La pesadilla que regresaba en los peores momentos: estar disputando la gloria, sentirla más cerca que nunca, percibir que como pocas veces es accesible, y súbitamente ver emerger viejos demonios.

 

Entonces vuelve a ser la inauguración del Mundial de 1930 y el director técnico Juan Luqué de Serralonga, español, evoca la batalla de Puebla. El Tri enfrentará a Francia en el arranque y algún método motivacional busca, pero pronto los galos son patrones del primer cotejo en la historia mundialista, sepultando los sueños tricolores.

 

Y luego es 1934; nuestra selección cruza en barco el océano Atlántico sólo para jugar un partido clasificatorio con Estados Unidos que definirá si se quedan en Roma para disputar Italia 34. Los goles de un italoamericano de nombre Donelli ocasionan que tan larga travesía se limite a un cotejo y regresar decepcionados.

 

Y ahora es el Mundial de Chile 62. México ha hecho un gran partido contra España. Se llega a los últimos momentos en los que un contragolpe, un error de comunicación (el mito del futbol mexicano culpará más tarde a la sordera del defensa, que por ello no habría escuchado la indicación “¡déjala pasar!”), un mal rechace y gol español: “¡¿Por qué siempre nos tiene que pasar a nosotros?!” lamenta el narrador, ya en los sesenta fastidiado por tanto anhelar y poco alcanzar.

 

Y así llegamos a 1970. En Toluca se da una mala actuación defensiva y crasos errores del guardameta, que propician que Italia elimine a México del Mundial. Y a 1978 cuando el común de los mexicanos se vislumbraba semifinalistas en el peor de los casos, tan distinto a las tres goleadas con que se cargó. Y a 1986 con los malditos penales, capítulo 1. Y a 1994, malditos penales, capítulo II pero con añadido de los no-cambios en 120 minutos. Y a 1998 con el juego controlado contra Alemania y el balón escurrido entre las piernas de Raúl Rodrigo Lara. Y al 2002 cuando México fue un espectador más mientras Estados Unidos sí jugaba y nos eliminaba. Y al 2006 con el golazo de Maxi. Y al 2010 con un fallo arbitral que regala el primero a Argentina y un fallo defensivo que concede el segundo…

 

Inmenso listado de frustraciones. De esperanzas que en ello quedaron. De fe sin retribución. De jurarse cada cuatro años que no se volvería a creer sólo para que antes del siguiente Mundial por alguna esotérica razón se diera oportunidad de redención a los once de verde.

 

Y llegó otra generación en donde lo de menos es a quién tengas enfrente. Quien no lo vea es porque no quiere. ¿Perfecta? Para nada, pero al menos con algo distinto: aplomo, carácter, voluntad, mentalidad. Los partidos contra Senegal y Japón en Londres 2012, eran las típicas derrotas mexicanas en torneos importantes: justo cuando más a modo lucía la circunstancia, cuando más accesible parecía el éxito, cuando más favorables pintaban las condiciones, el no saber estirarse hasta la meta.

 

Sería ilógico afirmar que esta selección olímpica sea mala futbolísticamente, pero me atrevo a decir que si está a las puertas de una medalla de oro es mucho más por su poderío mental (claro, sin olvidar que físicamente sofocaron a nipones y senegaleses). Tal como en los Mundiales sub-17 de 2005 y 2011, la diferencia está sobre todo en la actitud, en el dejar de jugar con miedo, en el sentirse capaces de todo, en el convertir el grito de sí-se-puede en caduca tradición que reflejaba la época en que había que gritarlo porque todos –jugadores y aficionados- no creían que se pudiera… Eso, más el indispensable talento técnico y táctico.

 

Brasil trae un equipazo que apenas en la semifinal carburó de acuerdo a su calibre. En otro momento hubiéramos afirmado que nuestro Tri brincaría a la cancha con etiqueta de víctima. Hoy, para nada.

 

Ya no es el mismo México. Ya no existen las viejas sensaciones. Ya se han exorcizado demasiados demonios. En otra categoría pero ya hemos sido campeones del mundo.

 

Ante los amazónicos, cuyo único trofeo pendiente es el oro olímpico, se podrá ganar o perder que así es el deporte, mas nadie podrá negar cuánto ha evolucionado esto.

 

Salgan a divertirse. Salten a hacer lo que siempre soñaron. Porten ese uniforme con responsabilidad. Permítannos seguir orgullosos. Y, sobre todo, tráiganse de Wembley ese oro.

 

@albertolati

 

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