Esta es la redición de una historia clásica: aquella del éxito que se engulle a su creador.

 

De la misma forma en que Star Wars terminó destruyendo al innovador y creativo director que pudo ser George Lucas; la épica escrita por J.R.R. Tolkien está a punto de jugarle la misma mala broma a Peter Jackson.

 

En su descargo, habría que decir que Jackson intentó no involucrarse (al menos no como director) en el proyecto de llevar a cine el texto que diera origen a la saga de El Señor de los Anillos: El Hobbit. En su momento se propuso incluso a Guillermo del Toro, pero las negociaciones se vinieron abajo, resultando imposible para Jackson decir no.

 

Estamos de nuevo en Tierra Media. Bilbo (Martin Freeman) es un hogareño hobbit que disfruta enormidad los placeres de su pequeña morada: desde cocinar hasta descansar en el pórtico de su casa fumando su enorme pipa. Gandalf, el mago gris (Ian McKellen), le pide recibir en su casa a trece enanos que buscan reclamar el antiguo reino de Erebor en la Montaña Solitaria, mismo que fue invadido por un enorme dragón.

 

En su plan de ataque necesitan a un “ladrón”; Gandalf propone a un sorprendido Bilbo quien (como él bien dice) nunca ha robado nada en su vida. Empero, Bilbo aceptará la misión, misma que estará llena de aventuras y peligros que este pequeño y voluntarioso hobbit sorteará gracias a un misterioso anillo que ha encontrado en una cueva.

 

No hay nada nuevo bajo el sol de Tierra Media, el discurso de Jackson-Tolkien sigue siendo el mismo: la dignificación de quienes, en apariencia débiles, terminan demostrando una valentía superior. El imaginario visual tampoco varía: esa obsesión por el más mínimo detalle, las majestuosas tomas a los paisajes naturales de Nueva Zelanda, las increíbles batallas entre ejércitos de extrañas criaturas que se despliegan por miles en toda la pantalla en encuadres magistrales y las clásicas tomas aéreas que siguen el peregrinar de nuestros héroes. Es tal la zona de confort de Peter Jackson que bien podría haber tomado material de stock de las cintas anteriores para reutilizarlo en ésta sin que nadie lo notase.

 

Al no tener por donde innovar dentro de la película, Jackson lo hace hacia afuera de ella. El Hobbit es la primera cinta que llega a nuestro país con la tecnología HFR, misma que, en lugar de proyectar los clásicos 24 cuadros por segundo, proyecta a 48; el doble de imágenes corre frente a nuestros ojos en el mismo lapso de tiempo.

 

Esto se traduce en una imagen sumamente nítida, como nunca se había visto antes en un cine. Es el equivalente a ver la película en una pantalla de televisión tipo LED pero de enormes dimensiones.

 

Con el HFR da la sensación de estar presente donde sucede la acción: un set de filmación. El detalle extremo rompe con la magia del cine, por momentos ya no vemos a Gandalf sino a un Ian McKellen tras una barba falsa y un gorro ridículo.

 

Sólo hay un aspecto donde El Hobbit brilla sin necesidad de efectos especiales: el trabajo de Martin Freeman como Bilbo Baggins, quien sabe llevar a su personaje (y a la película) por múltiples registros que lo vuelven la parte más entrañable de este reciclado reino de cartón, prostéticos y CGI.

 

The Hobbit: An Unexpected Journey (Dir. Peter Jackson)

3 de 5 estrellas.

Guión: Jackson y Del Toro.

Con: Martin Freeman, Ian McKellen, entre otros.