La victoria futbolística llegó en el momento exacto: a cuatro días de las elecciones.

 

Silvio Berlusconi intenta ocupar la silla de primer ministro italiano por cuarta ocasión y su principal arma política, el club AC Milán, no lo ha defraudado. Triunfó sobre el Barcelona en la ida de los octavos de final por 2-0, ilustrando el mensaje que ha insistido en mítines y entrevistas: es posible vencer adversidades por difíciles que luzcan; es posible imponerse a un rival que se consideraba superior, con la guía de un verdadero líder; si fue posible derrotar a semejante trabuco, también lo es salir de una severa depresión económica y crisis de empleos… siempre y cuando se vuelva a votar por él.

 

Desde que Berlusconi se interesó en la política, un par de décadas atrás, fue sencillo para los analistas establecer una relación directa entre el éxito de su equipo y su popularidad ante el electorado.

 

El nombre de su primer partido político, no se molestaba en disimular intenciones: Forza Italia!, tal como el grito de batalla de los tifossi cuando jugaba la selección nacional, y es que el apodado Il Cavaliere, llegaba precedido de grandes glorias deportivas.

 

Personaje que empezó vendiendo aspiradoras y cantando en cruceros, en el 2012 fue catalogado el número 169 en la lista de millonarios de la revista Forbes. Antes de invertir en el Milán a mediados de los ochenta, ya era un magnate reconocido y admirado, aunque por entonces nadie hubiera sospechado que tuviera carrera política. Fue el comprar al club rossonero, descendido dos veces en tres años y al borde de la bancarrota, que empezó a ser contemplado como hombre-milagro.

 

En escasos 18 meses de gestión, su Milán ya enamoraba y corría al título de liga. Arrigo Sacchi era el genio que dirigía a Marco van Basten, Ruud Gullit, Franco Baresi, Frank Rijkaard, Carlo Ancelotti, Paolo Maldini, en uno de los equipos más venerados de la historia (a la fecha, se le apoda en Italia, tierra que ama los sobrenombres épicos, Gli Immortali, los inmortales).

 

¿Qué hubiera pasado si la revolución Sacchi no resulta tan exitosa? ¿O si los tres holandeses no cumplen a semejante nivel? ¿O si logra comprar al Inter, como inútilmente intentó antes de buscar al Milán? Probablemente lo mismo que si hubiera tenido un poco más de éxito cantando en barcos o siendo bajista de una banda juvenil… Otro camino completamente diferente para Italia.

 

Sacchi se fue a la selección italiana y Berlusconi construyó con Fabio Capello su segundo gran Milán, el cual no perdió en 58 cotejos consecutivos (de ahí el apodo de esta nueva dinastía, Gli Invincibili, los invencibles).

 

El escenario estaba puesto. Berlusconi pasó a la política y buena parte de sus discursos vinculaban el rápido trayecto milanista de segunda división a la cima mundial, con lo que deparaba al país si depositaba en él la confianza. Su misma historia personal daba para ilusionarse y pensar que Italia podía dar un inmenso salto.

 

Desde entonces, cada que se han acercado elecciones, Berlusconi ha buscado fortalecer a su escuadra. En 1995 lo hizo fichando a dos de los mayores cracks como lo eran George Weah y Roberto Baggio, en el 2001 lo efectuó con el goleador Pippo Inzaghi y el talentoso volante Rui Costa, y ahora lo ha intentado con Mario Balotelli.

 

Medios italianos como el rotativo Il Fato Quotidiano han calculado que la llegada del polémico Mario podría traducirse en 400 mil votos. De hecho, uno de sus rivales para la elección, Pier Luigi Bersani, tuiteaba: “Cada quien es libre de hacer campaña como quiera. Hoy estuve con la gente de Padua y Mestre. Berlusconi estuvo comprando a Balotelli”.

 

¿Por qué tanta importancia? Porque Mario además de carismático, loco, mediático y gran futbolista, es descendiente de inmigrantes ghaneses, lo que abre al derechista Cavaliere a otro segmento de los votantes.

 

Un par de años atrás trascendió que la red de clubes de fans del Milán pidió a sus seguidores votar por Berlusconi, quien, por cierto, es la persona que más tiempo ha ocupado la máxima posición del gobierno italiano desde Benito Mussolini.

 

Alguna vez aseveró con voz susceptible que es el hombre más perseguido del mundo. Y es que se le ha acusado de los más variados cargos: corrupción, falso testimonio, vínculos con la mafia, soborno, conflictos de intereses, hacer esperar a los mandatarios del mundo para una foto por estar hablando por teléfono, referirse a un político alemán como “capo nazi”, y hasta pagar por tener relaciones sexuales con una menor de edad, a la que intentó liberar diciendo que era sobrina del entonces presidente egipcio Hosni Mubarak.

 

En el 2011, cuando dejó el gobierno, aseguró que no volvería al cargo. Que ya era suficiente… Ahora, con el Milán lejos de la cima en la liga italiana, la Champions League le ha concedido un golpe tan oportuno como idóneo a menos de una semana de las elecciones: victoria contra el club más laureado de todos los tiempos.

 

Berlusconi ha sido exitoso en ramos tan variados como televisión, editoriales, prensa escrita, seguros, bienes raíces, grupos financieros, pero sabe bien que el AC Milán enrachado es la metáfora perfecta para convencer otra vez a Italia de que es él es el primer ministro indicado.

 

¿Goles son votos? Lo han sido. Por verse si suficientes como para que tan controvertido y deslegitimado político vuelva a conquistar las urnas. Y todo eso, a exactos 27 años de que comprara al cuadro milanés.

 

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