Ni siquiera el olimpismo tiene una declaración de intenciones tan clara como la Copa África de naciones, cuya edición 29 arranca este fin de semana en Sudáfrica:

 

“Hago un llamado a nuestra asamblea general para que afirme que África es una e indivisible, que trabajamos juntos hacia la unidad de África. Que condenamos supersticiones, tribalismo y toda forma de discriminación dentro de nuestro futbol y en cada rubro de la vida. No aceptamos la división de África en francófona, anglófona y arabófona. Árabes de África del norte y zulus de Sudáfrica, todos somos genuinos africanos. Aquellos que intentan dividirnos a través del futbol, no son nuestros amigos”.

 

Con esas palabras, el etíope Ydnekatchew Tessema, longevo presidente de la Confederación Africana de Futbol, dio sentido al torneo que enfrenta a las selecciones de este continente: panafricanismo, buscar unir al hemisferio balón de por medio, intentar solucionar en la cancha lo que suele atorarse fuera de ella, expulsar del deporte lo que divide a escala política, social o religiosa.

 

Eran épocas en que Ghana tenía por presidente a su libertador y padre político, Kwane Nkrumah, si acaso el mandatario que más amor y fe ha depositado en el futbol. Nkrumah apodó al equipo nacional ghanés “estrellas negras”, retomando el concepto panafricanista de Marcus Garvey, quien luchaba por la autodeterminación y descolonización en África. El futbol era herramienta básica de cooperación para el ideólogo que había escrito el libro África tiene que unirse. Él encabezó el boicot africano del Mundial 66 y él mismo fue pionero en nombrar seleccionadores locales, oponiéndose a lo que percibía como colonización futbolera: no más asumir que alguien de otro continente y cultura debe venir a ayudarte a hacer las cosas. Tanta estrella tenía el fundador de las “estrellas negras” que su selección, entrenada por un ghanés, se convirtió de inmediato en máxima potencia de la región (pero, imprescindible decirlo, no sentó precedente y el común de los representativos africanos han seguido depositando su liderazgo en europeos o sudamericanos).

 

¿A qué vamos con tan largo preámbulo y tantas nociones de la Copa África y Nkrumah? A la situación en varios puntos del continente a las puertas de otra edición de este torneo.

 

Apenas en el 2010 Sudáfrica organizó el primer gran evento deportivo en la historia africana. Por entonces se popularizó el slogan –pegajoso en canción- de “Es tiempo de África”. Se volvió a intentar, tal como lo soñaran Tessema y Nkrumah, que el futbol uniera al hemisferio más sufrido del planeta. No más hablar de África por hambrunas, golpes de Estado, guerras civiles, masacres o epidemias, y tenía que ser en la patria de Mandela. Unos años antes, justo cuando se dio la pacífica transición de apartheid a democracia, se decía: “Si Ruanda es la pesadilla africana, Sudáfrica es el sueño”, pues mientras una se sumía en el genocidio y reabría rencores étnicos, la otra demostraba que era posible digerir el pasado y lanzarse en unión al futuro.

 

Ahora Sudáfrica vuelve a hacer de anfitrión y a intentar curar con el futbol demasiados males. Será de nueva cuenta en el Soccer City de Johannesburgo y otros cinco estadios mundialistas, donde la denominada “Nación arcoíris” albergue este certamen.

 

Otra vez, en momento tenso. Entre los equipos participantes se encuentran Mali y Argelia, cuyas circunstancias actuales generan conflicto más allá de sus fronteras.

 

En Mali podría estar viviéndose algo parecido a lo sucedido en la República Democrática de Congo (antiguo Zaire) años atrás: una guerra que arrastra a numerosos países africanos e incluso a europeos. Además de Francia, ahí están ya enviando tropas Nigeria, Níger, Burkina Faso, Togo, Senegal y Benín.

 

Mientras tanto, en Argelia, han transcurrido días muy tensos, con el secuestro y bombardeo de una planta de gas, como venganza por la intervención francesa en Mali.

 

En resumen y sin el afán de simplificar, que la semana previa a la Copa África da para todo menos para pensar en los ideales forjadores de este torneo (o, está por verse, todo lo contrario).

 

Antiguamente conocido como Sudán Francés, Mali es uno de los países más extensos de África pero a la vez de los menos densamente poblados. Antes de la dictadura que padeció por más de veinte años, tuvo cierta relevancia futbolera. Entonces se dio el golpe de Estado y el único futbolista malí del que tengamos referencia, jugó para Francia. Jean Tigana, estrella junto con Michel Platini en aquel fino equipo galo de principios de los ochenta, nació en la capital Bamako pero jugó para la tierra de su madre.

 

Años más tarde y precisamente a poco de caer la dictadura de Moussa Traore, Mali regresó al mapa futbolero con nombres como Frédéric Kanouté, Seydou Keita, Mahamadou Diarra, Momo Sissoko y Sammy Traore.

 

El mismo Keita, quien jugara brillantemente en el Barcelona, declaraba tras calificar a esta Copa África: “Es difícil para nosotros. Se supone que tendríamos que estar contentos por haber ganado el partido pero estamos muy tristes. La victoria es para la gente de Mali. Lo que nosotros como equipo nacional queremos es paz en todo el país. Somos un solo pueblo. No importa si vienes del norte o el sur, somos todos malíes. Esta victoria tiene que ayudar a que nos reunamos”.

 

Este sábado será la inauguración de un torneo, que política al margen, es un deleite para la vista. Ofensivo, espectacular, físico, poco especulativo.

 

Etiopía regresa tras 25 años, Cabo Verde debuta, Ghana y Costa de Marfil son favoritos, y Mali estará ahí con demasiada atención y tensión. ¿Tiempo de África? Quizá con futbol. Ojalá.

 

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