Un reloj congelado en la fachada del estadio Old Trafford de Mánchester, simboliza el tiempo por siempre atorado. 3 de la tarde con cuatro minutos, 6 de febrero de 1958, ciudad de Múnich.

 

A un costado, una placa tiene inscritos los nombres de los ocho futbolistas y tres directivos fallecidos en una de las peores tragedias en la historia del futbol.

 

Metros adentro, la cancha del United bautizada como “Teatro de los sueños”. Teatro también de la resurrección, del equipo que ya por siempre de luto reencontró la gloria. Teatro que en puestas en escena semanales ha aplaudido e idolatrado a demasiados héroes deportivos… Aunque si de heroísmo aquí se habla, no existe gol o lance técnico que pueda equipararse a lo hecho por este ex portero irlandés, 55 años atrás.

 

Tiene sentido que para llegar a ver a Harry Gregg sea indispensable pasar por el extremo norte de Irlanda. Ver el azotar de las olas contra esta isla. Sentir su fuerza, sentir su falta de misericordia, sentir el poderoso viento que las acompaña y levanta de cuando en cuando en cortinas de arena. Olas que llegan feroces como los recuerdos, como las heridas del pasado.

 

Nos recibe Harry parado en la entrada de su casa. Mueve la gran mano que alguna vez atajó, sin necesidad de guantes, todo tipo de fusiles con pelota de cuero. A sus 79 años mantiene una estampa firme y, sobre todo, una mirada que intimida, hasta que comienza a hablar y el acento irlandés relaja su rictus. Describe el momento en que subieron al avión:

 

“Sentados atrás estaban Denis Violet y Bobby Charlton haciéndose los chistosos, asomándose del asiento y diciendo ´cucu, cucu´… Pero ya en el avión, tuvimos una gran demora porque Johnny Digger Berry había perdido su pasaporte… Finalmente checaron en su equipaje y vieron ahí el pasaporte de Johnny”.

 

El avión hizo escala, como estaba previsto, en Múnich. Un periodista que acompañaba al plantel los retrató frente a la nave, foto que sostiene Harry con pulso tembloroso. Intentaban despegar, pero no era posible.

 

“Estaba viendo afuera del avión la nieve, y vi cómo las llantas frenaban y aceleraban, pero de verdad que no estaba espantado. El avión paró un poco ladeado y nos dijeron ´disculpen la falla técnica´, volvimos al principio y lo hicieron de nuevo… Íbamos, íbamos, íbamos, llegamos más lejos que la primera vez… El avión empezó a derrapar y frenó. Por eso nos dijo el piloto que volveríamos a la terminal, que  desembarcaríamos… Algunos de los muchachos dijeron, ´regresemos por tierra, tomemos tren y luego un barco, y ahí echamos unas copas´… Pero minutos después nos dijeron que el grupo del United ya podía volver a abordar el avión… Al subir, me aflojé la corbata, me abrí la camisa, me desabroché los pantalones y subí las piernas contra el asiento. Vi diagonalmente hacia Roger Byrne, un maravilloso capitán, su cara estaba contorsionada, pensé que él tenía todavía más miedo que yo… Digger Berry dijo ´todos nos vamos a morir aquí´ y Liam Whelan que era muy religioso contestó ´y si pasa estoy listo´”.

 

“Creí ver que las llantas se habían levantado, me dije, ´despegamos, ya está, despegamos, estamos arriba, ya fue todo´. Pero después, todo lo que sé es que pensé: ´lo he hecho bien por primera vez en mi vida, no volveré a ver a mi madre, no volveré a ver a mi familia de nuevo, y no veré a mi esposa y a mi hijita de nuevo… y no sé hablar alemán´”.

