lionel Messi?

 

La lección es muy clara: este Barcelona necesita timón, sí; este Barcelona, por poderoso que sea tiene altas y bajas, también; este Barcelona, que ha aplanado a diestra y siniestra tarde o temprano hallará límite, sin duda… Pero este Barcelona merece mayor credibilidad; pero este Barcelona no ha muerto y, cuando lo haga, lo hará matando.

 

Cierran dos semanas de dudas, cuyo daño colateral es la Copa del Rey a la que el Barça ya no aspira, pero de ahí a que el Milán haya consumado la decapitación pública de un rey, hay larguísimo trecho.

 

Vendrá el sorteo de los cuartos de final y en él nadie querrá encontrarse con estos blaugranas hasta ayer considerados en crisis.

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