Gira la pelota sobre césped escocés. Gira rápida sobre una hierba habituada a recibir lluvia la mitad de los días del año. Gira y, al hacerlo, traslada las emociones de un extremo al otro.

 

Gira como la vida, como las circunstancias, como los contextos.

 

Ha pasado apenas un año pero entonces el Rangers jugaba la ronda previa de la Champions League. Su marca era percibida como toda una mina de oro. Aspiraba, como siempre en tan poco competido futbol, a obtener todos los títulos del futbol escocés. Siete veces, más que nadie en el mundo, había logrado ganar el denominado trébol (liga, copa y copa de la liga en la misma temporada). ¿Cómo entender la dimensión de su hegemonía? Comparemos sus 54 ligas conquistadas con las 32 del Real Madrid o las 19 del Manchester United.

 

Sin embargo, hoy el Glasgow Rangers vive una situación muy distinta. Juega en la cuarta categoría del futbol escocés, tras haber sido disuelto el club original por declararse en bancarrota. Una nueva institución con mismos colores, aficionados y reivindicaciones, fue fundada en el escalafón más bajo del futbol de esta región del norte de la Gran Bretaña.

 

Mientras el Celtic, su acérrimo rival, camina tranquilo a coronarse en la Liga Premier escocesa, extraña al Rangers demasiado, no lo admite pero ruega secretamente por su regreso. De hecho, todos en la Premier League lo echan en falta. No tener al Rangers en su torneo representa una pérdida aproximada de casi dos millones de dólares por equipo y eso dificultará los balances económicos de varios. Es verdad que siempre fue una liga falta de competitividad, una liga bicéfala, mas sus aforos solían superar a los de Portugal, Grecia, Bélgica o Rusia, y eso va cambiando sin el Rangers. El mismo contrato de televisión fue renegociado este verano a la baja, ya que la audiencia inevitablemente desciende sin el gigante a bordo.

 

No obstante, para el Celtic es un problema de mayores dimensiones. Sus seguidores fueron criados para venerarlo en la misma medida que odiaban al Rangers. Agrios enemigos en la cancha, uno y otro se definieron históricamente con base en ser lo opuesto respecto al contrincante. Celtic católico, Rangers anglicano. Celtic pro-independencia irlandesa, Rangers pro-soberanía británica para toda la isla. Celtic celta, Rangers sajón. Celtic alguna vez recaudando fondos para el Ejército Republicano Irlandés, Rangers en cierto punto afín a los paramilitares unionistas.

 

Por ello a su derby se denominó desde hace más de un siglo, The Old Firm, la vieja empresa: porque fueron dos clubes maestros en lucrar con odio, rencores y venganzas derivados de tan complicados episodios históricos; antagonistas en público, socios -sin necesidad de aceptarlo- en privado.

 

A nadie sorprende entonces que Kris Commons, futbolista del Celtic, recién expresara su deseo de que Rangers avanzara a semifinales de la copa de la liga, evento que aglutina a equipos de todas las divisiones. Celtic ya estaba clasificado a dicha instancia y esperaba rival, pero todo el entorno futbolero de Escocia olvidó una cosa: será la misma pasión del Rangers, mas se trata tan sólo de un cuadro de cuarta categoría que recientemente se desprendió de 28 futbolistas.

 

Como no podía ser de otra forma, Rangers cayó goleado por un contendiente de medio pelo de la Liga Premier y quedó fuera del torneo. Por ahora no habrá derby. Por ahora Celtic tendrá que explorar otras perspectivas de negocio o algo que regrese a sus aficionados a comprar uniformes, a llenar tribunas, a profesar una religión muy debilitada al carecer de demiurgo malo: ¿Cómo clamar que eres la representación de todo lo bueno, si todo lo negativo perdió rostro? Es exactamente la disyuntiva del Celtic.

 

Al tiempo, Rangers llena gradas en el abismo. Hasta 50 mil personas han acudido a verlo contra cuadros semi-profesionales donde juega el electricista del barrio o el profesor de educación física de la primaria.

 

Como director técnico se quedó Ally McCoist, leyenda de esta institución y de la selección escocesa. Todo apuntaba a que también él dejaría la sumergida embarcación, pero pudo más su amor al equipo, su compromiso con devolver ese uniforme a donde corresponde.

 

McCoist cuenta con Lee McCullough como capitán. Veterano que prefirió jugar en tan humildes sitios –escenarios de hasta mil 500 personas con vestidores muy diferentes a los que meses atrás utilizó- antes que buscar otros horizontes.

 

Como sucedió con River Plate cuando estuvo en la división B argentina o como pasó con la Fiorentina al caer hasta la cuarta italiana, el público confirma que incondicionalidad y masoquismo pueden marchar de la mano. El gigante escocés no está solo en sus horas más críticas y miles pujan porque regrese, categoría a categoría, ascenso por ascenso, año con año, hasta la Liga Premier.

 

Sus cotejos son transmitidos por Sky Sports, lo cual agradecen muchísimo los modestos rivales. Esto a la vez genera en el torneo un afán de darlo todo contra Rangers, pues probablemente no volverá a existir ocasión de que visores y directivos puedan cazar el talento extraviado en ese torneo. Representa, sin duda, el momento soñado por los humildes de este deporte.

 

La directiva del Rangers pretende incentivar a los aficionados a comprar acciones del club, bajo el entendido de que si la institución regresa a primera en tres años, dichos paquetes aumentarán exponencialmente su valor… Aunque no ha sido asunto fácil esa tarea: una cosa es viajar kilómetros para apoyar a tu club y otra poner tus ahorros al servicio de la operación-retorno.

 

Con estadios llenos en cuarta, Rangers inició meses atrás el camino de regreso a la Liga Premier. Con estadios vacíos en la Liga Premier, sus rivales lo esperan con brazos abiertos.

 

Y, mientras tanto, gira veloz la pelota sobre húmedo pasto escocés. Gira incontenible, tal como las inesperadas y paradójicas circunstancias de la vida.

 

 

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