Otra vez acaparará encabezados y no por su indiscutible genio goleador. De nuevo abrirá discusiones relativas a lo que debe y no debe ser en la cancha. Por enésima ocasión, su nombre se verá acompañado de la controversia que es donde, parece, inevitablemente está condenado a jugar y vivir.

 

Los no tan futboleros conocieron a Luis Suárez cuando en el Mundial 2010, en plenos tiempos extra del Uruguay-Ghana de cuartos de final, detuvo sobre la línea un remate que hubiera representado la eliminación charrúa y clasificación a semifinales del último equipo africano con vida en aquel torneo. Como de otra forma no podía ser, resultó expulsado, y como sólo sabía el caprichoso destino (cruel para Ghana), el penal fue errado. Uruguay avanzó y Suárez abrió inmensos debates -si las reglas, si la ética, si el fairplay- aunque la realidad es que 99 por ciento de los futbolistas bajo esa agónica circunstancia, hubiera hecho lo mismo. Está comprobado que cuando el instinto de supervivencia emerge, pocas mentes ponderan la moral de Maquiavelo (¿el fin y los medios? ¿Cuál justifica a cuál?): en esa fracción de segundo, con el balón a punto de meterse y eliminar a su equipo, el impulso de Suárez fue usar la mano y punto.

 

El delantero uruguayo se ganó la enemistad de todo un continente, aferrado a Ghana como única alternativa posible para el tan cantado slogan de It´s time for Africa. El tiempo de África se pospuso y Suárez, heroico ya para los uruguayos como goleador lo fue ahora como portero ilegal y emergente.

 

Meses más tarde, de vuelta en el Ajax, Suárez dio otro paso en ese camino de tempestad. Mordió a un rival en el clásico contra el PSV y generó las más airadas reacciones en Holanda. Aquí ya no el afán de supervivencia, sino la agresión más vil e inesperada.

 

El clima en dicho país dejó de ser adecuado para el uruguayo. Eso, pero sobre todo lo valorizado que estaba y lo pequeña que le quedaba ya esa liga, lo llevaron al Liverpool inglés, donde de inmediato se convirtió en espectacular goleador. Todo iba más o menos en orden, hasta que se desató un escándalo de racismo. Patrice Evra del Manchester United lo acusó y Suárez terminó por admitir que le llamó negro aunque insistiendo que no lo hizo con afanes discriminatorios. Toda capa de la sociedad inglesa intervino apasionadamente en el incidente y Suárez fue suspendido por largo período. Justo cuando reapareció, pateó en el abdomen al seleccionado inglés Scott Parker, en una acción que siempre podrá alegarse como accidental, aunque con tan complejos antecedentes, el dedo volvió a acusarlo.

 

Poco después, al rencontrarse con Evra en un duelo contra el United, Suárez no le dio la mano en los saludos protocolarios (ese día, el técnico Alex Ferguson dijo “Suárez es una desgracia, no debería volver a jugar con el Liverpool nunca”).

 

Desde entonces, Luis se ha mantenido como implacable delantero, con impresionantes registros, como crack capaz de cargar con su equipo, pero siempre visto con recelo por rivales y neutrales.

 

La última se ha dado este domingo. En un duelo de Copa inglesa frente al Mansfield, equipo de quinta categoría, el charrúa anotó tras haber controlado la pelota con la mano. La acción es tan rápida que pudo no ser intencional, pero al mismo tiempo es tan clara que parece absurdo que el árbitro no la viera.

 

Que un futbolista tasado en 40 millones de dólares anote con la mano a un cuadro semi-profesional, es precisamente una de las tormentas marca Suárez. Si la mayoría del gremio aprovecharía el rebote con la mano para anotar, es tema que hoy no se juzga; si casi nadie hubiera dicho al árbitro que pecó para que invalidara la acción, es tópico distinto. Lo relevante es que se ha dado otro de esos instantes que convierten a Luis Suárez, justa o injustamente, en enemigo público. Donde quiera que va, goles y enemistad lo esperan.

 

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