Se suponía que las fronteras europeas perderían importancia, que los nacionalismos mermarían bajo un nuevo sentido europeísta, que los viejos prejuicios causantes de odio, rencor y sangre, simplemente caducarían. Se suponía que para este momento el viejo continente podría gritar con elocuencia el lema In varietate concordia (unidos en la diversidad) acuñado en el 2000 y de dudosa aplicación doce años después. Se suponía que estábamos ya en otros tiempos.

 

El cotejo eliminatorio entre españoles y franceses del próximo martes ha sido declarado de alto riesgo por las autoridades ibéricas, situación que hace remitirnos a los orígenes de una rivalidad que parecía digerida y cicatrizada.

 

Broncas recientes en cotejos deportivos, envidia por los triunfos del vecino, acusaciones de dopaje, difamaciones que han sido llevadas a corte, guerras de declaraciones, relecturas de medio siglo de incómoda historia, todo mezclado por españoles y franceses bajo un contexto de Europa en crisis.

 

En materia futbolística la enemistad es relativamente reciente. Durante cien años los españoles calentaban más sus partidos contra el otro vecino, Portugal, y los franceses vivían mucho más obsesionados con imponerse a Alemania, Inglaterra o Italia. Nada de mencionar a Habsburgos, Borbones o Bonapartes, al ver entre ellos rodar un balón.

 

Llegaron a la final de la Eurocopa 84 y un craso error del portero hispano, José Arconada, propició el gol de Michel Platini para la coronación francesa. Se habló de futbol y nada más.

 

Se encontraron en cuartos de final de la Euro 2000 y ahí Raúl erró un penal que hubiera significado el empate español de último segundo. Avanzaron los galos y el común de los ibéricos estuvo demasiado ocupado lamentado el nuevo fracaso, como para hurgar en añejos archivos.

 

El destino volvió a emparejarlos en octavos de final de Alemania 2006 y los treintañeros franceses, encabezados por Zinedine Zidane a días del retiro, echaron fuera a una España que otra vez defraudaba su condición de favorita. La relación empezó a enrarecerse, los rencores históricos a desempolvarse, la desconfianza mutua a revivirse, y todo con deporte de por medio.

 

Para ese momento, Francia lamentaba no hallar tenista que reconquistara el torneo Roland Garros (último título de un local, Yanick Noah en 1983), y ciclista que recuperara para la Patrie el Tour de Francia (más cercano precedente, Bernard Hinault en 1985), y piloto que devolviera la bandera gala a lo más alto del deporte motor (en Fórmula 1, desde Alain Prost en 1993).

 

Al mismo tiempo, el deporte español entraba en impresionante auge. Rafael Nadal se convertía en rey del Roland Garros con siete coronas, pero antes que él varios hispanos más lo conquistaban. Miguel Induráin y otros ciclistas daban a España casi la mitad de los títulos disputados en el Tour de Francia durante los pasados veinte años. Fernando Alonso brillaba en Fórmula 1, aunque también en motociclismo sus compatriotas acaparaban campeonatos. Pau Gasol confirmaba a los ibéricos como segunda potencia mundial de baloncesto tras Estados Unidos… Y, por si algo faltaba, en futbol ninguna selección ha tenido racha tan impresionante como la de la actual España: consecutivamente, Eurocopa 2008-Mundial 2010-Eurocopa 2012.

 

Los medios franceses reavivaron en cierta medida la disputa. El rotativo Le Monde acusó al club Barcelona de dopaje y posteriormente se vio obligado a pagar una indemnización al cuadro catalán. La televisora Canal Plus dedicó buena parte de sus segmentos de guiñoles a acusar de dopaje a todo campeón español (aparecían con jeringas muñecos de Iker Casillas, Pau Gasol, Alberto Contador –él mismo despojado de un Tour por clembuterol- y Rafael Nadal). El ex tenista Yanick Noah habló en distintos espacios de que los deportistas de su frontera sur recurren a una “poción mágica”.

 

A más indignación española, más crecían las ironías y críticas francesas, y más se mezclaban los antecedentes históricos a la resucitada rivalidad. Por ello cuando les tocó enfrentarse en la pasada Eurocopa a nadie sorprendió que la televisión española emitiera previo al cotejo el documental Los últimos días de Napoleón.

 

Entonces sí, los que no sabían de historia improvisaron y los que algo conocían hablaron… Que si la envidia francesa durante los 1500 por el inmenso imperio español, que si el rencor hispano por la batalla de Rocroy perdida ante los galos en 1643, que si los Borbones (dinastía francesa) lograron heredar la corona española, que si la invasión napoleónica de la península ibérica y la consiguiente coronación de José Bonaparte, que si el trato dado por los franceses a refugiados españoles durante el franquismo…

 

Previo a Londres 2012 ya a pocos sorprendió una bronca en baloncesto entre estas dos selecciones, y menos las posteriores polémicas durante los Olímpicos mismos. Francia recriminando a España el haberse dejado perder con Brasil para evitar a Estados Unidos hasta la final y Pau Gasol respondiendo, “Puedo entender que estén frustrados, perder una y otra vez con el mismo equipo debe ser duro”.

 

Así ha desgastado el deporte una relación que parecía cordial y más allá de añejísimas discusiones. Por ello la Comisión contra violencia, racismo, xenofobia e intolerancia en el deporte, ha catalogado como partido de alto riesgo el que sostendrán el martes españoles y franceses.

 

Nada de que sorprendernos. Consecuencia obvia de días difíciles en los que es reconfortante hábito distraerse reviviendo -y deformando- el pasado. Hasta parece que para eso existe el deporte.

 

 

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