Entre las elecciones del pasado julio y la toma de posesión de Enrique Peña Nieto, la euforia electoral no cesa. El fenómeno lo comprueba uno al llegar al aeropuerto de Washington con destino a las elecciones estadunidenses. Olga Pellicer y Susana Chacón, dos estudiosas de la saga electoral de nuestros vecinos, deliberan sobre escenarios posibles.

 

Con ellas confirmo que sí, que faltan pocas horas para conocer el resultado electoral: por momentos, en Washington es necesario retar a la memoria para que no olvide que mañana habrá elecciones. La competencia es fuerte: los Acereros y los Gigantes roban la atención en los bares de los hoteles. Al menos en The Liaison, que se encuentra a tiro de retina del Capitolio; otro escenario sucede en el Hilton en el que, como ocurrió en el aeropuerto, un grupo de mexicanos se encuentra montando estudios de televisión. “Ya está aquí López Dóriga”.

 

Una voz emerge del lobby para confirmar que el periodista, a quien no le gusta la política exterior, está en Washington. En realidad, las elecciones estadunidenses son la última escala antes de llegar al primero de diciembre.

 

La oscuridad de Washington transfiere la sensación de que el frío electoral recorre las avenidas de la capital. No hay nada más depresivo que recorrer las carreteras de Estados Unidos los domingos a 48 horas de la elección.

 

El ambiente lo ponen los cuartos de guerra y la televisión. El espectáculo de las elecciones de Estados Unidos se zapea; quizá Ohio sea un carnaval; también Miami. Pero Washington es un refrigerador electoral.

 

A dos calles del hotel se siente el invierno del desempleo: 7.9 grados. Aparece una larga fila de desempleados que reciben alimento. El calor está en los cuartos de guerra. En ellos, los científicos electorales hacen sumas y articulan tácticas de marketing para asegurarse de que la gente saldrá a votar. Son ellos, los científicos electorales, los que juegan con nosotros. Ya conocen al ganador de mañana pero aparentan lo contrario para que el estado de ánimo encuentre su clímax al cierre de las casillas. En realidad, lo único que miden los científicos electorales son los imponderables: huracanes, futbol americano y alguna otra actividad que arroje eventualidades positivas o negativas.

 

Nosotros, lo interesados en realizar dos, tres o hasta cuatro lecturas entre líneas, sobre las estrategias de los demócratas y republicanos, pensamos en las típicas variables cliché: desempleo, crecimiento económico, seguro de vida, latinos, migración e Irán, entre algunas de ellas.

 

Los científicos son los hacedores de emociones. Nosotros insistimos en ser racionales. Y es que las elecciones son, antes que nada, una ceremonia de escenarios que posiblemente existirán a cambio del voto.

 

En Washington no hay zapping.

 

Lo recomendable es pensar en el carnaval de Ohio, en las sorpresas de Miami o en el comodín de Virginia. Todo lo demás es Washington.