Suele encargarse la historia de enlazar a personajes de épocas y contextos distintos.

 

Gerd Mueller y Lionel Messi, separados por 40 años, tienen en común una capacidad predadora para hacer goles. Instinto voraz para hallar portería, aunque basado en muy diferentes talentos y cualidades.

 

En los dos casos, el destino mostró demasiado pronto que estaban hechos para jugar futbol, pero al mismo tiempo parecía empecinado en hacer difícil sus respectivas llegadas al profesionalismo.

 

Mueller, nacido no muy lejos de Múnich, en la aldea cervecera de Noerdlingen, se ocupó desde la más tierna infancia en quebrar cuanta marca goleadora le precediera. A los 16 años consumó una temporada de 180 goles. ¿Cuál era el secreto? En dialecto bávaro, apenas separando un labio del otro para que emergiera una voz ronca, respondía: “la ensalada de papa que hace mi madre”.

 

Tanto ruido se hizo, que un visor del Bayern Múnich fue a verlo y quedó intrigado. Su cuerpo era todo menos lo que puede esperarse de un futbolista y el entrenador clamó una frase hoy célebre en Alemania: “¿Qué se supone que haga yo con este levantador de pesas?”. Piernas cortas y rechonchas. Tronco grueso. Estatura apenas superior al 1.75. Caminar que simulaba lentitud y torpeza. No obstante, fue cuestión de tirarle cerca una pelota y comprobar que por sus venas corrían más goles que sangre.

 

Messi, en tanto, vio su primera luz en Rosario, Argentina, y pronto comenzó una rutina que hoy en estadios europeos prevalece: un diminuto ser driblando a diestra y siniestra en un mundo de gigantes. La diferencia, si acaso, es que a Mueller lo descubrieron cuando ya se sabía que más centímetros no adquiriría y en el caso de Messi a los 11 años se le detectaron problemas hormonales que impedían su crecimiento. El Barcelona decidió pagarle el tratamiento e incorporarlo a sus divisiones inferiores, ganando así uno de los cracks más rutilantes de la historia.

 

¿Qué hubiera pasado si nadie convence al cazatalentos de que el aparente levantador de pesas era futbolista? Probablemente lo mismo que si a oídos del Barça no llega la oportunidad de quedarse con el chaparrito de Rosario.

 

El asunto es que Mueller anotó 85 goles en 1972, una cifra que muchos grandes delanteros no han alcanzado ni sumando tres años. Ahora Messi totaliza 84. El miércoles contra el Benfica fue su primer asalto al récord y el intento terminó en pánico: el argentino se lesionó, temiéndose en su momento lo peor. Mientras salía en camilla, muchos auguraban que no volvería a tocar balón en el año y, por ende, que el récord escapaba. Pero Messi, como Mueller, está hecho de algo especial. Detrás de la frágil fisonomía hay un titán y su bajo punto de gravedad, por la estatura, lo hace difícilmente derivable.

 

Tuve oportunidad de entrevistar a Mueller en 2006. Por entonces, otra de sus marcas que lucía inalcanzable, tenía posibilidad de ser superada. El brasileño Ronaldo había logrado doce goles en los dos Mundiales anteriores y se encontraba a dos de los 14 que clavó Mueller entre México 70 y Alemania 74.

 

Encontrarse con el apodado Der Bomber der Nation (El bombardero de la nación), no era cosa difícil: todos sabían que ejercía orgullosamente su trabajo como auxiliar técnico del equipo juvenil del Bayern, donde resultaba habitual verlo levantarse de la banca a festejar cada que sus adolescentes pupilos hacían un gol. Lo complicado era que accediera a hablar un personaje de fama hermética e introvertida. Sólo tres décadas antes, Mueller era la mayor celebridad de Alemania. Grababa canciones, aparecía en fiestas, acaparaba periódicos. Fue al irse a la liga estadunidense que su nostalgia por las viejas glorias tornó en aburrimiento, luego en depresión y de ahí en alcoholismo.

 

Franz Beckenbauer, su compañero en el Bayern y la selección germana, lo rescató. Incluso vivió en casa del ex capitán, mientras entraba en rehabilitación y comenzaba a trabajar en el equipo de toda su vida. ¿Por qué en el Bayern B? Porque lo único que Gerd ya no quería eran reflectores. La fama lo hastió y sólo imploraba un puesto laboral que le permitiera entretenerse para no pensar en la bebida.

 

Finalmente pude hablar con él en una celebración de ex jugadores del Bayern Múnich. En primer plano aparecían Sepp Maier, Paul Breitner, Hans-Georg Schwarzenbeck, Uli Hoenness, Karl-Heinz Rummenigge, multitud de leyendas que hicieron grande al futbol germano… Del campeón goleador de México 70, ni pista. Lo encontré solo, apoyando sus codos sobre una mesa esquinada y riendo disimuladamente de las sonoras bromas que hacían sus viejos amigos. Sostenía un vaso de refresco que contrastaba con los enormes tarros de cerveza con que brindaban los demás. Muy delgado (mucho más que cuando jugaba), algo encorvado, con barba blanca y anteojos, respondía con voz poco audible en su dialecto bávaro que nunca fue remplazado por alguna forma más convencional del idioma alemán.

 

Tras un amistoso diálogo sin cámara, accedió a hablar y entonces comenzó la entrevista. Uno de esos personajes que dicen más con la mirada que con palabras. “¿Ronaldo? Sí, pienso que va a superarme. Ya es tiempo de que mis catorce goles queden atrás… Pero, ¿sabes algo? Ya duró mucho… Ronaldo, Ronaldo… Sí, él va a superarme”.

 

Entonces nos referimos al presente, al Bayern juvenil: “Tengo ahora una función distinta, me gusta mucho ser asistente del entrenador, gracias a eso recuperé mi vida. Soy muy feliz con ese trabajo… Ya es toda mi vida en el Bayern. Llegué en 1965 y recuperé la vida al volver hace seis años. Estuve cuatro semanas en el hospital. Cuando llevaba dos ó tres semanas internado querían que me quedara un largo período, pero yo dije que no, que me iba pronto a casa, que no volvería a beber… Y mi casa es el Bayern”.

 

Gerd fue el hombre típico de área, rematador a ultranza, artillero nato. Lionel, sin ser delantero centro como tal, posee una capacidad goleadora a tales niveles. Mueller solía convertir todas sus anotaciones desde el corazón del área; ahí donde él se paraba, el balón rebotaba magnéticamente. Messi suele encontrar las redes desde la más variada gama de disparos.

 

Dos cracks, que si no fuera por este récord, difícilmente hubieran sido relacionados. Sí, comparten orígenes en los que sus respectivos cuerpos parecían impedirles jugar futbol, pero lo que los une verdaderamente es su genética goleadora.

 

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