A los 12 años ya se lo peleaban los mejores clubes de Inglaterra. A los 15 ya suscitaba polémicas si lo convocaba la selección infantil inglesa y lo privaba de jugar con los equipos inferiores del Liverpool. A los 17 ya deslumbraba jugando en primera. A los 18 no sólo asistía al Mundial de Francia 98 sino que metía el gol más bello del torneo tras driblar a cuanto rival argentino le salió al paso en cotejo de octavos de final.

 

Es la historia de Michael Owen cuyos 32 años parecen pocos comparados con la cantidad de tiempo que tiene sin jugar con regularidad.

 

Rápido, potente, hábil, resolutivo, desequilibrante, técnico, disciplinado, Owen tenía todo para ser uno de los grandes cracks de su generación. De hecho, mientras las lesiones tuvieron algo de misericordia, caminó rumbo a ese altar y obtuvo el Balón de Oro 2001.

 

Su declive fue prematuro, quizá tanto como lo había sido su irrupción en la élite futbolera. En el 2005, tras cuajar una buena temporada en el Real Madrid en la que halló forma de hacer goles y ganarse minutos pese a tener por delante a Ronaldo y Raúl, Owen estaba considerado como uno de los mejores artilleros del planeta. El Newcastle lo compró a cambio de unos 27 millones de dólares y el calvario comenzó. Lesiones, problemas musculares, fracturas, cirugías, y un par de piernas que por primera vez se negaban al trajín del balompié profesional.

 

Al Mundial 2006 llegó ciertamente tocado pero con relativas esperanzas de brillar. En Francia 98 fue apodado niño maravilla, en Corea-Japón 2002 había sido de lo mejor de Inglaterra y lo siguiente era consagrarse. Al primer minuto de la aventura mundialista (textual, minuto 1 del juego 1) Michael se fracturó la rodilla. El viacrucis apenas daba inicio y a cada rehabilitación siguió una nueva lesión.

 

Así llegamos hasta sus tres discretos años en el Manchester United. De nuevo insinuó total recuperación al arranque con muchos goles y de nuevo el quirófano tuvo que ajustar algo en sus diezmadas extremidades.

 

Hoy, ha firmado con el humilde Stoke City y sólo por un año, medida con la que el club intenta protegerse por si las lesiones reaparecen. Del niño maravilla hemos pasado a las piernas de cristal, al proyecto de crack inacabado, a la promesa jamás cumplida que intenta jugar en donde puede y si puede.

 

Y pensar que en Francia 98, cuando se convertía en máxima frescura de la Copa Mundial, se le veía como el crack para los siguientes quince años.

 

@albertolati

 

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