El gesto del delantero del club Lazio de Italia, nos remite a los orígenes del futbol moderno, cuando no era necesario tener árbitro. Noble actitud, aunque no por ello su ejemplo tendrá demasiado eco. Pero ¿quién es Klose? Uno de los atacantes más eficaces de los últimos años. Veterano que nunca se desprenderá del semblante algo nostálgico de la Polonia donde nació y de la que emigró a Alemania. Tipo al que le iba bien el adjetivo de intachable –buen profesional, disciplinado, cero conflictos- y que hoy vuelve a ser ejemplar.

 

Cómo estará un deporte en el que lo ético se convierte en excepcional.

 

Miroslav Klose, delantero alemán del club Lazio de Italia, anotó un gol con la mano que el árbitro ya había validado, sólo que el futbolista tuvo la honestidad de admitir la equivocación y solicitar la anulación del mismo.

 

Por supuesto que el gesto del goleador germano enaltece valores supremos para esta disciplina pero, más allá de eso, evidencia las carencias éticas con las que suele manejarse esta actividad (lo cual, me temo, es metáfora a otra escala de lo que pasa a diversos niveles en la sociedad: sacar ventaja, preocuparse más por maquillar la trampa que por evitarla, convertir la mentira o corruptela en rutina).

 

Lo de Klose remite a los orígenes del futbol moderno, cuando no resultaba necesario tener árbitro. Era un juego de aristócratas y la moral victoriana podía aprobar todo tipo de barbaridades en las colonias o protectorados británicos, pero nunca la violación del juego-limpio en los deportes llamados a forjar a las élites en los colegios ingleses.

 

Sucede que cierto día fue más importante ganar que la manera de conseguirlo; que los capitanes (cargo que implicaba honor y liderazgo, no simplemente gafete) ya no lograban ponerse de acuerdo respecto a polémicas; que aquello de frenar partido y preguntar, “Oye, ¿sí le pegaste?”, o “¿Fue con la mano?”, o “¿Estás seguro de que no te tropezaste, de que entró el balón, de que había fuera de lugar, de que fue una acción legal?”, ya no bastaba como remedio.

 

Entonces se eligió a una figura neutral que observaría desde afuera y sólo opinaría en caso de existir disparidad de opiniones. Por un tiempo, la solución a casi toda polémica estuvo ahí, hasta que dejó de ser suficiente porque ya nadie le escuchaba, porque ya era necesario tenerlo adentro, cuanto más cerca del balón mejor, a fin de no protestar su criterio.

 

Ese maravilloso invento de los ingleses (o “uno de los mayores crímenes de Inglaterra” en palabras del anglófilo Jorge Luis Borges) llegó a cada rincón del planeta y tomó diversas formas de expresión, aunque en casi todos los casos salió reforzada una nueva realidad: las canas no bastaban al árbitro para imponerse en momentos de alboroto. Entonces se le dio un banderín a fin de ondearlo en caso de crisis. Pocos años más y el pañuelo ya tampoco era visible. Así se concedió silbato a los árbitros, tal como en 1850 se había hecho lo mismo con los policías londinenses cada vez menos escuchados en lo que por entonces se denominaba caos urbano.

 

Y un árbitro, ya tan sudado como los jugadores y más insultado que nadie en la sociedad, dejó de abarcar la cancha. Y se introdujeron dos auxiliares con banderines. Y los auxiliares recibieron estatus de asistentes a fin de opinar de todo. Y un cuarto árbitro se colocó entre las bancas. Y un quinto y un sexto detrás de cada portería. Y nada basta porque la tecnología desnuda todo con 40 cámaras apuntando al mismo rectángulo verde, y porque adentro del rectángulo verde el común de los jugadores –reflejo del común de los aficionados o viceversa- sólo piensa en ganar y poca relevancia poseen los medios para eso conseguir: lo que importa no es que entre, sino que cuente.

 

Por ello la imagen de Klose, abrazado por sus rivales tras semejante acto de caballerosidad, representa tanto. No es la única ocasión que algo similar ha sucedido. Podemos pensar, por ejemplo, en el técnico del Arsenal, Arsene Wenger, haciendo repetir un partido de su equipo debido a que se había ganado con un gol anti-deportivo (marcado mientras los rivales estaban distraídos, tras sacar el balón para que el cuerpo médico atendiera a un compañero lesionado). Otro caso parecido se ha dado con penaltis que el mismo jugador beneficiado o supuestamente fauleado suplica al árbitro no sancionar: Robbie Fowler, delantero del Liverpool, vivió esa situación en 1997, aunque el silbante fue tan terco como para no hacer caso a sus gritos de “¡No me tocó, no fue faul!”… Y Robbie falló el penal, pero, según dijo después, sin intención de errarlo. Todo esto nos lleva a desempolvar la hemeroteca y hallar un precedente claro en 1906, con el cotejo entre las todavía amateurs selecciones de Inglaterra y Francia; Vivian Woodward voló su disparo tras considerar que la mano castigada al rival no había sido intencional… Mas Woodward ya había anotado cuatro goles y poco afectaba al resultado dicho cobro. ¿Otro precedente en tan limitada lista? Sí y no será coincidencia que sea con el mismo Miroslav Klose. Ocho años atrás le concedieron un penal injusto en la liga alemana; tras dialogar con el pitante, le hizo entender que se había confundido y se modificó la decisión.

 

¿Quién es Klose? Uno de los atacantes más eficaces de los últimos años.  Veterano que nunca se desprenderá del semblante algo nostálgico de la Polonia donde nació y de la que emigró a Alemania. Goleador regular que nunca ha brillado tanto en sus diversos clubes como en Copas del Mundo (tanto, que en ellas totaliza 14 tantos, cifra sólo superada por los 15 del brasileño Ronaldo). Tipo al que le iba bien el adjetivo de intachable –buen profesional, disciplinado, cero conflictos- y que hoy vuelve a ser ejemplar.

 

Ejemplar, aunque no por ello su ejemplo tendrá demasiado eco. Más bien será insólito y hasta anacrónico, desapegado de esta época, propio de una era de pantaloncillos a la rodilla, incómodos uniformes abotonados, bigotes decimonónicos, partido con tintes de hermanos Lumiere. Exótico como un koala. Tanto, como hallar ese tipo de ética en una cancha.

 

@albertolati

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