Tras un exilio de trece años y tres Copas del Mundo después, Rafael Márquez volverá a jugar en el futbol mexicano.

 

Se fue en 1999 como deslumbrante promesa. Desde su debut con el Atlas, a los 17 años, había demostrado solvencia, seguridad, demasiada técnica y clase para ser defensa, gran remate al incorporar al ataque.

 

Tan claros atributos futbolísticos habían hecho que Bora Milutinovic lo debutara en la selección mexicana en medio de un festival de confusiones, cuando quedaba clara la dimensión del futuro del central michoacano pero, por lo visto, no su nombre. Se confeccionó un plantel alterno, plagado de jóvenes, y el convocado fue otro Márquez del Atlas (un mediocampista llamado César). Una vez asumida la equivocación, Rafa disputó su primer cotejo con el Tri antes incluso de cumplir la mayoría de edad.

 

Desde entonces, todo pasó rápido y fue poco el tiempo que la sufrida afición rojinegra pudo disfrutar de la mayor de las perlas surgidas de tan jugosa cantera. Durante la Copa América 99, efectuada en Paraguay semanas después de la final perdida en penales por el Atlas, otra carambola precipitó su salida al futbol europeo. Lucien Muller, quien jugara en los sesenta tanto en Madrid como en Barça, se desempañaba como caza-talentos para el club Mónaco y acudió al certamen a fin de cerciorarse respecto al nivel del zaguero chileno Pablo Contreras. Sucedió que al enfrentar México a los andinos, Muller quedó impresionado con la capacidad del mexicano. Dos meses después, Rafa se convertía en el jugador mexicano más caro de la historia al costar el equivalente a 7 millones de euros al cuadro del principado.

 

No fue necesario mayor proceso de adaptación. En cuestión de semanas, Márquez acaparaba reflectores y el Mónaco se encaminaba al título de liga. Eso propició que de inmediato se vinculara su nombre con los cuadros más poderosos del continente, pero los monegascos no accedían a desprenderse tan rápido de su principal baluarte defensivo.

 

Fue en el 2003, cuando un Barça en crisis buscaba rehacerse, que el michoacano dejó la Costa Azul con destino a la Ciudad Condal. Ese mismo verano el joven Joan Laporta ganó la presidencia blaugrana, llegó Ronaldinho, Andrés Iniesta fue subido al primer equipo y Frank Rijkaard empezó a colocar los cimientos del equipo que mandaría mundialmente por más de una década. En su presentación, Rafa recordaba melancólico el sueño de su padre –formador de futbolistas- quien falleció poco antes sin poder presenciar semejante acontecimiento: el niño crack convertido en adulto con la casaca barcelonista.

 

Pese a las lesiones que mucho lo acecharon, cuando dispuso de regularidad logró la titularidad encumbrándose entre los mejores centrales del planeta. Se ganó a la afición culé, creció como jugador y como líder, brilló en medio de auténticas constelaciones, encontró sitio en ocasiones también como medio defensivo. Así pasaron siete temporadas y se fraguó el palmarés más amplio que futbolista mexicano pueda presumir a la fecha: dos Champions League, cuatro ligas españolas, un Mundial de Clubes, una Copa del Rey.

 

Para cuando arribó el Mundial 2010, Rafa ya no fue renovado por el Barcelona y se pensó que iría a una gran liga europea (por ejemplo, sonaba como destino la Juventus). Tenía 31 años, lucía maduro y recuperado de viejas lesiones, parecía disponer de al menos otros tres años en la élite, sólo que él prefirió tomar el camino americano junto con otro ex del Barça, Thierry Henry.

 

Ya con el New York Red Bulls, alejado de la presión que supone el balompié de máximo nivel, su nivel nunca alcanzó lo esperado (de hecho, fue más bien criticado) y así ha concluido tan largo ciclo fuera de México.

 

El León (cuyo estadio, curiosamente, se llama Campo Nuevo tal como el Camp Nou barcelonista) es ahora su nueva casa.

 

Encontrará todavía jugando en México a pocos de quienes coincidieron con él en ese lejano 1999, año en que no había llegado la alternancia a la política mexicana, en que todavía no circulaba el hoy tan agobiante euro y apenas se estrenaba en Holanda el hoy tan imperante Big Brother, en que Hugo Chávez alcanzaba lo más alto del gobierno venezolano y Lula da Silva lucía como eterno perdedor del brasileño.

 

Como desafío tendrá la velocidad del futbol mexicano, demostrar que tras la etapa estadunidense sigue vigente su capacidad de recuperación y distribución de balón, probar a Chepo de la Torre que puede jugar en el 2014 su cuarta Copa del Mundo. Él mismo había insinuado que Sudáfrica 2010 podía representar su adiós a las justas mundialistas, pero sólo consumada la eliminación a manos de Argentina en Johannesburgo, Rafa admitió el sueño de un Mundial más.

 

Es el regreso de uno de los hijos pródigos de nuestro deporte. Es la vuelta a casa trece años y muchísimas circunstancias después, aunque, indispensable reiterarlo, no se da en su mejor momento y algo de reivindicación debe traer tras lo poco exitoso que ha sido su paso por Nueva York.

 

 

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