Mal asunto cuando dos partidos amistosos bastan para pasar de candidato a medalla a frustración anticipada. Peor todavía, cuando el primero de estos cotejos fue ante una selección británica apenas conjuntándose (poco parámetro para echar cohetes) y el segundo contra un equipo español fortalecido por ser local y aspirante primordial, con el perdón de Brasil, a quedarse el oro en Londres.

 

El asunto es que el pesimismo sigue siendo intrínseco al contexto futbolístico mexicano. No importa que las nuevas generaciones den elocuentes señas de cambio ni que este mismo plantel –con las modificaciones inevitables de nombres en todo proceso- haya sido contundente para brillar en todo lo disputado: desde el pasado Mundial sub-20, donde algunos de ellos fueron tercer sitio, hasta Panamericanos, certamen preolímpico o torneo de Toulon.

 

¿Deseamos ser reyes de los encuentros amistosos o más bien aprovechar dichos cotejos a fin de buscar alternativas, debilidades, opciones?

 

El equipo que dirige Luis Fernando Tena merece, de una vez por todas, algo más que un beneficio de la duda. La prensa fue dura con el entrenador desde su nombramiento, actitud agudizada durante el escándalo de indisciplina que echó a perder la experiencia de Copa América para pilares como Marco Fabián o Javier Cortés.

 

En entrevista un día después de la victoria mexicana sobre la selección británica, el veterano Ryan Giggs me decía: “Fue nuestro primer juego competitivo y vimos a México algo delante de nosotros en forma física y calidad”. Al tiempo, el seleccionador Stuart Pearce incluía al cuadro tricolor entre los más poderosos del certamen, junto con España, Brasil, algún africano y los propios británicos.

 

Al margen de cómo nos ven los rivales, analistas de distintas partes del mundo visualizan a México peleando las medallas futboleras. No por encima de Brasil y España, pero justo en el renglón que sigue.

 

¿Alguna preocupación con el torneo tan cerca? Sobre todo dos. Primero, el rol de Gio Dos Santos, para quien no se encuentra todavía ni ubicación ni química con el resto de la ofensiva. Y, segundo, una línea defensiva que ha lucido vulnerable.

 

¿Alguna tranquilidad? Que Héctor Herrera, aún con poco apoyo, volvió a ser un demonio por la banda y, sobre todo, que en este grupo tenemos motivos de sobra para confiar.

 

El futbol debe al olimpismo mexicano una medalla. Desde los Juegos de 1968, cuando se perdió el bronce contra Japón en pleno estadio Azteca, es una espina clavada. Nunca hubo condiciones tan claras para curar tan añejo dolor.

 

@albertolati

 

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