Sus palabras mismas han resumido su etapa en el Real Madrid, al que llegó como uno de los mejores futbolistas del mundo y en el que está hoy considerado uno de los peores fichajes de la historia: “Dijeron que volvía, que no volvía… Ya resucité muchísimas veces”.

Declaración que evidencia su fastidio por las etiquetas que periodistas y aficionados solemos colocar: éste ya regreso, aquel ya se perdió, a éste se le espera de vuelta, de aquel ya no se espera más que se vaya y con su venta deje algo de dinero.

Si algo es imposible negar del brasileño Kaká, son su comportamiento y disciplina. Si la racha negativa se ha prolongado, si costó a los merengues 85 millones de dólares, si por años apenas ha insinuado el futbol que tiene (o tuvo) en los zapatos, si no ha estado a la altura, son tema de otro debate. La realidad es que pocas estrellas de esa dimensión (no olvidemos que 5 años atrás nadie discutía su condición de número 1 mundial) aceptarían el banquillo con tan respetuosa resignación: ni declaraciones incendiarias, ni pleito con el entrenador, ni actitud de huelga para ser transferido al mejor postor. Al respecto muchos dirán, y quizá con no poca razón, que ahí puede estar el origen del problema, que admitió tan campante su rol de héroe caído, que su docilidad restó combustible al afán de triunfar, que colocó esa cara de melancolía y decidió vivir viendo hacia lo que fue, hacia atrás, hacia gestas remotas en una versión futbolera de la brasileñísima saudade (como denominan allá a la nostalgia).

 

A menudo, y no sólo en el futbol, creemos lo que queremos creer y tal vez por ello una y otra vez hemos estado convencidos de que el gran Kaká del Milán está re-emergiendo en el Madrid. Ese caballero que juega con espalda erguida, mirada noble y toque fino. Ese todo-terreno que va y viene con la pelota, la cual logra filtrar a inverosímiles sitios. Ese crack que, todavía hoy, es esperado con devoción religiosa en Brasil para cargar con una selección más presionada y huérfana de capacidad que nunca.

 

Cuando Kaká era aclamado como mayor dios del balón, acumulaba declaraciones ejemplares: “no se puede ser buen futbolista sin ser buena persona”, “no hay que creerse el más grande, hay que trabajar” y, quizá la mejor, “no vale todo por ganar: el futbol no es una guerra”.

 

El niño prodigio que sobrevivió a un grave accidente de trampolín, el adolescente que planteaba convertirse en guía espiritual a su retiro, el muchacho al que nunca se vio bebiendo o desvelándose, se ha hecho mayor y ve pasar otro tren para regresar a añejas glorias.

 

El Madrid entra en sus semanas más importantes de la temporada y lo ve con atención y súplica: ¿se subirá Kaká a ese tren? ¿En qué quedará este enésimo proyecto ilusionante?

 

@albertolati

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