Peculiar y tenso trabajo el de los directores técnicos que de pronto se habitúan a tomar proyectos con riesgo de descenso.

 

Javier Aguirre, como ningún otro entrenador mexicano en la historia, decidió hacer carrera en España y no sólo eso, sino que además consiguió integrarse con éxito a la rueda de la fortuna de los estrategas de dicho futbol.

 

En el 2002, justo después de su primer Mundial dirigiendo al Tri, arribó de la única forma que es posible cuando se carece de un cartel internacional específicamente reconocido: con humildad y voluntad de mostrar su talento. El Osasuna, donde había sido jugador, le entregó su timón. Empezó por padecer para salvarlo de la caída a segunda división y a la cuarta temporada, consolidado en primera, incluso lo dejó en posiciones de Champions League.

 

Fue su mejor momento como DT. Por ello el Atlético de Madrid, tercero más laureado en la liga ibérica, lo contrató. Vinieron dos temporadas muy buenas y su nombre llegó a ser relacionado con grandes clubes en Italia e Inglaterra. Por entonces, Aguirre parecía haber trascendido ya la etapa de apagar incendios y anclar barcos a medio naufragar.

 

No obstante, la trayectoria de los directores técnicos es poco estable. El proyecto atlético torció a la tercera campaña del “Vasco” y fue despedido. Ahí volvió a la selección mexicana, a la cual llevó al Mundial 2010.

 

Se sabe –o al menos se afirma- que Aguirre anhelaba dirigir en la liga inglesa, lo cual hubiera resultado más sencillo con una gran actuación tricolor en Sudáfrica. Sin embargo, lo hecho por los verdes no pasó de lo esperable: octavos de final, misma ronda que se ha alcanzado siempre desde 1994, cuando el propio Javier era asistente de Miguel Mejía Barón.

 

Su relación con el contexto futbolístico mexicano quedó lastimada. Si la suplencia de Chicharito, si la alineación del Bofo Bautista, si la conferencia de prensa en la que ocultó la mirada bajo una cachucha. Al final, su segunda etapa con la selección terminó de forma muy parecida a la primera: desgastada y un tanto recriminada, con apenas memoria de la dignidad e inspiración que su liderazgo inicialmente supuso.

 

Cuatro meses después, el Zaragoza, endeudado y atrapado en la última posición, halló en Aguirre a su salvador. Con poco hizo demasiado y los aragoneses consumaron la permanencia. Ahí estuvo el mexicano hasta que en el siguiente torneo, con las brasas del descenso quemando, fue destituido.

 

Ahora, todo hace indicar que el Espanyol es su nuevo destino. Otra vez, el club con menos puntos. Otra vez, relevo en condiciones extremas. Otra vez, un equipo en crisis institucional. Otra vez, un cuadro que añora mejores épocas. Pero, a diferencia de lo sucedido con Osasuna o Zaragoza, la entidad periquita no tiene uno de los presupuestos más bajos, siendo el octavo en ese rubro.

 

Seguramente cuando Javier Aguirre decidió hacer carrera en España, no consideraba que diez años después volvería a ser utilizado como salvavidas, pero así es su profesión. Sabe bien él que sólo hay un camino posible para dirigir en circunstancias menos riesgosas: triunfando, como lo hiciera con el humilde Osasuna.

 

@albertolati

 

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