Messi y sus circunstancias se han convertido en un fenómeno entrópico transversal; lo mismo le quita el sueño a Cristiano Ronaldo, que provoca la reprogramación de los canales de televisión chinos; remueve los sentimientos del argentino promedio (con varianza cero) sobre los sentimientos de la nación, e inquieta a los histriónicos de la cancha por sus rasgos a los que François Hollande calificaría como “normales”; se convierte en el alter ego del presidente de Bolivia Evo Morales, y le hace rechinar la dentadura postiza de Silvio Berlusconi; hace pensar al presidente de Cataluña, Artur Mas, sobre la diplomacia del futbol, y le produce enojos a los partidarios del Partido Popular.

 

Las circunstancias naturales de Messi son el Barcelona, la Champions y el marketing. Es decir, Messi distorsiona a los mercados del futbol europeo y de la publicidad encriptada sobre la atmósfera para ser descodificada a través del consumo.

 

Ser o no ser argentino en tiempos canallas de Cristina Kirchner; ser o no ser catalán en tiempos de independentismo de Convergència i Unió. El pasaporte de Messi contiene una fórmula más secreta que la de la Coca Cola. Sabemos que juega con la selección argentina pero sus triunfos épicos ocurren en el Camp Nou. Recordemos, la soberanía del futbol es inexistente porque los estadios ondean banderas de los clubes. La respuesta la tiene Guardiola, el padre futbolístico de Messi.

 

Messi llegó a Barcelona sin haber cumplido los 15 años; camina por las Ramblas como lo hace Juan Marsé o Eduardo Mendoza; visita Vic para comer fuet; observa las sardanas y coloca en su Belén (nacimiento) al caganer (la aportación escatológica de Cataluña al mundo). La burocracia del pasaporte es derrotada por los rasgos disfrutables. Un bocadillo de fuet puede generar más útiles que un churrasco; las papas con alioli hacen olvidar al chimichurri. Es fácil identificar a los enemigos de Messi: los etnocéntricos, los que confunden al jugador con un fetiche, los que acuden a las misas de la secta maradoniana y los falangistas españoles que se esconden en playeras de equipos de futbol.

 

Messi es el futbolista más predecible del planeta. Sabemos que el próximo partido jugará mejor. Situación utópica hoy en día: cuando las distopías nos despiertan por la mañana; cuando Miguel Saba y Benjamín Galindo nos recuerdan a la hermenéutica de Los Tres Mosqueteros y su agregado temporal de los veinte años.

 

Tan predecible es Messi que hoy, a mitad de la temporada española, ya se sabe que el equipo catalán ganará la liga, por lo que resulta absurda la competencia. Del Real Madrid al Osasuna se disputan otros objetivos. Los bloques van desde el que es integrado por los aspirantes a jugar la Champions al bloque conformado por los que evitan caer en el derrotero de la segunda división.

 

Messi es un factor inflacionario. Las televisoras lejanas a Barcelona lo detestan, incluyendo por supuesto a las mexicanas Televisa y TV Azteca. Si Messi y sus circunstancias son un iPhone, la liga de fut mexicano es un teléfono público de octubre de 1985 (después del terremoto), es decir, descompuesta.

 

México aparece en la lista de los aficionados menos entusiastas que observan el futbol por la televisión. En la lista que aparece en el libro Soccernomics, escrito por Simon Kuper y Stefan Szymanski, México se ubica entre los peores niveles de teleaudiencia del mundo, junto a Australia, Nueva Zelanda, Ucrania, Lituania, Canadá, India, Estados Unidos y Taiwán. Su promedio oscila entre dos y tres puntos de rating. Los reyes del sofá futbolero son Croacia, Noruega, Holanda, Uruguay y Dinamarca. Sus promedios de rating oscilan entre los 9 y 12.4 puntos.

 

En efecto, el fenómeno entrópico correlaciona un gol de Messi con el hundimiento de las Chivas de Jorge Vergara, el Hugo Chávez del futbol mexicano. Mientras tanto, los comentaristas de las televisoras mexicanas se han convertido en cómicos de carpa; los albures son sus principales herramientas. Lejos están las cuatro palabras de Fernando Marcos.

 

Cuando Florentino Pérez despidió a Vicente del Bosque, justificó la decisión por problemas de imagen publicitaria. De manera inaudita, Jorge Valdano lo secundó. No existe el marketing en un personaje anti mediático. Lo que no es mediatizable lo mejor es desecharlo a la basura.

 

Vicente no compaginaba con los rasgos metrosexuales de Cristiano Ronaldo. El mejor era Mourinho, un monstruo del egoísmo y paroxista del escándalo que la revista Hola envidia. Florentino entendió a la perfección la era en la que vivimos: excitar a la gente a través de las marcas se impone al consumo de la estética del juego. Messi no es Zegna. Los sacos de Dolce & Gabbana que bien podrían ser diseñados por Damien Hirst, no son para Messi. Lo demostró el pasado lunes durante la ceremonia de la entrega del Balón de Oro. Para él, es Bimbo. Una buena tarde, una señora se encuentra en el súper a futbolista. Lo observa pero no identifica como jugador. Quizá sea un cantante. Algo distinto le sucede a Ronaldo. Reconocido por Paris Hilton, el astro madrilista vive su infancia no concluida. Por ello, la publicidad la utiliza Ronaldo como bebida de vida.

 

Los modelos de negocio entre el Barcelona y el Real Madrid se bifurcan entre la estética del juego (Messi) y el marketing (Ronaldo). Hoy la publicidad seduce más que el futbol sin adjetivos, aunque Messi poco a poco le ha dado un vuelco a la situación. Sin ganar la Champions, el Real Madrid es el equipo con mayores ingresos en el mundo. Según Deloitte, en 2011 facturó 479.5 millones de euros (8 mil 151 millones de pesos); en México, todos los equipos de la primera división no logran facturar ni el 10% de esa cifra. Por default, FOX Sports y ESPN se convierten en el dulce para las televisoras de cable. El Barcelona es el segundo. Sus ingresos en 2011 fueron 450.7 millones de euros (7 mil 661 millones de pesos). La diferencia es que, hoy, el Barcelona tiene más fans en Europa que el Real Madrid (44.2 millones frente a 41.9 millones –datos de Soccernomics-). En España, el equipo favorito también es el Barcelona. La impronta del equipo del generalito Francisco Franco, es reciclada por la conducta del neoskinhead Morinho. La picadura de ojo que le propinó a Tito Vilanova quedará en los archivos de la ultraderecha española.

 

Messi tiene varias identidades. En ocasiones es Xavi; por momentos Iniesta; no va por las bandas pero cuando aparece sorprendido por el balón, tiene la identidad de Pedro; los gritos de Puyol los reproduce en silencio. Ser o no ser Messi. Sus múltiples identidades las trabajó Josep Guardiola. El hombre que le destruyó los planes a Florentino Pérez. Frente a ello, el lunes pasado se encontraron en Zúrich. Tranquilo, Guardiola se detiene y lo saluda. La imagen tiene más valor que los archivos del museo Del Prado.

 

Me imagino al escritor Manuel Vázquez Montalbán comiendo patatas con alioli en el bar Tomás del barrio Sarrià en compañía de Messi. Entrevistándolo para El País. Tratando de buscar el origen del fenómeno que convirtió al Barcelona, de “un ejército sin armas”, en literatura universal.