Esta relación parecía llevar implícito el masoquismo: la afición Tigre que siempre estaba ahí  -leal, apasionada, incondicional-  y el equipo que no lograba ponerse a la altura de tan devotos seguidores.

 

El Estadio Universitario padeció bastantes veces, con idéntico frenesí, esa dolorosa experiencia: el sábado entregado al ritual pre-partido, ensordecedores cánticos para abrir, los gritos que acompañaban en decibeles a los jugadores mientras avanzaban en el campo, y poco a poco notar que de la cancha otra vez no llegaría la alegría. Peores resultaban actuaciones y resultados, y más firme lucía el apoyo; pocos saben de qué color son las butacas del Uni (apodado por razones obvias, El Volcán) porque siempre, en buenas, malas y peores, han aparecido en televisión retacadas de personas

 

En muchas relaciones deportivas de este tipo, suele suceder que en cuanto llega cierta dosis de éxito, los aficionados se alejan o disminuyen su entrega. Quizá dejan de sentirse necesarios, tal vez les cuesta encontrar su rol en una dinámica que ha cambiado con el club que ya no hace sufrir, acaso el masoquismo era parte del vínculo.

 

Con Tigres, líder invicto del torneo, ha sucedido lo opuesto. ¿Cómo superar el llenar y hacer delirar tu estadio a cada partido? Llenando también los estadios rivales en los que juega de visita tu club.

 

Lo de este sábado ha roto todo tipo de precedentes para nuestro futbol. Entre 22 mil y 26 mil aficionados Tigres recorrieron los cientos de kilómetros que separan a Monterrey de San Luis para apoyar en feudo ajeno a sus once en un partido que no tenía nada de especial. Fue maravilloso, por principio de cuentas, por el comportamiento casi impecable de los miles de peregrinos futboleros que pintaron de amarillo San Luis. Y fue maravilloso para la economía potosina, con servicios turísticos desbordados. Y fue maravilloso, sobre todo, para los miles de fanáticos tigres que además volvieron a casa con la victoria.

 

En épocas en las que es fácil perder confianza en lo que puede resultar de una masa uniformada que canta incondicional por un club deportivo; en épocas en las que los violentos de las tribunas eclipsan a los miles que no lo son; en épocas en las que muchas familias evitan asistir a un sitio festivo que puede tornar fácilmente en territorio de batalla; en estas épocas, lo de Tigres es un bálsamo, una lección, una terapia que devuelve la fe.

 

Terapia tan exitosa como aquélla implementada para sanar una relación basada en masoquismo. Los malos tratos del plantel hacia su afición parecen haber terminado; la retribución incesante de la afición hacia el plantel sigue en aumento.

 

¿Qué sigue después de lo de San Luis? Es de esperarse que muchas más “invasiones” de estadios ajenos para gritar ahí por sus Tigres, ojalá que siempre con esta dosis de paz.

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