Desde hace muchos años en la imaginación ya vivíamos sin Fidel. Existen varios caminos sin Fidel. Para los juerguistas de la calle Ocho de Miami, ha sido el deseo más que la imaginación, el que los ha mantenido esperanzados de no morir sin ver a Cuba sin Fidel; para los nostálgicos, la vida sin Fidel comprueba el fin de las ideologías; para los republicanos estadunidenses, la vida sin Fidel se traduciría en mermas en la retórica electoral; para los perredistas y muchos priistas, sin Fidel no habría turismo político. Para el propio Fidel, una vida sin él no tendría mayor problema.

 

Desde el pensamiento radical, al presente siempre se le interpreta a través de la historia. Uno de los mejores ejemplos es, precisamente, la figura de Fidel Castro.

 

La periodista Ann Louise Bardach, a través de su libro Sin Fidel. La casi muerte del comandante, sus enemigos y la sucesión del poder en Cuba, antepone la templanza frente al huracán ideológico para descifrar una aventura llamada Fidel. Con sus recursos periodísticos, históricos y literarios, cautiva y doma al lector radical, quien de manera impaciente, busca un alud de información sobre el dictador hermético, que desempeñó uno de los papeles protagónicos del teatro dialéctico del siglo XX.

 

Algo más, Bardach posee la virtud plástica de narrar la Historia como si se tratara de una novela. Su prosa suena a cuento bien contado. Su paso por la facultad de Letras de Hunter College en Nueva York explica lo anterior.

 

No es una tarea sencilla la de desmontar la Historia de Fidel Castro y mucho menos realizar un análisis prospectivo de un mundo sin él. Muchos lo han intentado. Uno de los productos editoriales fallidos es el que emprendió Ignacio Ramonet a través de Biografía a dos voces o cien horas con Fidel (Debate, 2006); siempre supimos que al encuentro no acudieron dos voces. La voz de Ramonet era la voz de Fidel. La voz de Fidel nunca fue la Ramonet. El pensamiento radical seduce e hipnotiza a quien desea ser esclavo. Ya es hora de que lo entendamos.

 

Las historias que narra Bardach son extremadamente anchas y disímbolas; que si el sueldo de Fidel como presidente fue de 30 dólares al mes, frente a los datos de 2006 de la revista Forbes que lo ubicó en el lugar número siete entre los líderes millonarios con una fortuna de 900 millones de dólares; que si Luis Posada Carriles y Orlando Bosch maquinaron el peor ataque terrorista aéreo, antes de los del 11 de septiembre de 2001, frente al discurso que el propio Fidel leyó nueve días después del acto culpando directamente a la CIA; que si para Fidel Castro el peor enemigo de los presidentes de Estados Unidos fue George Bush padre, frente a Obama, del que mejor se ha expresado; que si han tratado de matar a Fidel en cien ocasiones cuando Bardach asegura que, reales, han sido menos de diez; que si las hipótesis sobre su muerte surgen cada día frente a las palabras del propio Fidel: “El muerto aún no muere”.

 

Son muchos viajes los que emprende Bardach hacia la construcción del mito.

 

A la prolongada batalla ideológica se llegó a través de intereses comerciales. El comunismo como un peligroso tóxico que contamina países. La realidad es que la obsesión en contra de esa ideología se convirtió en una enfermedad para Estados Unidos.

 

El efecto escaló de manera irreversible lo que llevó a EU a derrocar presidentes, como por ejemplo, en Guatemala, Jacobo Arbenz. Bardach resuelve el entramado histórico a través de dos de los enemigos que marcaron a Fidel Castro, los propios compañeros de Castro en la Universidad de La Habana, Luis Posada Carriles y Orlando Bosch, el exterminador y el pediatra, respectivamente.

 

Bardach escribe que después del ataque terrorista en contra de la aerolínea cubana, Estados Unidos tuvo que reflexionar, aunque haya sido en pequeña escala, lo que estaba ocurriendo entre los anticastristas. Algunos años antes, David Atlee Phillips se había convertido en el hombre de la CIA en La Habana. El dictador y sus circunstancias, o si se prefiere, las circunstancias de Estados Unidos. Dos caras de una misma moneda. Una historia de 50 años.

 

Ann Louise Bardach describe a Fidel Castro como un hombre erudito, “férrea disciplina, épica curiosidad y una astuta comprensión de la historia”. Entre sus defectos, “obsesivo, colosalmente orgulloso y fieramente voluntarioso”. Pero hay un rasgo de Fidel que Bardach califica de aterrador. Lo hace citando al propio Fidel: “No debes confiar en alguien tan sólo porque es un amigo”.

 

En la primera parte del libro, Bardach explica que la cesión del poder en manos de su hermano Raúl no dejo muy contento a Fidel. Una hipótesis de la propia Bardach es la resistencia que tuvo Fidel de perder protagonismo. Cuando Raúl asumió a la presidencia, Fidel escribía interminables textos que se publicaban en  Granma, hasta que en una de sus múltiples recaídas de salud, Raúl aprovechó para dar un golpe de timón removiendo la cúpula militar y haciendo otros cambios. Fidel ya no publica en la primera página del Granma como lo hacía anteriormente.

 

Fidel, a quien tal vez considera como gran hermano es a Hugo Chávez. Badach describe el pasaje en el que Fidel viajó a Venezuela cuando era un líder estudiantil, en 1948. Regresó a Cuba maravillado por su petróleo. “La carretera que conduce al aeropuerto de Caracas es verdaderamente fabulosa pues tiene que atravesar una cordillera de montañas de más de mil metros de altura (…) Venezuela es un país muy rico, gracias principalmente a su gran producción de petróleo”. Después de 68 años la admiración por Venezuela no cambia. Hugo Chávez le ha cumplido la promesa de entregar a Cuba sin costo los cien mil barriles de petróleo al día, lo que representa cuatro mil millones de dólares al año. Una de las nuevas ofertas que hizo Chávez, ahora a Raúl Castro, fue la de conectar a Venezuela con Cuba a través de un cable de fibra óptica.

 

Sin Fidel es algo más que un pensamiento documentado sobre la muerte de Fidel. Es un texto bio político sobre un obseso del pensamiento radical cuyo tiempo ya pasó.

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