Que si Romney nos mencionó junto a Colombia y Chile; que si desea mayor integración comercial; que si Obama es mejor persona; que si Obama ve por las minorías; que si Romney apoya la ley Arizona; que si Obama apoya a los dreamers…

 

Cada cuatro años, con una pregunta a la mexicana se intenta conocer la conveniencia del voto estadunidense. ¿Qué le conviene a México: demócrata o republicano? Existen varias razones con las que se concluye que lo mejor es sepultar el cuestionamiento. No es posible comparar a Reagan con Bush hijo ni a Clinton con Obama. Ni el Muro de Berlín obstruyó a Obama ni las torres gemelas le quitaron el sueño a Reagan. Se dice fácil pero el Muro y las torres cambiaron el sentido de la política exterior de Estados Unidos, y por ende comercial.

 

Si lo vemos desde México, tampoco podemos pensar en comparar a Salinas de Gortari con Echeverría o López Portillo. El primero, más allá de las polémicas, tuvo la suerte de encontrarse con un republicano que tenía empatía e intereses con México. El primer día de gobierno, Carlos Salinas no reveló su intención de articular un TLC con Estados Unidos y Canadá. Tuvo que conocer las intenciones de Bush padre para detonar la ruptura, con lo que su momento parecía un Código del Buen Mexicano: la sustitución de importaciones.

 

El segundo elemento que justifica la desaparición de la pregunta es el mapa ideológico de la política. La política exterior de Estados Unidos es unilateral a menos de que existan consensos. Por ejemplo, el presidente Chirac chocó con Bush hijo en el Consejo de Seguridad de la ONU. El tema de Irak quebró las relaciones de manera no oficial (el peor estado de las relaciones diplomáticas porque, al menos, cuando se oficializa la ruptura las poblaciones confrontadas por sus gobiernos pueden ejercer presión para realizar una sutura) entre Estados Unidos y Francia. No olvidemos aquella puntada de eliminar el nombre de papas a la francesa. Lo mejor era llamarlas papas libertad.

 

Del segundo punto se deriva el tercero: la disipación de las ideologías. La frontera entre republicanos y demócratas está los llamados valores. Unos dirán que la economía. Falso. Las teorías económicas que emergieron de Bretton Woods se mantienen: Hayek contra Keynes. El tema del aborto o de los homosexuales forman parte del corazón estadunidense mientras que el económico es la piel.

 

Una de las creaciones del marketing político lo vimos al inicio del gobierno de Tony Blair a través de la Tercera Vía que no era otra cosa que justificar la ausencia del socialismo a través de los beneficios sociales nórdicos. Aunque se haya tratado de alquimia disuasiva pero funcionó. Así que tampoco funciona la pregunta sobre la posición ideológica entre republicanos y demócratas hacia el exterior, es Estados Unidos.

 

El cuarto y quinto elementos forman parte de la coyuntura del 2012. El primero de ellos es la posición de Peña Nieto frente al presidente de Estados Unidos. ¿La conocemos? ¿Le solicitará la enchilada completa? ¿Continuará con el monotrema del presidente Calderón como único elemento protagónico de la relación bilateral: el narcotráfico?

 

Finalmente, el quinto elemento se llama Obama. En cuatro años, la relación con México la hizo con el piloto automático. Poco más se puede agregar en este tema.

 

Bajo el arraigado etnocentrismo mexicano se cree que las asimetrías con Estados Unidos se reducen con la interrogante: ¿quién nos conviene más? Bajo esa premisa, se asoma la posición de The Economist: más vale malo por conocido. Mediocre justificación.

 

Lo mejor es preguntarle a Peña Nieto si emulará a Carlos Salinas de Gortari en la búsqueda de empatías con el vecino. El poder blando es la puerta de entrada al poder duro.

 

Lo que le conviene a México es que le vaya bien a la economía estadunidense. Todo lo demás hay que dejarlo al azar como le sucedió al presidente Carlos Salinas: para ser amigos de conveniencia hay que trabajar con los elementos empáticos.