Disfruta su condición de embajador, pero su vista se ilumina cuando habla sobre el éxito que ha tenido su novela El último tango de Salvador Allende.

 

“El día en que el presidente Sebastián Piñera me otorgó el carnet de embajador para viajar a México, le advertí que estaba por salir una novela mía; ahora sí no tendré tiempo para escribir”, afirma Roberto Ampuero, quien cumple medio año como embajador en México pero parece que tiene aquí más tiempo.

 

En la actualidad, Jorge Edwars, en París y él, en México, son dos embajadores chilenos que tienen en la literatura un tercer pulmón. Pablo Neruda inició la tradición en los setenta en Francia.

 

Es martes por la mañana. El encuentro con 24Horas tenía que haber sido en territorio chileno pero un café se atravesó en el camino.

 

La respiración de Ampuero es profunda cuando confiesa que Isabel Allende, diputada socialista, ha hablado bien de ella, de su novela. Y es que novelizar la vida de Salvador Allende no es una tarea sencilla. Primero están los dogmas. Los que siempre confrontan a la sociedad; después la posible inquietud familiar sobre la interpretación histórica, aunque se trate de una historia de ficción, que un diplomático que pertenece a un gobierno conservador recrea sobre la figura de un político socialista que cautivó a medio mundo, a pesar de que ganó las elecciones con sólo 36% de los votos. Su vulnerabilidad comenzó a debilitarlo al primer minuto de su gobierno.

 

“Salvador Allende sabía que la estabilidad de Chile estaba en peligro; hay una tesis muy sólida sobre su intención que tenía de convocar un plebiscito unos días después de que murió”, comenta Roberto Ampuero.

 

En efecto, sobre Salvador Allende, Ampuero confirma que “se trata de un hombre que marcó a la sociedad chilena de manera profunda”. No solo a ella. También a la mexicana. Por esta razón Ampuero quiso mostrar a un Allende “doméstico”. El hombre que al llegar a casa se quitaba los zapatos para tumbarse en un sillón en compañía de un whisky; el pequeño burgués cuyo vino favorito era El Casillero del Diablo; el encantador de mujeres; el hombre que quiso quitarse el rostro de presidente para viajar a Valparaíso y bailar, gustosamente, un tango de Santos Discépolo (en la novela ocurre). El humano.

 

“La misión de la literatura es escarbar los clichés”, dice Ampuero, mientras simula tomarse un café que le disgusta. Por ello era necesario desacralizar al compañero y admirador de Fidel Castro.

 

La muerte es, precisamente, uno de los enigmas alrededor de la figura de Allende. Imposible olvidar aquel 11 de septiembre de 1973 cuando se encontraba acompañado por sus amigos, los médicos. ¿Lo mató la ráfaga que cayó sobre el palacio de Moneda o se suicidó?

 

Ampuero asegura que Chile es un país legalista. La familia de Allende pidió que se hiciera una investigación sobre la causa física de su muerte. Suicidio asegura Ampuero, y lo repite en su novela en varias ocasiones. Un chileno nunca se rinde.

 

Chile es una sociedad muy escéptica debido a los elevados niveles educativos. Los niveles de popularidad de los políticos son muy bajos. De todos los partidos.

 

Dejamos la cafetería para, ahora sí, pisar territorio chileno.

 

Paseamos dos veces y de manera vertical los 18 pisos que separan la calle Andrés Bello del territorio chileno en México. No es un elevador tan diplomático. Al parecer sube y baja sin control.

 

La vista desde su oficina parece una pantalla de plasma donde lo único que se ve es una zona arbolada interminable. El campo Marte a sus pies.

 

“En Estados Unidos los políticos son los únicos que hablan de política”, señala uno de sus personajes de la novela que utilizo para que el embajador esboce un análisis comparativo.

 

Pero no es el embajador, sino el escritor, quien menciona los nombres de Carlos Fuentes, Octavio Paz y Mario Vargas Llosa para señalar que los escritores latinoamericanos tienen una voz importante sobre la política.

 

El último tango

 

Es imposible advertir que lo que viene a continuación es producto de la imaginación. Al ingresar a una novela animada por personajes reales resulta redundante advertir que lo que se va a leer se sustenta en una profunda investigación cuya narrativa es libre en su concepción. Sabemos que los mártires no nacen, los hacen. Aún así, se le agradece a Roberto Ampuero en colocar un letrero de advertencia, no vaya ser que algún dogmático y trasnochado de la Guerra Fría, le recrimine los capítulos más humanos del personaje (posiblemente) central.

 

Es decir, resulta que los iconos son inmunes a las atmósferas animadas por la ficción; existen, los iconos, para destruir suspicacias.

 

Una novela sobre Salvador Allende es tan extraña como inverosímil. ¿Quién se atreve a taladrar el basamento indestructible de uno de los últimos iconos de la historia de las ideologías? ¿Por qué profanar la tradición oral de un arquetipo de la utopía?

 

Victoria fue condenada por la Historia antes de morir. Ser hija de un agente de la CIA en tiempos de Allende resultó ser un oxímoron. Preferible no tener padre. Preferible no tener madre. El determinismo como una mala broma.

 

Una enfermedad precipita a Victoria hacia la muerte, sin embargo, sus últimas palabras se convertirán en la última oportunidad que su padre tendrá, quizá, para reconvertirse; para conocer a destiempo la barbarie que desata un golpe de Estado en el ojo de la Guerra Fría. Demasiado pedir al policía pragmático programado para disciplinar lo mismo a comunistas que a socialistas. Veremos si David Kurtz, padre de Victoria, logra cumplir el último deseo de su hija.

 

Ampuero convierte a Allende en el personaje central de Rufino. De esta manera el presidente chileno cede protagonismo al humilde panadero que se convierte en el auténtico asesor de vida del defenestrado (por la derecha) presidente. El realismo no es mágico sin comida. El desabasto de alimentos, las huelgas, las confrontaciones, la CIA, y gente traidora como Pinochet, se convierten en circunstancias del panadero cuya misión de vida, quizá, fue la de abrir los ojos al presidente, que en el desenfado de la privacidad, se tomaba algunos tragos de Chivas, escuchaba tangos, jugaba ajedrez y le ponía el cuerno a su esposa doña Tencha con su secretaria, La Payita ,y a ésta con su amiga Gloria Gaitán.

 

Rufino no es cualquier panadero. Es un personaje adoctrinado por Demarchi, un anarquista que le dicta cátedra de sueños al propio Allende.

 

Un buen día, Rufino escribe su experiencia de vida en una libreta revolucionaria. Esa libreta llegará a manos de David Kurtz cuatro décadas después del golpe militar. Así conocerá la otra vida de Salvador Allende. El hombre que vistió como burgués y que soñó con hacer cambios profundos en Chile a través de sueños.

 

El último tango de Salvador Allende permite romper con el basamento de un icono que nadie desea desmontar. El lado humano descrito por Rufino, un panadero que como Tamayo, presenta un mural en el que refleja la última etapa de las ideologías políticas.

 

Roberto Ampuero logra emocionar a la memoria porque complementa al hombre del que solo sabíamos la mitad de su historia. Ahora conocemos más de su ficción.

 

 

El último tango de Salvador Allende

Editorial Plaza Janés

2012 México

La novela se presentará el jueves 6 de septiembre, en Casa Lamm a las 8 de la noche.