La historia ha sido más o menos así: al medio tiempo del cotejo Manchester United-Arsenal del pasado sábado, Robin van Persie del United, regaló a André Santos, del Arsenal, su uniforme. Desde hace cuatro meses, Van Persie ha sido catalogado como traidor por la afición del club pistolero al haber forzado su salida en el anterior verano, marchándose además a un acérrimo rival. De capitán gunner pasó en pocas horas a irredimible enemigo público, lo cual se acentuó con el gol que marcó a sus ex compañeros instantes antes de obsequiar la playera.

 

Planteado dicho preámbulo, es momento de ahondar en la tormenta desatada en contra, ya no del ofensivo holandés (quien, por cierto, tuvo el gesto de no festejar el tanto anotado al Arsenal), sino del futbolista brasileño que, evidentemente, no entendía en la que se estaba metiendo.

 

Tan profunda huella puede dejar dicho episodio en André Santos, que muchos aseguran que difícilmente volverá a ser aceptado por su afición y que terminará pronto por marcharse a menos hostil puerto. Voces célebres del Arsenal (incluido el presentador de noticias Piers Morgan o varios ex jugadores) desataron una auténtica cacería en contra del amazónico.

 

El intercambio de uniformes es una de las facetas que más ennoblece al a menudo soez futbol. Lealtad hacia el enemigo deportivo, compañerismo, dignidad habiendo ganado o perdido, reconocimiento de los talentos rivales, comprensión de que tras noventa minutos de juego todo vuelve a la normalidad y pueden emerger valores como amistad y respeto.

 

Milenios antes de que en el contexto futbolero se convirtiera en tradición, en entornos bélicos ya había aparecido este ritual un tanto totémico. Narra el gran helenista Robert Graves en su libro La Guerra de Troya, que Áyax y Héctor decidieron intercambiar elementos de sus respectivas armaduras luego de sostener un arduo combate que no tuvo ganador:

 

¡Dejad de luchar! –gritaron-. Respetad a la diosa de la noche que está a punto de bajar el telón sobre vuestra batalla.

 

Tras lo cual, respetuosamente efectuaron dicho intercambio, aún dentro de la madre de todas las guerras, como puede ser considerada la de Troya.

 

Ya en el futbol apareció por primera vez en 1931, cuando Francia goleó a la selección inglesa y quiso quedarse con algún recuerdo de tan memorable ocasión.

 

Conforme los jugadores empezaron a disponer de mayor cantidad de camisetas (antes tenían una por año) el ritual tomó fuerza. Futbolistas humildes buscan uniformes de rivales consagrados y las grandes estrellas tienen inmensas colecciones de casacas, en un hábito casi exclusivo del futbol (el único otro deporte en el que suele emerger es el remo).

 

Robin van Persie, visto como Judas en territorio del Arsenal, arrastró involuntariamente a otro jugador gunner al libro de los traidores. André Santos se disculpó de inmediato pero sabe que, sin haberse dado cuenta, convirtió al uniforme número 20 del United en el souvenir más caro de su carrera… Y todo detrás del protocolo más noble que rodea a esta actividad.

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