 

“Sentí que todo estaba de cabeza, sentí que mi nariz se iba, sentí que algo pegaba en mi nariz, sentí que me cortaban la cabeza y de pronto todo era un completo caos de ruido. Cuando me di cuenta que tenía sangre, dije ´estoy vivo´, luego me quise quitar el cinturón del asiento, pero ya ni tenía asiento… De verdad no se puede explicar… Vi arriba a mi derecha y vi una luz, y empecé a escalar hacia la luz… Me giré y comencé a patear los escombros para hacer un agujero más grande para salir. Escuché gritos, ´corran, corran, esto va a explotar´ y oí a un bebé llorando, decidí regresar porque había gente viva ahí. Les gritaba, ´¡Regresen bastardos, hay gente viva aquí , regresen!´… Pero decían que iba a explotar. Regresó el operador de radio y le di al bebé… Volví a donde encontré al niño y encontré a su madre, la señora Lukic, con cara de shock, gesto de nada… Abrí el agujero a patadas y pudo salir… Seguí buscando y encontré a Roy Wood, el otro portero, y a Albert Scanlon; traté de sacarlos, estaban inconscientes. ¡Qué shock, Dios mío! Fui cerca de lo que quedaba del ala, y vi a Charlton y Denis Violet, que estaban tendidos y parecían muertos. Los arrastré sobre la nieve y los dejé junto a escombros, alejados del avión… Ni siquiera piensas en ese momento… No le mides al pulso a nadie, ni distingues vivos de muertos. Yo era un carpintero irlandés, era un portero, no sabía de nada”.

 

“El avión se había partido por completo por detrás del ala… Seguían gritándonos que eso iba a explotar, que nos alejáramos… Yo corrí al otro lado del avión y vi al jefe, Matt Busby, tendido… ´Mi pecho, mi pecho´, le dije ´está bien jefe, está bien´, pero su pierna estaba completamente volteada, al revés… Vi un monte de escombro, lo cargué y lo deje ahí. Lejos del avión que ya explotaba cada pocos minutos, hacía explosiones, arriba veías explosiones”.

 

“Seguí buscando  y eventualmente encontré a Jacky Blanchflower, y lloraba, lloraba… Acostado sobre él, sin una sola marca, estaba Roger Byrne, no tenía sangre ni marcas, sus ojos totalmente abiertos. Cosas estúpidas, ahí pensé que por qué no cerró sus ojos. Y Jacky no sabía que Roger estaba encima de él, no se daba cuenta, y seguía llorando ´Greg, me rompí la espalda, me rompí la espalda´, y yo, ´tranquilo Blanchie, tranquilo, estás bien, estás bien´, tenía el brazo muy mal. En ese momento hubo otra explosión, muy fuerte… Y Blanchie se levantó como medio metro del suelo… Finalmente le hice un torniquete con mi corbata”.

 

Habla de cómo se los llevaron a un hospital, de cómo no pudo dormir esa noche, de su regreso a la escena del desastre un día después cuando sólo quedaban cenizas sobre la nieve. Y de Duncan. Duncan Edwards, la mayor promesa del futbol británico tras la Segunda Guerra Mundial. Tenía 21 años y sobrevivió en primera instancia.

 

“Íbamos al hospital a ver a los heridos… Un día, Duncan estaba inconsciente… Se giró y nos gritó, ´a qué hora es el partido´, y Jimmy Murphy, el asistente de Busby que no había estado en Belgrado pero llegó a Múnich, en lágrimas le contestó ´a las 3 de la tarde hijo, 3 de la tarde´, y Duncan volvió a voltear y dijo fuerte, ´¡Vamos a alistarnos, vamos a alistarnos!´. Yo nunca pensé que Duncan moriría, nunca pensé que él moriría”.

 

Trece días después de la tragedia, Harry volvió a jugar. Encabezó a un equipo de suplentes porque la vida y el futbol, debían, tenían que seguir. “Yo… jugué el partido y no esperé a nadie, me fui rápido a casa…”

 

Tras la entrevista, nos lleva a una planta baja convertida en auténtico museo. Muestra uniformes, escudos, cartas, recuerdos de quienes murieron en el desastre aéreo de 1958, alguna foto con el hombre que fue el bebé al que salvó la vida. De un baúl, saca la camiseta que visitó en la final de copa de ese año. Ponemos atención: no tiene el escudo del United, sino un ave fénix, símbolo del equipo que resurgió de las cenizas, que se levantó del desastre en la nieve muniquesa, que aún vive lastimado por esos recuerdos que golpean impetuosos, fuertes, rabiosos… tal como estas olas que se estrellan contra la esquina norte de la isla de Irlanda.

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