Este miércoles Barack Obama, y el republicano Mitt Romney se enfrentarán al primero de tres debates en lo que es el último mes de campaña presidencial en Estados Unidos.

 

La tradición de estos encuentros se remonta a 1960, cuando los candidatos que en ese momento se disputaban la presidencia de este país, el republicano Richard Nixon y el demócrata John F. Kennedy, se enfrentaron en el primer debate televisado de la historia y que ante un Nixon nervioso e incómodo le abrió a Kennedy la simpatía de los votantes.

No fue hasta dieciséis años después de que Nixon sucumbiera ante Kennedy que otros dos candidatos se expusieron al escrutinio de los focos: en 1976, el presidente Gerald Ford retó a su rival demócrata, Jimmy Carter, a un duelo televisado, en el que una sola frase del mandatario le costó la reelección.

“No hay ninguna dominación soviética en el este de Europa”, aseguró Ford, en una aparente desconexión con la política internacional.

Cuatro años más tarde, en 1980 fue Carter quien buscaba la reelección y quien se estrelló en un único debate ante un Ronald Reagan que, apoyado en su buen porte, repetía a la audiencia la misma pregunta: “¿Está usted mejor que hace cuatro años?”.

 

Reagan consiguió también prevalecer en su debate de 1984 contra el demócrata Walter F. Mondale, quien insistía en hacer de la edad del entonces presidente, 73 años, un obstáculo para su reelección.

“No voy a explotar, por razones políticas, la juventud e inexperiencia de mi rival”, replicó Reagan. Ni Mondale, pudo contener la risa del comentario; el demócrata declararía después que eso había acabado con su campaña.

 En 1988 el candidato demócrata , Michael Dukakis, perdió la batalla ante el republicano George Bush, simplemente por dejar claras sus convicciones. Dukakis reiteró su oposición a la pena de muerte justo cuando el moderador del debate le preguntó si pediría esa condena en caso de que un hombre violara y matara a su mujer, Kitty, en un momento que reforzó su imagen de tecnócrata frío, según los historiadores.

 

El republicano George Bush llegó entonces a la Casa Blanca, pero cuatro años después tuvo que enfrentarse a la destreza política del demócrata que le desbancaría, Bill Clinton.

 En un debate que incluía preguntas del público, Clinton se levantaba de su silla y se acercaba a la audiencia para hablarles, mientras Bush miraba su reloj impacientemente, supuestamente para demostrar que su rival se había excedido en su tiempo.

 

Pero llegaría George W. Bush e increíblemente le arrebataría esa destreza a los demócratas. El que fuera vicepresidente de Clinton, Al Gore, vio perjudicada en 2000 su ajustada carrera contra Bush hijo al suspirar constantemente en las intervenciones de su rival, un pequeño detalle que transmitió “arrogancia” a muchos votantes.

El propio Obama no ha conseguido plasmar en los debates el mismo carisma que caracteriza sus discursos, y durante las primarias se mostraba tan distante que incluso algunos analistas coincidieron en la idea que parecía que pensaba que los debates no importaban.

Sus controversias con Hillary Clinton se repitieron una y otra vez durante sus encuentros en las primarias demócratas de 2007.

 

Sin embargo cuando tuvo que enfrentarse al senador John McCain, a quien tampoco no le había ido muy bien en los debates con los contrincantes de su partido, se ganó a los votantes con su argumentación acerca del estado de la economía norteamericana.

 

Así que cuando esta noche Obama y Romney se sitúen frente a sus respectivos atriles aspirarán a tener la suerte de John F. Kennedy cuando Nixon le entregó en bandeja un importante impulso y continuar así, con una tradición en el que la imagen y el discurso de los candidatos sí resultan decisivos para determinar las preferencias del electorado.