¿Por qué razón no iba a ser Cristiano Ronaldo algo más que un héroe para la afición del Real Madrid? ¿Por usar demasiado gel? ¿Por atreverse a decir que le insultan por “rico, guapo y buen jugador”? ¿Por tener por novia a una cotizadísima top-model rusa y haber sido visto alguna vez en una discoteca con Paris Hilton? ¿Por ser dirigido y compatriota de un exitoso entrenador cuya arrogancia suele rallar en grosería y delirio de persecución? ¿Por vivir obsesionado con vestir a la máxima moda antes que nadie? ¿Por coincidir en tiempo y liga con un astro como Messi que juega rodeado por una constelación sin precedentes, como el actual Barcelona?

 

Quien lo dude, está peleado con los fundamentos más esenciales del futbol. Caiga bien o mal, agrade poco o mucho, sea carismático o pesado, este portugués es un genio del balón y discutirlo es discutir a este deporte.

 

Completo como pocos en la historia. Goleador a proporciones épicas. Decisivo como contadísimos casos. Y narcisista, vanidoso, como todo artillero ha de serlo, con esa cuota de egoísmo imprescindible para encontrar una vez sí y otras también, la portería rival.

 

En este planeta que se entretiene, autocomplace y terapea comparando, su estigma es que le coreen a Messi hasta en su tierra Portugal. Si él hace 3 goles, que porque el argentino hizo cuatro. Si él carga a un Madrid cuyo vestuario luce al borde del motín, que si el rosarino juega cual hermano de Xavis e Iniestas. Si él festeja poco efusivamente los tantos de sus compañeros, que si el barcelonista proyecta solidaridad… ¿Y por eso negar las dimensiones de este portento? Tan injusto como insensato.

 

Quizá exista un paraíso en el que nada es relativo. Ahí, no es necesario comparar para valorar. Ahí, nadie requiere decir mejor o peor, sino bueno y malo. Ahí, se acepta sin indigestiones que es un privilegio poder ver simultáneamente al diminuto genio del Barça y al musculoso astro del Madrid. Ahí, un Dalí se aprecia aunque al lado se coloque un Miró, y una sinfonía de Beethoven hace delirar aunque poco después se entone algo de Mozart, y para conmoverse con Neruda nadie pide que se sobaje a Sabines.

 

Sucede que el futbol es, como el mundo mismo, competitivo, esquizofrénicamente competitivo. Sucede además que la rivalidad de los dos grandes de España ha trascendido lo meramente catalán/español, hasta dividir lo mismo en Tailandia y Tanzania, que en Suecia y Suazilandia. Sucede que el humano precisa permanentemente elegir rey aunque en el camino defenestre a individuos con inmenso mérito para subir al trono.

 

Debo decir que Cristiano no me resulta especialmente simpático (a propósito de desagradables comparaciones, tampoco Messi). Y, sobre todo, debo decir que eso es lo menos importante. Con los tres que clavó al Sevilla (el primero de ellos para antología del futbol), elevó su marca en el Madrid a 182 goles en 179 cotejos, incluidas anotaciones fundamentales para que los merengues arrebaten los títulos que últimamente han podido al Barcelona (el de la final de copa, los de la liga pasada).

 

Retomo la pregunta inicial: ¿por qué razón no iba a ser Cristiano Ronaldo algo más que un héroe para la afición del Real Madrid? Si acaso por ese vil hábito de discutir lo indiscutible.

 

 

 

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