Jimmy Carter ganó la elección presidencial en Estados Unidos en 1976. por un margen más o menos cómodo sobre el republicano, y entonces presidente, Gerald Ford. La gente no le perdonó a Ford el haber otorgado clemencia ejecutiva a Richard Nixon por el escándalo Watergate, impidiendo así que pisara la cárcel.

 

Carter, cuya campaña se basó en el respeto a la moral y a los derechos humanos, resultó notablemente inepto, perdiendo de vista todo lo relacionado con el Medio Oriente que no tuviera que ver con el conflicto árabe-israelí.

 

Permitió una lucha sorda entre su secretario de Estado, Cyrus Vance, y su asesor de seguridad nacional, Zbignew Brzezinski, que paralizó la política exterior de EU. El resultado fue la caída del Sha de Irán, quien había sido impuesto por EU en 1952, y la crisis de los rehenes en la embajada de EU en Teherán, asunto que le costó la reelección a Carter, y que resultó en la presidencia de Ronald Reagan.

 

Reagan, un actor de Hollywood más bien mediocre, no ganó. Carter perdió, aunque pocos daban un cacahuate por el futuro de una administración encabezada por un actor.

 

Pero ¡oh sorpresa! Reagan le dio 8 años de estabilidad política y financiera a EU, se arregló con una ya inviable Unión Soviética, acabó la guerra fría, se cayó el muro de Berlín, y con él la cortina de hierro, emergiendo un nuevo orden mundial, con clara hegemonía estadunidense, superando en mucho los logros que esperaban quienes habían votado por él, o más bien, contra Carter. El famoso voto útil se sacó la lotería.

 

En México, en el año 2000, y bajo el grito de “Voy a sacar al PRI de Los Pinos”, Vicente Fox, gran candidato del PAN, acabó con 70 años del PRI en el poder y sembró la esperanza en toda una nación. Quién iba a pensar que al asumir la presidencia se convertiría en un líder débil, timorato, indeciso y, para muchos, dominado por su pareja, Martha Sahagún, cuya resaca seguimos tolerando con los Bribiesca, hijos del primer matrimonio de la señora.

 

Recordando estos y muchos otros casos similares en diversas naciones en el mundo, es claro que la parte más débil de una democracia es su sistema electoral. Es obvio que un altísimo porcentaje de los votantes no tiene manera de obtener la información básica y necesaria acerca de los aspirantes como para emitir un voto razonado.

 

Las campañas no son más que ejercicios de convencimiento a priori sobre las bondades de los candidatos para obtener la mayoría en una elección. Pero si somos honestos, muy pocos, tal vez nadie, ni el candidato mismo, saben cómo va a enfrentar los complejísimos problemas de administrar un país.

 

No es posible saber si López Obrador hubiera sido mejor o peor presidente que Calderón. Para AMLO, estaba a la vuelta de la esquina un desastre económico que fácilmente hubiera hundido al país en una inflación de 3 dígitos. O no. Quien sabe. Sí sabemos que Calderón, si bien mantuvo estable la macroeconomía, falló trágicamente en seguridad, en el combate a la pobreza y a la corrupción, y que como Carter, entregará el poder a otra fuerza política. El tercer lugar para Josefina Vázquez Mota es ya una realidad. Sólo falta saber de que tamaño será el desmoronamiento de Acción Nacional.

 

¿Peña Nieto? ¿AMLO? ¿Quién sería mejor presidente? La asistencia a las urnas el 1 de julio será como entrar a un casino. La apuesta está por uno u otro, con la firme posibilidad de ganar perdiendo. La ruleta gira. Estamos en manos de la suerte. Ojalá el ganador sea México. Pero elegir a uno u otro no es garantía. No hay garantías en este juego de la democracia.

Y así.

 

@jorgeberry