Si un país produce un bien a un costo mayor que en otro, estará incentivado a adquirirlo de este último país, por lo que éste tendrá una ventaja comparativa frente al primero. Es lo que explicaban sencillamente los economistas clásicos David Ricardo y Adam Smith a finales del siglo XVIII e inicios del XIX, en lo que se conoce como la teoría de las ventajas comparativas, que se aplicó al comercio internacional.

 

Es allí en donde descansa el enfoque moderno del costo de oportunidad: esa elección que hacemos sobre un bien, un servicio, o una inversión, por sus ventajas relativas frente a otro.

 

Para los banqueros, México ha representado en la última década y media un costo de oportunidad apetecible en el mundo de los capitales por ofrecer un mercado rentable con un riesgo medianamente controlado. Así lo han atestiguado los balances de los principales bancos con capitales extranjeros y nacionales que operan en el país.

 

No es sorprendente que ante las agudas crisis financieras que enfrentan los grandes bancos europeos o estadunidenses, sean las ganancias de sus filiales asentadas en México las que apuntalen sus balances y capital. La misma historia se repite con los bancos de capitales mexicanos.

 

Esa ventaja comparativa de lo que ofrece el mercado mexicano frente a otros en el mundo -de la que hablaba David Ricardo hace más de dos siglos- sigue abriendo el apetito de decenas de banqueros globales y locales.

 

La banca sigue siendo un sector con poca profundidad en la economía mexicana. Una población más bien distante de los productos bancarios. Una clase media con expectativas de crecimiento que requerirán de créditos y modalidades de ahorro competitivas. Nichos de mercado poco explotados especialmente entre las pequeñas y medianas empresas. Una banca de inversión prácticamente inexistente. Grandes empresas que buscan capitales bancarios en otras latitudes. En fin. Todas esas son oportunidades para el negocio bancario que México sigue ofreciendo a pesar de que una rentabilidad altamente competitiva que ya ofrece el negocio en México.

 

Por ello no llama la atención los recientes anuncios de nuevas inversiones por parte de los grandes bancos asentados en México. HSBC anunció una inversión por 500 millones de dólares para este año. Banorte dio a conocer créditos hipotecarios por 30 mil millones de pesos, a la vez que adquirió la Afore Bancomer en mil 735 millones de dólares. BBVA Bancomer anunciará en breve millonarias inversiones para ampliar y modernizar su red, levanta dos torres de oficinas y presume cuatro mil millones de dólares de inversiones para los próximos tres años en México. Planes similares tienen bancos con fuerte presencia en gran parte del país como Banamex o Banco Azteca y un sinnúmero de nuevos bancos se añaden cada año a la oferta de productos bancarios, especialmente en mercados de nicho.

 

El negocio bancario sigue atrayendo capitales hacia México por la simple razón de que es atractivo: ofrece oportunidades con una rentabilidad altamente competitiva en el entorno global con riesgos manejables. No por nada el PIB de servicios financieros crece a un ritmo mayor que la economía.

 

La banca se mueve, se moverá más en este año y veremos crecer su influencia a través del crédito en la economía. No es cuestión de política pública, sino -como decían Smith y Ricardo- de mercado.