Ha llegado el día tan comentado y esperado. Hoy, primero de julio de 2012, los mexicanos y mexicanas asistiremos a las urnas para elegir a quienes dirigirán, durante los próximos seis años, el rumbo del país. Muchos días han pasado ya de campañas y, de hecho, el sentir de la población no es lejano a la náusea.

 

Finalmente, comentan muchos, acaba este vía crucis caracterizado por una exaltada actividad política, un saturado espectro mediático y un sin fin de promesas arrojadas al viento.

 

En todos los espacios mediáticos, en las redes sociales, en los slogans de miles de pancartas que contaminan el espacio de nuestras urbes, se escucha la voz de quienes solicitan el voto de los ciudadanos. Son pocas las veces en la historia de nuestra joven democracia que se sitúa al ciudadano en el centro.

 

Se le convoca e invita, se le seduce, atrae, convence, se apela a su razón o sentimiento, le llaman por su nombre y atienden sus circunstancias, se le compra, se le ofrecen regalos y prebendas, pero sobre todo, se le elogia. Coincidentemente, esto sucede cada seis años, en el mejor de los casos, cada tres.

 

La experiencia reciente de nuestro país, muestra que esa atención sobre el ciudadano se va difuminando una vez que éste ha ejercido su voto, garantizando puestos y recursos, curules y jugosos sueldos, pequeños cotos feudales de poder y control. Una vez obtenidos estos espacios, la comunicación tan directa y abierta que los representantes supuestamente mantuvieron con el electorado, pasa a segundo plano. Son pocos aún los ejercicios de interacción entre los políticos y los ciudadanos, la cultura de rendición de cuentas y exigencia en nuestro país es incipiente. Sin embargo, va adquiriendo forma en la medida en que algunas leyes, procesos institucionales y vehículos de expresión dan fortaleza pero no el lugar que debería de tener, el rol de responsabilidad que debería ejercer y, sobre todo, la posibilidad de ser un contrapeso real en la pugna de los poderes fácticos por el dominio.

 

En el ajedrez de lo político somos aún peones, frente a las torres, los caballos, los alfiles, los reyes o las reinas.

No puedo dejar de recordar aquí la caricatura de Eduardo Salles, en la que ilustra el poder del voto que hace del ciudadano común y corriente un Superman durante el primero de julio, para regresar inmediatamente después a su papel anónimo de Clark Kent del 2 de julio de 2012 al 30 de junio del 2018 (http://archivo.24-horas.mx/el-poder-del-voto-ilustrado/).

 

No se extrañen de este proceso de adulación, tampoco de su pronta desaparición. En este juego de apariencias que es la política, para los ciudadanos resultará de vital importancia construir el espacio, articular la voz y transformar el escenario en el que se ha llevado a cabo ese espectáculo que a la fecha no genera sino hartazgo, decepción e indiferencia.

 

Es nuestro papel exigir y trabajar para movernos al centro de la discusión. Las campañas de las que hemos sido testigos aún tienen ese viejo tufo de las prácticas que caracterizaron la política del siglo XX, una en donde la masa, la imagen y el medio caracterizaron el mensaje. Para la democracia del siglo XXI será importante reinventar el lenguaje de la política e innovar en sus prácticas. La responsabilidad de ello debe ser asumida de manera consciente, reflexiva y consistente por una ciudadanía renovada que empuje decididamente este movimiento. Que los días recientemente transcurridos sean un recuerdo de dicha necesidad acuciante.

 

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