Se ha dicho mucho, desde el arranque del gobierno de Enrique Peña Nieto, sobre las buenas expectativas económicas que se ciernen para México.

 

En este tiempo, diversos artículos publicados en la prensa extranjera -desde la revista británica The Economist, hasta el influyente diario estadunidense The New York Times– no han dudado en calificar a la economía mexicana como la nueva estrella emergente de América Latina, superando a Brasil e, incluso, colocándola a la par de China en su irrupción comercial en el mercado de América del Norte.

 

Quizá son excesos prematuros al calor de la crisis económica que no ceja en las economías desarrolladas, a las que urge nuevos motores que las impulsen; o, quizá, es el fruto de una inteligente y eficaz campaña de convencimiento, desarrollada por Peña Nieto y su equipo, para vender las capacidades del nuevo PRI para transformar a la economía mexicana.

 

Uno o ambos factores, lo cierto es que las expectativas que se han generado sobre la marcha futura de la macroeconomía mexicana a partir de los prometidos cambios legales en el sector energético, en la hacienda pública, en las telecomunicaciones, en el aliento a la competencia y en la seguridad social, sí que han modificado la percepción de un buen puñado de inversionistas y, como puede verse en las páginas de prensa, de analistas en el extranjero.

 

Sin embargo, estas mismas percepciones esperanzadoras que ha prometido el nuevo gobierno, aún no parecen haber calado hondo en los mexicanos. Por lo menos no en la percepción y decisión de los consumidores, como lo refleja la encuesta de confianza del consumidor de febrero que ayer publicaron Banco de México e INEGI.

 

Esta es una encuesta que se realiza los primeros 20 días del mes en dos mil 336 viviendas urbanas de todo el país y que se aplica a personas de 18 años o más.

 

Los resultados a febrero son reveladores de la desconfianza que prevalece entre los consumidores, principalmente, sobre la situación económica del país. El índice que mide la situación económica nacional hoy en relación a hace 12 meses cayó 2.23%, respecto de enero pasado; y el índice que mide la situación económica que tendrá el país dentro de 12 meses respecto de hoy, cayó 3%. De hecho, en febrero la percepción de desconfianza sobre la evolución de la economía creció más que la percepción de desconfianza sobre la situación económica personal.

 

La pregunta es ¿por qué los consumidores, después de un incremento en la confianza en el futuro económico del país durante diciembre y enero, en febrero percibieron negativamente la evolución de la economía?

 

Creo que la respuesta tiene un doble componente para el consumidor. El primero tiene que ver con expectativas desgastadas (impaciencia) que no se han traducido todavía en mejores condiciones de empleo y salario, como era de esperarse. El segundo componente está relacionado con la economía real. Efectivamente, el año comenzó lento en la economía, con un inesperado repunte en la tasa de desempleo y con un menor dinamismo exportador durante enero, que confirmó -transitoriamente- el componente de expectativas.

 

Quisiera pensar que el mal dato de la confianza del consumidor a febrero es temporal, pero eso dependerá de la evolución del consumo y del empleo a marzo. Aunque me temo que la racha negativa podría extenderse un poco más de tiempo.

 

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