Hagamos de lado todo el esfuerzo que ha hecho Cristiano Ronaldo para convertirse en semejante portento futbolístico; olvidemos por un instante su perseverancia, la repetición de movimientos, la constancia que le ha llevado a tal excelencia; omitamos al menos brevemente que, evidentemente, para meter tantos goles y superar a tantos rivales, es imprescindible haber trabajado (y seguir trabajando) demasiado… Y pido lo anterior, para dejar claro antes que nada un hecho ineludible: que este muchacho, sacrificio al margen, es un elegido entre los elegidos.

 

Ningún futbolista en la historia ha costado lo que el portugués al Real Madrid: 94 millones de euros, equivalentes a 118 millones de dólares, equivalentes a 1,570 millones de pesos, equivalentes al producto interno bruto de alguna islita del Caribe, equivalentes a una cifra que el común de los mortales jamás verá (y, mucho menos, disfrutará). Pero Cristiano se dijo triste con “alguien en el Madrid” y según el reputado programa radiofónico español, El Larguero, habría pedido al presidente del club, Florentino Pérez, ser transferido.

 

Tampoco olvidemos que al margen de lo que implicó su fichaje tres años atrás, los merengues pagan al delantero 13.5 millones de euros netos al año (porque de los impuestos, que recién aumentaron en España, se ocupa el club y no el goleador), además de otros 15.5 millones de euros anuales por publicidad. Pero Cristiano no está contento y alguna razón tendrá (la cual, se sospecha, tiende a resolverse con algún aumento de sueldo traducible para efectos prácticos como “cariño” o “aplaca-tristezas”).

 

La vida de este astro es el sueño de todo adolescente y más de quienes provienen de orígenes específicamente humildes como los suyos en la isla de Madeira. Alguna vez declaró que “me silban porque soy guapo, rico y buen jugador” y sin afán de meterme al debate de su apariencia física, me temo que buena parte de las mujeres –o, al margen de ellas, quienes deseen opinar- dirán que no mintió. Futbolista maravilloso, de récords, incontenible, novio además de una top-model rusa tan deseada por los hombres como lo son sus goles por los madridistas. Capitán de su selección nacional y dirigido en su club por un entrenador –José Mourinho- que lo ha destacado y respaldado públicamente hasta cuando no ha estado acertado.

 

Este texto lo último que pretende es insinuar que el futbol de Cristiano Ronaldo no supere lo estratosférico: imposible con tal deidad del balón. Más aún, me atrevo a decir que es el jugador más completo del orbe por encima de ese artista llamado Lionel Messi, que a veces se convierte en piedra bajo sus geniales pies en pugna por la corona mundial. Rápido, fuerte, rematador de todas formas, Cristiano tiene mucho qué agradecer a la genética (casi tanto como a su esfuerzo para llegar a donde hoy está) y poco qué lamentar o poco de qué entristecerse.

 

Sin embargo, dice con rostro de fado portugués, que está triste. Tristes deben estar quienes sueñan con ser la centésima parte de lo que es él, quienes están desempleados (6 millones en el país donde él juega) y ven futbol para distraerse, quienes soñaron que el balón algún día los sacaría de la marginalidad, de las minas, de la calle, de las quincenas que no rinden, de las jornadas de trabajo interminables. Tristes, porque este elegido pone semblante depresivo y deja claro que, al menos él, no disfruta tantísima fortuna, tanto hacer goles que se ven en todo el planeta, tanto cobrar millones, tanto ser idolatrado, tanto haber recibido las circunstancias exactas para hoy estar ahí. Tristeza que, inevitable decirlo por muchos altares que pongamos a sus remates, ofende.

 

@albertolati

 

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