Por siglos, los ingleses quisieron que fuera cierta la historia del preciso arquero que robaba a los ricos para ayudar a los pobres. Tanto se aferraron a tal leyenda que, con su hegemonía cultural, con su gran nivel de influencia, convencieron al mundo de la necesidad de creer en Robin Hood (a veces caricatura, otra Kevin Costner alguna más reciente Russell Crowe).

 

Y por décadas, en México hemos querido que fuera cierta una capacidad para generar campeones en todo rubro, que existiera una nación multitalentosa deportivamente hablando. Por supuesto que distamos muchísimo de ser China que hoy acapara medallas en las disciplinas más variadas que uno intente imaginar, pero algo está cambiando y de forma muy esperanzadora.

 

Ya no existe la vieja dependencia de las dos pruebas de marcha (siempre y cuando no expulsaran al andarín mexicano); ya no hay que vivir esperando que figure algún valor emergente en boxeo olímpico; ya no son sólo clavados (aunque afortunadamente siguen siendo mucho, incluso más que nunca), ya no posponemos ilusiones hasta el último día implorando que la maratón salve la causa (algo que, por cierto, nunca ha sucedido). El deporte de nuestro país se ha diversificado.

 

Daniel Corral es el primer gimnasta mexicano que accede a una final olímpica; la halterofilia, donde se coronara Soraya Jiménez en Sidney, vuelve a tener futuro con el joven Lino Montes de actuación destacada; en tae kwon do somos auténtica potencia, obteniendo medalla en cada edición desde el ingreso de esta especialidad al programa olímpico en el 2000; y el tiro con arco, súbitamente, nos da más que un siglo de futbol en estos Juegos.

 

La plata de Aída Román (que pudo y tuvo que ser oro) más el bronce de Adriana Avitia, son indicativos claros de un deporte que con poca atención se ha desarrollado a niveles más allá de lo competitivo. El sábado pasado, México arañó la final por equipo varonil y sólo un desafortunado cierre (incluida distracción o mal manejo de presión) se tradujo en quedar marginados y posteriormente perder el bronce.

 

El asunto es que nadie podrá decir que estas dos medallas son casualidad. Son elocuente clamor de que algo se ha estado haciendo bien, de que no se trata sólo de un par de talentos aislados, de que el camino trazado por Aurora Bretón, casi sobre terracería, ahora genera frutos.

 

En tierra de Robin Hood, las arqueras mexicanas han tenido la puntería atribuida a dicho personaje. Sólo que Robin, no existe. Y los sueños de ser un país con talentos deportivos distribuidos en muchos frentes, poco a poco sí se hacen realidad.

 

@albertolati

 

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