“Braceamos a contracorriente de la Unión Europea”. La alegría del entonces vicepresidente Francisco Álvarez Cascos la motivó un ajuste de cuentas de su jefe, el presidente Aznar, en contra del empresario Jesús de Polanco.

 

Se trataba de la nueva ley de futbol que prohibía el cobro (a los suscriptores) por la transmisión de partidos de la liga de futbol a través de la plataforma digital Canal Satélite, propiedad de la empresa Sogecable donde una mayoría accionaria se encontraba en las manos de Jesús de Polanco, presidente del grupo Prisa. Unos meses después, las fuertes corrientes provenientes de Bruselas provocaron que la dichosa ley de futbol volara por los aires. Las normas europeas así lo establecieron y Aznar tuvo que recular para evitar la visita de su gobierno al Tribunal de Luxemburgo. En efecto, el PP ya no podía bracear a contracorriente de las normativas elaboradas en Bruselas, sede de la Comisión Europea. Era 1996 y el Partido Popular intentaba hacer lo que los gobiernos socialistas de Felipe González no hacían, o si se prefiere, trataban de desmontar los rasgos pro europeístas heredados por González.

 

Unos años después, el 20 de febrero de 2005, los españoles dijeron sí a la Constitución Europea vía referéndum. Zapatero era presidente y el opositor Partido Popular realizó una campaña anémica a favor de la Constitución. A sus dirigentes, entre los que destacaba el hoy presidente Mariano Rajoy, poco les interesó la aprobación de la Constitución porque representaba una cesión de soberanía. Ni modo. A los toros de la España castiza también les afectan directivas elaboradas por los comisarios europeos.

 

El PP se ha distinguido por ser un partido nacionalista y por ende, con tics anti catalanes y anti vascos, pero sobre todo, nunca ha escondido sus rasgos anti europeístas. Siete años después la vida le ha jugado una mala broma al presidente Mariano Rajoy (del PP). España, hoy, y sobre todo en el mediano y largo plazos dependerá de la Unión Europea.

 

El pasado 24 de mayo el presidente Hollande le mandó un mensaje a Rajoy en una especie de presentación (pues acababa de tomar posesión como presidente de Francia): “Estoy a favor de recapitalizar a los bancos españoles a través de fondos europeos”. Más tardó Hollande en hacer la declaración que Rajoy en contestarle de manera abrupta: “No creo que el señor Hollande haya dicho eso, porque lógicamente, el señor Hollande no sabe cómo están los bancos españoles”.

 

Quince días más tarde Mariano Rajoy pierde, en vencidas con Markel, la decisión de intervenir o no a la banca española a través del fondo Facilidad Europea de Estabilidad Financiera (FEEF). Hasta 100 mil millones de euros le entregará el Banco Central Europeo a Rajoy para que éste lo administre y dosifique a la banca. Su soberbia lo llevó a repetir con insistencia aquello de que España no necesitaría ayuda de Europa debido a que sus reformas (que en realidad son recortes de gasto) serían suficientes para sacar a su país del problema del enorme déficit que muestra la economía.

 

En la forma está el mensaje. Mariano Rajoy ha utilizado un lenguaje confuso para incomunicarse con los españoles. Impidió la apertura de una comisión (en el Congreso) de investigación sobre el desfalco de Bankia y forzó la salida del director del Banco Central violando su soberanía.

 

Eso sí, decidió apoyar a la selección española de futbol in situ durante el partido que jugó frente a Italia. La deliberación la hizo consigo mismo: “La tarea está hecha”. En efecto, España cede soberanía y el PP se olvida de aquella fresca y ocurrente frase de Álvarez Cascos: “Braceamos a contracorriente de la Unión Europea”.

 

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