Un gigante europeo ha desaparecido. El club Rangers de Escocia entró formalmente en liquidación y perdió licencia para participar en su liga. El endeudamiento, que es esencialmente gastar más de lo que se tiene, forma una dañina pócima al mezclarse con una crisis como la actual, hasta que la situación se torna imposible de solventar.

 

Arrumbados en una vitrina –y eso si no terminan por ser rematados– han quedado trofeos de 54 ligas, y 33 copas, y 27 copas de la liga, y una recopa europea; escondidos en algún tragicómico archivo han quedado sueños de grandeza como tener un equipo de Fórmula 1 o abandonar la liga escocesa para integrarse a la mucho más competitiva inglesa. Pero, sobre todo, atrás ha quedado la agria rivalidad sostenida y mantenida con sus vecinos del Celtic.

 

Contrapuestos en todo, los clubes de Glasgow vivieron unidos por el afán de lucrar. Por ello a su derby se denominaba Old Firm (vieja empresa) y de ahí que el club Celtic hoy tema por sus finanzas al haber perdido al opuesto que daba sentido a su identidad. Sus aficionados peleaban, lanzaban consignas que a oídos de cualquier persona coherente sonarían a declaraciones de guerra o aberración, revivían viejas batallas y añejos rencores en cánticos, amenazaban de muerte a futbolistas, trasladaban el conflicto irlandés y el cisma cristiano a los estadios escoceses.

 

Al tiempo, los dirigentes de Rangers y Celtic entendían que en los despachos debían de ser socios y aliados, matrimonio por conveniencia para negociar y sacar tajada económica de tanta voluntad de odiar y tanta necesidad de convertir los goles en filiación religiosa.

 

 

Es extraño referirse al Rangers en pretérito pero desde ahora las conjugaciones que le atañan serán como aquéllas relativas al club Oro del futbol mexicano o el Alumni argentino. En pasado, porque pasado es, y el club que resurja en tercera división tendrá otro registro y distinto origen.

 

Rangers era protestante y unionista (o sea, pugnaba porque Irlanda completa perteneciera al Reino Unido). Celtic es católico y adepto de la independencia irlandesa. Partido descendiente directo de la ruptura inglesa con el Vaticano, pero también de la migración de irlandeses a Escocia por la hambruna en su isla en el siglo 19 –hasta hace poco, seguidores del Rangers cantaban a los del Celtic: The famine’s over now, why don’t you go home? (La hambruna ya ha terminado, ¿por qué no se regresan a casa?)–. En sus choques, rara vez se veían escudos de los equipos: unos ondeaban banderas británicas y otros tricolores irlandesas.

 

Los aficionados más radicales del Rangers utilizaban el nombre de Billy Boys, alusivo a Willem De Orange, visto como la persona que terminó por vencer a los católicos en Irlanda y amarrarlos a la monarquía inglesa (la misma directiva lanzó un uniforme reserva en color naranja, asegurando que se debía a cuestiones de merchandising… Y no mentía: fue muy vendido en recuerdo y memoria de De Orange, 330 años después). Los del Celtic, al tiempo, llegaron a ir de la mano del Ejército Revolucionario Irlandés (ERI) e incluso recaudaban fondos para su causa.

 

Apenas han transcurrido dos décadas desde que Mo Johnston tuvo la ocurrencia de fichar por el Rangers. Ex futbolista del Celtic y conocido su catolicismo, no sospechaba que sus días en tierra escocesa caducaban irremediablemente. Aficionados del Rangers quemaban bufandas y boletos anuales afuera del estadio. Perseguido por ambos frentes, Johnston tuvo que volar fuera de Glasgow tras cada partido a fin de dormir a salvo en Londres. Terminó por mudarse a Canadá, lo más lejos posible de las islas británicas, a fin de sentirse seguro y dirigir con cierto éxito al Toronto FC.

 

Atribuir a la crisis la desaparición de un equipo, sería quitar responsabilidades y deslindar culpables: el proceso de endeudamiento de un club se ve fomentado por las circunstancias económicas, pero la mala gestión sigue siendo la esencial razón.

 

Mientras en España el gobierno a distintas escalas ha cargado con numerosas deudas y ha perdonado elevados pagos fiscales, en la Gran Bretaña o Alemania no se le trata con carácter de excepcionalidad.

 

Los clubes ibéricos arrastran una deuda a Hacienda estimada en 752 millones de euros y por allá siguen dirigiendo la mirada al horizonte; en tanto el Rangers cayó en bancarrota y liquidación por deber 26 millones.

 

¿Quién teme ahora por sus finanzas? Naturalmente que el Celtic, que al verse privado de los derbys perderá las audiencias, entradas, ventas, proyección, que suponían sus únicos momentos relevantes en la liga más duopólica del planeta.

 

Precisamente diez años atrás, la Fiorentina italiana vivió una similar situación. Tras haber sido adquirida por el millonario del cine, Vittorio Cecchi Gori, comenzó a comprar jugadores de elevado nivel. Poco a poco las finanzas resultaron insostenibles y sus estrellas vendidas, Francesco Toldo al Inter, Gabriel Batistuta a la Roma, hasta que previo a la campaña 2002-2003 una deuda de 50 millones de dólares propició que dejara de existir. Un grupo de aficionados e inversionistas toscanos crearon un nuevo equipo en cuarta división.

 

Comandada por el mundialista Angelo di Livio, la nueva Fiore escaló a tercera y rebotó a segunda por una especie de decreto federativo (hubo un escándalo y ascendió por “mérito deportivo”).

 

Algo parecido comenzará para el Rangers y podemos pronosticar llenos absolutos sin importar en qué categoría juegue. Son estas las específicas circunstancias que multiplican la adhesión a unos colores y la incondicionalidad de una afición.

 

Volverá tarde o temprano a primera, reanudará su rivalidad con el Celtic y reactivará el Old Firm. Pero una severa lección llegará a cada club dentro de países que quieran mostrar que las deudas, bancarrotas e impuestos son iguales para todos, sin importar lo bonito que pateen la pelota o lo que representen religiosamente sus historias. Dicho con profundo respeto por los verdaderos perjudicados, que son los seguidores, por mucha crisis que haya tiene que existir responsabilidad.

 

O como decía implacablemente el presidente del Bayern Múnich, Uli Hoenness: “Para mí es el colmo, impensable. Pagamos cientos de millones de euros (al gobierno español) para que salgan de la mierda y luego los clubes no pagan la deuda. Esto no puede ser así”.

 

@albertolati

 

 

 

 

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