Paul Auster, quizá por ser tanto intelectual como estadunidense, doble factor de distancia respecto al futbol, llegó a una de las conclusiones más sabias: “Europa encontró en el futbol la manera de odiarse sin destrozarse”.

 

¿Será que antes que moneda única, y fronteras abiertas, y tratados comerciales, e intercambios estudiantiles llamados Erasmus, Europa se aferró al balompié como vehículo para dejar de descuartizarse? Es posible, sobre todo si consideramos que el torneo continental nació muchas décadas después respecto a su equivalente sudamericano y de alguna manera motivado por la catástrofe, la vergüenza, el miedo a la autodestrucción a partir de la Segunda Guerra Mundial.

 

La Copa América surgió en 1916, al tiempo que la primera Eurocopa de naciones sólo llegó en 1960 (incluso la Copa África, creada en parte como festejo por el fin de la colonización, es anterior a la Euro por tres años).

 

Y entonces recordamos que el eslogan de la Unión Europea es In varietate concordia (unidos en la diversidad): toda una declaración de lo que la bombardeada, fanática, rencorosa y genocida Europa intentaba levantar tras la Segunda Guerra Mundial. Claro que dicha frase sólo se acuñó hasta el año 2000, cuando la comunión económica generaba anhelos que hoy son quimeras, pero su esencia ya se había plasmado mucho antes en Eurocopa y Copa de clubes Campeones.

 

Sin embargo, el futbol, como toda criatura social, posee doble filo; lo que idealmente tiende a unir también de pronto puede separar (igual que, por ejemplo, la moneda común). Así, mientras Europa pensaba que se acercaba mediante dribles y goles, algunos inconformes o inadaptados convirtieron el futbol en el opuesto al eslogan europeo, tornándolo con hooliganismo en una especie de In varietate discordia: separados y golpeados en la diversidad.

 

Futbol que divide razas y confronta religiones, que hace renacer nacionalismos extremos, que impone la violencia pre y post partido como absurdo ritual, como estúpida alternativa al ocio. En los ochenta cada Eurocopa (y casi cada torneo europeo a nivel de clubes) fue escenario de incontrolables batallas.

 

Las autoridades inglesas, abochornadas por la imagen que proyectaban sus seguidores en cada rincón del mundo, se ocuparon de limpiar el futbol y de alguna manera lo consiguieron, contagiando su ejemplo a casi todo el occidente europeo. Sin embargo, el odio no desapareció y los cánticos mantienen mucho del odio ancestral, de viejos rencores, de prejuicios racistas. Sucede a menudo en muchos estadios como el de la Lazio italiana, el del Feyenoord holandés, el del Chelsea mismo, pero en mayor medida en gradas de la vieja Europa comunista.

 

Justo en Polonia y Ucrania, en donde se disputará desde hoy viernes el torneo, el insulto racista es casi rutina. Mario Balotelli, atacante italiano de raza negra, ha dicho que si le arrojan un plátano se irá de la cancha; Michel Platini, titular del futbol europeo, ha respondido que si sale del terreno de juego sin que el partido se haya suspendido, será amonestado.

 

Tema tan lamentable para abrir el certamen como la polémica semanas atrás por la ex primer ministro ucraniana en prisión o como la protesta de mujeres ucranianas contra el prostíbulo en que se convierte un país que organiza un torneo: trata de blancas para satisfacer el ritual completo de lo que algunos ven como turismo futbolero.

 

En todo caso, Europa necesita hoy de este evento tanto como cuando lo inventó. A la Eurocrisis, Eurocopa como alternativa. A las duda sobre el Euro en el 2012, fe en la Euro 2012. Al resurgimiento de la extrema derecha, alineaciones multiculturales, reflejo fiel de lo que es hoy cada sociedad europea. ¿In varietate concordia? Ojalá al menos en el futbol, ojalá al menos en honor a la frase de Auster.

 

@albertolati

 

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