Hasta hace unos días parecía un completo despropósito el estreno de un documental sobre Molotov, el famoso grupo de rock mexicano que hace 20 años pusiera en jaque a los medios (la radio principalmente) quienes, escandalizados por sus letras, censuraban sus canciones o de plano ni las programaban.

 

Lo cierto es que en este caso, Molotov no es más que el pretexto que utiliza el director Olallo Rubio para lanzar, a través de su cinta, una crítica contra el PRI y Televisa. El estreno de este documental no pudo darse en mejor momento y es que (coincidencia o no) el film recoge las mismas demandas e inquietudes expresadas por los recientes movimientos estudiantiles en la ahora llamada Primavera mexicana. El éxito en taquilla está, por ende, prácticamente asegurado.

 

Dejando atrás sus anteriores experimentos narrativos (la deficiente aunque interesante Y tu, ¿cuánto cuestas? y la muy fallida This is Not a Movie), Rubio se decide por una estructura en extremo convencional basada únicamente en entrevistas. Así, en la primera mitad de su cinta, el director hace un personalísimo diagnóstico del presidencialismo mexicano donde, dice Rubio, todos los presidentes emanados del PRI son una versión “disfrazada” del dictador Porfirio Díaz; todos los panistas son en realidad priistas y -cosa rara- el rasero no alcanza para el PRD (ni para López Obrador), partido del cual hace mínimos comentarios y ninguna crítica.

 

Para la segunda mitad del film, el director -al fin- comienza a hablar de lo que nos convoca, es decir, el rock. Luego de una rápida revisión sobre la historia de este género en México (Avándaro, los cafés cantantes, los hoyos funky), finalmente los integrantes de Molotov salen a escena para contar su historia a la par que varios personajes clave de los medios en los años noventa explican la importancia y el contexto de esta gran banda.

 

Datos como a quién está dedicada su canción más famosa (Puto), a razón de qué fue compuesto el tema Frijolero, o el proverbial aguante de los miembros de la banda para tomar cervezas, son abordados en esta que es la mejor (y más lograda) parte de todo el documental.

 

Con momentos realmente disfrutables (la entrevista a Luis de Llano que, aunque editada, resulta hilarante); la cinta no deja de ser una genial impostura, no sólo por lo maniqueo de sus aseveraciones que rayan en lo panfletario (Salinas fue un ladrón, Zedillo un genocida), sino por las contradicciones propias de un director que aquí tunde a Televisa, pero que en el pasado no dudó en recurrir a ellos para distribuir su anterior cinta (This is not a Movie); así como tampoco duda en replicar las mismas prácticas de censura priista que él mismo condena: su departamento de relaciones públicas concede entrevistas sólo a periodistas afines (a quien esto escribe le fue negada la posibilidad sin mayor explicación que un contundente no). Al parecer sólo la prensa acrítica tiene acceso a Olallo Rubio.

 

Más efectivo como documental sobre música que como crítica al sistema, Gimme the Power es indudablemente la mejor de las tres cintas que hasta el momento ha dirigido Olallo Rubio. Queda en el espectador la tarea de analizarla con el mismo ojo crítico que su director presume tener.

 

 

Gimme the Power (Dir. Olallo Rubio, 2012)

2 de 5 estrellas.

Dirección y guión: Olallo Rubio. Producción: José Nacif y Olallo Rubio.