A sus 28 años y con un impresionante currículo que la colocan como una de las mejores bailaoras y una de las grandes renovadoras del arte flamenco de los últimos tiempos, Rocío Molina está en México con su compañía para presentar Danzaora, un trabajo conceptual que muestra las dualidades y contrastes del ser humano: el silencio con el ruido, la fuerza con la fragilidad, lo más tradicional con lo más vanguardista y lo ordenado con lo desordenado; todo esto es sazonado con composiciones musicales de Eduardo Trasierra, cantos flamencos dirigidos por Rosario La Tremendita y, como ella subraya, un derroche de baile, “hasta cansarnos”.

Rocío llega a la entrevista con un abrigo que casi alcanza sus rodillas y aunque no siente tanto frío, lamenta que el clima de la ciudad de México no sea el mejor para salir a pasear y conocer sus calles. Quiere tomarse unos tequilas y, si el tiempo lo permite, ir a Teotihuacán, subir hasta lo más alto de la Pirámide del Sol y tomarse una foto con los brazos abiertos para llenarse de esa energía que, dice, irradia México.

 

 

“Ya tocaba, tenía mucha ilusión de venir a México después de tantos años de mostrar mi espectáculo, lo hago con unas ganas muy especiales por llegar aquí. Tenía que estar aquí. Espero que esto sirva para abrir campo en esta región a la que tanto le gusta el flamenco, para después poder ir a Argentina o Colombia, quizá. No espero nada de México porque ya sé que es una cultura muy cálida, muy cariñosa y muy entregada. Con eso a mí me vale (me basta), yo entregaré mi arte y tan solo espero que lo disfruten y vuelvan a casa llenos de emoción.”

 

Danzaora es un espectáculo que dura unos 70 minutos y que ocupa poca gente pero con una gran fuerza en lo que transmite. Acompañan a Rocío un guitarrista, dos destacados palmeros (bailaores) y la participación, por única ocasión, de Rosario La Tremendita, una joven cantaora considerada una de las grandes realidades del Flamenco actual.

 

Y aunque muchos consideran a Rosario como la irreverente del flamenco, ella cree que tan solo aporta una forma personal de ejercer este arte. “Soy auténtica en lo que hago, puede gustar más o menos y soy muy fiel a mi arte, con eso me basta. Si a la gente le gusta, pues mucho mejor”.

 

“Creo que es una expresión un poco evolucionada dentro del flamenco, que aunque como arte es muy joven, evoluciona rápidamente. Sigue siendo flamenco porque el sentimiento está dentro y si tú lo sientes, así será. Pero como todo arte, evoluciona para que no caduque”.

 

– ¿Y los puristas que dicen que eso que tu bailas ya no es flamenco?

 

“Eso es lo bueno, que se hable de todo. Pero he tenido mucho apoyo de la gente que busca la evolución y también de los más clásicos. Siempre he respetado y admirado a todos los antepasados del flamenco, pero he tenido suerte porque me he sentido apoyada por la gente y también por la crítica”.

 

 

Rocío Molina (Málaga, 1984) ha sido Premio Nacional de Danza España 2010, Bailarina sobresaliente en el XI Certámen de Coreografía de Danza Española y Flamenco, Premio de la crítica “Flamenco Hoy” a la bailarina revelación en 2006 y ha sido la creadora de coreografías como Las Cuatro Estaciones, Entre Paredes, El Eterno Retorno -donde ocupó textos de Nietzche para el montaje-, Turquesa como el Limón, Almario y Cuando las piedras vuelan, entre otras.

 

Para Rocío este ascenso vertiginoso en su carrera es casi natural, ya  que es lo que siempre ha sido: bailadora. Desde los tres años comenzó su carrera practicando cinco horas diarias, más las clases en el colegio. “No me arrepiento de nada y me ha apoyado mucho mi familia. He vivido mi niñez, jugué, me divertí. Llegaba un fin de semana y lo que quería hacer era bailar, y si no bailaba, lloraba. No lloraba porque quería jugar, si no bailaba me entristecía mucho. He tenido la vida que he querido, es una suerte”.

 

A la bailaora le cuesta decir con palabras lo que ya ha dicho con su singular forma de bailar flamenco: mostrar su libertad y su autenticidad como ser humano.

 

“Me dedico a esto porque si no, no entendería mi vida. Creo que todo el mundo debe hacer lo que quiere. Si no hubiera bailado, no me vería de médico o de abogada, pero creo que me vería en algo involucrado con el arte, es mi forma de ser.”

 

Una de las mayores experiencias en la vida de Molina, que al principio, confiesa, le dio mucha vergüenza, ocurrió en el Flamenco Festival de Nueva York en 2010: “En el momento casi ni me di cuenta porque estaba como en un sueño. Es ahora, cuando ha pasado el tiempo, que recuerdo que el propio Mikhail Baryshnikov -una de las grandes leyendas vivas de la historia de la danza- se arrodilló ante mí. En ese momento pasé mucha vergüenza porque salgo de mi camerino para recibir a varias personas y me encuentro primero a Baryshnikov con lágrimas en los ojos y lo primero que hace es arrodillarse. Yo intenté levantarlo y decirle: -‘Por Dios, no lo hagas, eso lo tengo que hacer yo ante semejante genio”. En ese momento sentí mucha vergüenza y no sabía dónde meterme y se me quedaron grabadas sus palabras: “Es lo más maravilloso en danza que había visto nunca”. Lo dijo con tanta emoción y con los ojos llenos de lágrimas que para mí ha sido un gran regalo de la vida”.

 

Danzaora se presenta este 25 y 26 de enero en el Teatro Metropólitan a las 21:00 horas.