Obviamente el PRI ya había regresado al Palacio Nacional en los días postreros del segundo gobierno panista. Fue una tarde dominical del triste mes de abril y en el Patio de Honor había un catafalco de caoba con el cuerpo de Miguel de la Madrid.

 

Pero ayer, el Palacio Nacional se abrió de par en par con sus novecientas ochenta y cuatro ventanas; sus quince relojes, sus tres pisos; sus seis patios y sus estatuas, sus rincones de historia, sus cactus y sus vitrinas; sus salones de pisos pulidos y su esquina con elevador de fierro y sus pinturas y su recinto constitucional del liberalismo, para darle paso al presidente Enrique Peña Nieto, décimonoveno presidente desde la vigencia constitucional de 1917.

 

 

Ayer, el PRI no volvió al Palacio Nacional. Volvió a la Presidencia y quizá de manera casual Enrique Peña habló en un atril con destellos de plata, frente a una fuente cuyos chorros habían sido cegados minutos antes, y en cuya cúspide de platones patinados e invertidos y balaustra de bronce se alza, en el vuelo de Pegaso, el símbolo de la resurrección.

 

El caballo alado, cuyo vuelo amplía el cielo de la vida surgida de la sangre de Medusa muerta, dominó desde la altura de la fuente central, el renacimiento de quienes se presentan ante el país como herederos del liberalismo y la Revolución: los priístas y de entre ellos el presidente Peña.

 

 

Pero comprendamos a fondo el oculto sentido del símbolo y el por qué de ese mítico ser en Palacio Nacional. Lo cuenta Guillermo Tovar y de Teresa, cuyo hermano Rafael -inútilmente mencionado para la Secretaría de Educación Pública-, conversa animado con Beatriz Paredes en el bloque de invitados especiales.

 

“He aquí -en síntesis- lo que decía Boccaccio acerca del “caballo Pegaso”: fue hijo de Neptuno y de Medusa, concebido en el templo de Palas; de él afirma Ovidio (Fastos, III) que “se desliza por encima de las nubes y por debajo de los astros” e hizo brotar la fuente Castalia. (Metamorfosis, V).

 

 

“Decapitada Medusa por Perseo con la ayuda de Palas, de la sangre del monstruo nació Pegaso; transportado por él, emprendió Belerofonte su lucha victoriosa contra la Quimera.

 

“Pero, debajo del ficticio velo de sus fábulas ¿qué lección moral ocultan los poetas? Dice Boccaccio: que de “las hazañas realizadas discreta y deliberadamente surge rectamente la fama, pero de las hechas por azar con ningún derecho surge la fama”.

 

Por la fuente Castalia que brotó por los golpes de las fuertes pezuñas de Pegaso ha de entenderse la dedicación que ponen en su labor los que aspiran a conseguir nombradía y gloria temporales…

 

 

“…Pegaso es la figura de la fama inagotable de los hombres virtuosos e ilustres”.

 

Quizá por eso los asistentes, como antes diría alguien, le aplauden sin reserva cuando anuncia su propósito educativo, tan complejo como la lucha de Perseo contra Medusa, en un ámbito alejado de cualquier otra fuente Castalia, como no sea la legitimidad política:

 

“Ha llegado el momento de la Reforma Educativa.

 

“Una nación basa su desarrollo en la educación. El capital humano es la base del desarrollo y progreso de un país; ésta es la razón por la que corresponde al Estado la rectoría de la política educativa.

 

“Atendiendo a esta responsabilidad, en los siguientes días, enviaré al Congreso de la Unión la iniciativa para reformar el Artículo Tercero Constitucional y, en su momento, la subsecuente Reforma a la Ley General de Educación.

 

“Con esta reforma educativa, se establecen las bases para el Servicio Profesional de Carrera Docente. Habrá reglas claras y precisas, para que todo aquel que aspira a ingresar, permanecer y ascender como maestro, director o supervisor, lo haga con base en su trabajo y sus méritos, garantizándoles plena estabilidad laboral.

 

“De aprobarse la reforma por el Constituyente Permanente, dejará de haber plazas vitalicias y hereditarias en el Sistema Educativo Nacional.

 

“Esta reforma, también incluye la creación del Sistema Nacional de Evaluación Educativa, que identificará, de manera objetiva e imparcial, las necesidades de mejora de maestros, directores, supervisores, escuelas y autoridades.

 

“Adicionalmente a la reforma, he instruido al secretario de Educación Pública solicitar al INEGI la realización de un censo de escuelas, maestros y alumnos. Esta información, que hoy no se tiene, será la base de datos necesaria para lograr una operación más eficiente y transparente del sistema educativo de nuestro país”.

 

Los invitados (y las invitadas, dicen los cursis) se fatigaron las palmas cuando oyeron tan enjundiosa decisión del gobierno, por una sencilla razón: hasta entonces comprendieron cabalmente los motivos del nombramiento de Emilio Chuayffet en la Secretaría de Educación Pública.

 

Y entre todos ellos alguien siente un poco de comprensión entre tantos mares de agravio: Josefina Vásquez Mota a quien los empeños de reforma educativa le valieron la mitad de la zalea a manos de la lideresa magisterial, cuya cabeza hoy parece menos firme sobre sus hombros, escucha algo tan hermoso como una canción.

 

El presidente la saluda respetuoso (no lo hará sino con su antecesor, de cuyo nombre no quiero acordarme) y la consagración del Sistema Nacional de Evaluación Educativa y el censo escolar pleno, fueron ideas suyas cuya ejecución la política hizo imposible.

 

Pero al parecer ya nadie más le reconoce nada y no deja de ser una paradoja: Josefina maltratada en su campaña y en su partido, saboteada por quien alguna vez fue su jefe y la mandó inerme a luchar contra Elba Esther, como si Perseo no hubiera tenido una espada, hoy encuentra un sitio de reconocimiento en el discurso presidencial.

 

Y quizá lo quisiera compartir con alguien como suele hacerse con las íntimas satisfacciones, pero cuando pasa por la sala de prensa del Palacio Nacional, habilitada en los dos patios Marianos bajo la adusta mirada de Don Benito Juárez, no hay un solo reportero capaz de solicitarle siquiera un comentario, ya no digamos una entrevista y la señora se escurre con todo y su reconocimiento presidencial hasta la puerta de la calle de Moneda, veloz y silenciosa como un raudo fantasma vestido de blanco.

 

Fue la tarde del patio calmado y silencioso a pesar de la larga espera cuya pesadez se hizo tolerable, dicen, por la música de un DJ discreto cuya selección musical iba de Arturo Aquino con “Bésame mucho”, al “Huapango de Moncayo” en un estilo de sala de espera de cualquier aerolínea mexicana.

 

Pero los elegidos se codearon entre ellos, se chulearon sus rojas corbatas y se prometieron mutuas citas para comidas jamás posibles, pero fue muy bonito ver un mundo aséptico donde ni se veían ni se escuchaban las protestas, un patio adornado con banderas alejado de las estridencias de Ricardo Monreal.

 

Una bella tarde en el Palacio Nacional. Un lugar donde jamás despachará ni vivirá Andrés Manuel, quien comienza desde ahora el segundo capítulo de la provocación: quejarse de la represión.

 

Como sea, el futuro comienza hoy.