Hace unos meses fui testigo de una discusión muy para nerds: el fin de las consolas de videojuegos. Un grupo de geeks analizaba el futuro de la industria dominada por Xbox de Microsoft, una caja que ya no quiere realmente ser tratada como un reproductor de discos cargados de aventuras, de fantasías, sino como un centro de entretenimiento en casa capaz de reproducir cualquier contenido: música, películas, videos de la red, radio y lo que se te ocurra.

 

Al final, los que discutían no llegaron a ninguna conclusión, lejos de señalar que Microsoft negocia con las principales empresas de telecomunicaciones alianzas para distribuir contenidos en sus redes en todo el planeta. Una alianza que, advertían, los reguladores de los países en donde está presente no han visto todavía como una amenaza a los intereses tradicionales establecidos. Pero adelantan que un conflicto se gesta.

 

De eso se trata más o menos el mundo sin consolas: una línea llega de internet a tu televisor y por medio de una suscripción, ya sea al servicio de Microsoft, que podría llamarse Xbox o como sea que planeen, descargas los contenidos que deseas en tiempo real. Y la publicidad se adapta al cliente, personalizada. Lo que subsidiaría un poco ese ancho de banda que necesitas.

 

Es decir, es como Netflix en el caso de las películas. Pero de videojuegos. En realidad, analizan si la renta de videojuegos o la descarga de capítulos por separado, pagando cuotas por cada bloque, es más rentable que la creación de discos que se meten a una caja y sirven de puerta a un mundo virtual que probablemente ya puede hacerse realidad sin necesidad de tanto hardware de por medio.

 

Sería algo así como el servicio Xbox en la televisión, o el servicio Nintendo o el PlayStation, que implicaría tener esos tres canales por lo menos, que te ofrecerían horas y horas de videojuegos listos para jugarse en línea, abiertamente compitiendo contra el mundo, o simplemente como parte de tu entretenimiento privado para cuando regresas de trabajar.

 

Tal y como ves una película hoy en día en algún servicio de streaming, así ven los videojuegos.

 

Eso me viene a la mente porque esta semana que pasó Sony anunció que tiene lista su nueva PlayStation 4, un desarrollo que ofrecerá grandes experiencias sociales en la red. La firma japonesa, después de citar a los periodistas en Nueva York, y explicarles durante más de dos horas el concepto de lo que viene, sólo enseñaron el control remoto que acompañará a sus juegos.

 

La consola físicamente no apareció en el escenario.

 

Nadie conoce cómo será el PlayStation 4, por eso pienso que tal vez se están adelantando a la tendencia que se discute en el planeta de los geeks y tienen listo un canal que permitirá a los gamers conectarse, onda pago por evento, a los juegos que la empresa vaya liberando bajo su marca.

 

Esto es, ¿por qué no pensar que Sony está tratando de decir que la consola ya no es el punto central del concepto videojuegos?

 

Algo que los expertos de la industria discutían hace unos meses, como futuro inequívoco de una industria que cada vez crece más y se convierte en parte esencial de la vida de los que habitamos este planeta.

 

Es para mucho un placer más justificado que ver una película en el cine o comprar un libro, pues esas aventuras en las que nos sumergimos durante horas, días y años, nos hacen pensar en nuevos mundos e interactuar en ellos, más que ser espectadores.

 

Yo no tengo consola PlayStation, tengo Xbox y Wii, simplemente porque ninguno de los juegos de la empresa japonesa me ha atrapado tanto como las historias de las otras dos compañías. Esa barrera para consumir sus juegos tal vez desaparezca si la única necesidad para pagar por su tecnología se limita a una conexión de internet, una pantalla lista para navegar y un control que se adapta a esos mundos.

 

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