En Inglaterra vuelve a involucrarse la policía en una investigación relativa a lo que se dice en la cancha, al tiempo que en España un argentino, el técnico Diego Simeone, ha puesto en perspectiva el nivel de violencia verbal bajo la afirmación “¿Sabes lo que es ir en Argentina? Aquí es como ir a Disney”.

 

¿Dónde y cómo fijar el límite de lo permisible para lo que se grita en un estadio? Dificilísimo tema cargado de nociones homofóbicas, racistas, nacionalistas, pasionales y hasta religiosas.

 

Se entiende –o solía entenderse- que quien paga boleto para un espectáculo deportivo, ha comprado también derecho para manifestar sonoramente su euforia o molestia. Tal como en el viejo Coliseo de gladiadores, resulta parte de un esquema de catarsis: sentarse en una tribuna para sacar rabia acumulada bajo otras instancias de la vida. ¿Y eso autoriza a alguien a rebasar el límite de lo políticamente correcto? ¿Y eso da pie para exclamar frases que difícilmente se permitirían bajo otra circunstancia? ¿Y cómo ha de contestar quien es presa de los insultos o burlas?

 

José Mourinho ha dicho que su dirigido Cristiano Ronaldo responde con educación a lo que escucha desde las gradas. Y no ha mentido. Que su pose sea narcisista, es otro tema, pero normalmente lo vemos reaccionar al acoso del fanático rival bajo irónicas señales de “calma, calma” al hacer un gol y no bajo actos implícitamente violentos.

 

Como si no bastara con lo que desciende del aforo hacia la cancha, en el terreno de juego mismo también sucede demasiado. Desde la temporada pasada, Inglaterra ha decidido utilizar su Liga Premier como ejemplo de la tolerancia cero a emplearse con quienes utilicen un insulto racista. Muchos entonces alegarán: “pero decirle algo a un futbolista negro bajo el calor del partido, no significa que seas racista”. Con todo respeto: entonces no lo digas, entonces no aludas al color de piel, entonces no bases tu intento de desequilibrarlo mentalmente en argumentos de ese corte.

 

La temporada pasada se involucró Scotland Yard, la policía británica, en el caso de los insultos racistas presuntamente dichos por John Terry a Anton Ferdinand. Tras demasiados escándalos (entre cuyas consecuencias ha de contarse la renuncia de Fabio Capello como seleccionador inglés), Terry fue llamado a corte, pero el contexto quedó más polarizado.

 

Ahora Scotland Yard investiga de oficio las acusaciones en contra del árbitro Mark Clattenburg. Durante el cotejo del fin de semana entre Chelsea y Manchester United, el silbante habría insultado tanto al nigeriano John Obi Mikel como al español Juan Mata, aludiendo en el primer caso al color de piel y en el segundo a la nacionalidad.

 

Difícilmente se conocerán las palabras proferidas por el juez central, así como si existió provocación de parte de los futbolistas en tan polémico partido (dos expulsados, gol en fuera de lugar, disputa de puntos clave para el título de liga).

 

Plantean desde Inglaterra que la solución radica en grabar todo lo dicho por el árbitro a fin de evitar confusiones o difamaciones. Más bien, la solución sigue estando muy lejos del futbol, en la educación de quienes lo juegan y lo ven.

 

Si una grada que insulta y discrimina es vista comparativamente como Disney, es señal de que este problema no pertenece al deporte, sino a la sociedad en cada uno de sus niveles. Podremos entonces ejemplificar y escarmentar futbol de por medio (que obviamente algo ahí hay que hacer), mas seguiremos atacando síntomas y no enfermedades.

 

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