Ray Bradbury falleció ayer, en la casa que habitó durante más de 50 años, en Los Ángeles, a los 91 años de edad. La influencia de sus narraciones del futuro y los mundos desconocidos es evidente no sólo en diversas expresiones artísticas de la segunda mitad del siglo XX, sino en muchos de los gadgets y artículos de nuestra vida cotidiana; más importante aun, sus cuentos han servido para desatar la imaginación de millones de lectores en todas las lenguas.

 

Fue el primero que supo conjuntar en un mismo lugar, con las herramientas de la literatura, los temas que eran propios de la ciencia, la tecnología y la fantasía. Sus evocaciones líricas e imaginativas sobre el futuro reflejaban tanto el optimismo como el miedo de la sociedad estadounidense de la posguerra; una interpretación de la realidad que le conduciría a meter el género de la ciencia ficción (por entonces considerado como insignificante) al terreno de los best sellers.

 

Bradbury supo compactar todas las especulaciones y explicaciones posibles acerca del futuro en una colcha urdida con el hilo del coloquialismo y las metáforas poéticas. Se refería a sí mismo como un “escritor de ideas”, lo que para él significaba alejarse de la erudición académica: “yo me divierto con las ideas; juego con ellas… no soy una persona seria y no me gusta la gente seria… mi meta es entretenerme a mi mismo y a los demás”.

 

Creció en Wuakegan, un pequeño poblado del Medio Oeste de los Estados Unidos. Le gustaba presumir que su padre trabajaba en la compañía eléctrica y que una ancestra suya había sido juzgada como bruja en Salem siglos atrás. Se describía a sí mismo como un chico de Illinois de “imaginación hambrienta”, educado bajo la sombra del temor a la bomba atómica.

 

Muchacho poco apto para los deportes que sufría pesadillas, encontró su pasión por el teatro del brazo de una tía que lo llevaba a las funciones de aficionados, lo disfrazaba de monstruo en las noches de brujas y lo introdujo a la lectura de Poe. Con la mudanza de su familia a Los Ángeles, nació en él la pasión por el cine que nunca abandonaría y cuyo momento cúspide llegó con su participación como guionista de Moby Dick de John Huston.

 

Como escritor, renegó siempre de la educación formal; atribuía su éxito precisamente a que nunca había atendido la escuela. En una de sus últimas entrevistas, declaraba: “No creo en los colegios ni en la universidad. Creo que en las bibliotecas porque la mayoría de los estudiantes no tienen dinero. Cuando me gradué de la preparatoria fue durante la Gran Depresión y no teníamos dinero. No pude ir a la universidad, así que fui a la biblioteca pública tres días a la semana por 10 años”.

 

Luego de incursionar en la escritura del relato en revistas como Mademoiselle y Playboy, en un lustro creativo de una efervescencia poco común, entre 1946 y 1950, Bardbury escribió casi todos los cuentos de Crónicas marcianas y El hombre ilustrado, además del argumento para Fahrenheit 451, los tres títulos donde vertió con una lucidez extraordinaria el futuro que aun estaba por alcanzarnos.

 

Algunos conceptos de esos libros sirvieron como base para el inicio del programa espacial de la humanidad. “Estoy rodeado de mis metáforas”, confesaba hace unos años el señor Bradbury, quien vivió con la certeza de que la ciencia en sus libros era inexacta y servía sólo de vehículo para su ficción. El artista proveyó la inspiración y dejó que los científicos se ocuparan de los detalles. Como tributo a esa aportación casi involuntaria, el asteroide 9766, descubierto en 1992 cerca de la órbita terrestre, lleva su apellido.

 

Dueño de un acervo creativo que le llevó a mundos remotos del futuro y el mundo intergaláctico, Bradbury prefería la vida apacible del escritor sedentario: por muchos años se negó a viajar en avión (prefería los trenes) y nunca aprendió a conducir. El estudio donde trabajaba en organizar sus textos más antiguos con los que planeaba publicar un libro está aun repleto de estuches de películas clásicas en formato VHS; libros de historia, modelos de dinosaurios, una reproducción del Nautilius de Julio Verne, naves espaciales y una pantalla plana de 52 pulgadas, muy parecida a la que él presagió en Fahrenheit 451.

 

Aunque es el fundador más poético del género, Bradbury había dejado de leer y escribir ciencia ficción hacía muchos años. Se mantenía contento con su estatus de superestrella: Disney  World le invitó a realizar el diseño de varios de sus juegos mecánicos y se encargó además de diseñar el pabellón estadounidense en la Feria Mundial de Nueva York de 1964.

 

Hasta hace muy poco, antes de sufrir una trombosis en 1999, se le podía encontrar dando charlas en la Biblioteca Pública de Los Ángeles en Korearotown, que frecuentaba de adolescente. De esos encuentros con su público, recordaba: “Los niños me preguntan, ¿cómo puedo vivir para siempre yo también? Y yo les respondo que hagan lo que amen y amen lo que hagan. Esa es la historia de mi vida”.

 

Crónicas marcianas

(1950)

 

Inolvidable relato fragmentado en 26 cuentos que abarca desde el año 1999, en que los hombres realizan el primer viaje tripulado a Marte, hasta el 2026, cuando el planeta rojo es inminentemente dominado por los terrícolas. Calificado por Le Monde como uno de los mejores 100 libros de la historia, Bradbury logra una metáfora del destino de los indios americanos de su país, que fueron expulsados de sus territorios, al tiempo que celebra el romance interplanetario del viaje al espacio, critica los abusos posibles de la tecnología y explora el tema del miedo a perder la propia identidad. El impacto de estos cuentos fue inmediato y duradero. En 2006, cuando la NASA hizo publicas las imágenes de Marte tomadas con el instrumento HiRISE (High Resolution Imaging Science Experiment), Bradbury se mostró satisfecho de comprobar que sus paisajes eran muy similares a los que se dibujaron en su imaginación.

 

Fahrenheit 451

(1953)

 

Bradbury debía todo a la educación que recibió de las bibliotecas; así, en esta narración aborda esa fascinación desde la perspectiva contraria: en una futura sociedad totalitaria, el llamado cuerpo de bomberos de una América no muy lejana en el tiempo se dedica a prender fuego a los libros que aun se conservan en la sociedad  (451 grados Fahrenheit es la temperatura a la que arde el papel). Elaborado con personajes claramente inspirados en libros futuristas que le antecedieron, como Un mundo feliz de Aldous Huxley y 1984 de George Orwell, en su novela cumbre y también su libro más apocalíptico, Bradbury se daba tiempo para dejar lugar a la esperanza, pues, sea como sea “la vida es más fantástica que cualquier sueño”. El francés François Truffaut se encargó de llevar la novela a la pantalla grande en 1966.

 

El hombre ilustrado

(1951)

 

Todos los relatos de este libro ya habían sido publicados antes en diversas revistas, por ello, para dar un eje rector a este conjunto de 18 cuentos que exploran los conflictos entre los fríos mecanismos de la tecnología y los sentimientos humanos, Bradbury recurre a contar la historia de un hombre cuyo cuerpo está lleno de tatuajes diseñados por una mujer del futuro, quien tiene el poder de dar vida a cada una de las historias que ahí se cuentan. Los tatuajes representan las almas de las víctimas de un misterioso carnaval, un recurso que el autor usaría posteriormente en un libro antagónico llamado Something Wicked This Way Comes. El libro fue llevado al cine en 1969 y muchos de esos cuentos son adaptados constantemente para el cine y la televisión.