A finales de 1986, el rector de la UNAM, Jorge Carpizo, presentó ante el Consejo Universitario un documento de 30 cuartillas titulado “Fortaleza y debilidad de la Universidad Nacional”. El texto enlistaba los problemas que enfrentaba la UNAM en aquella época: bajo rendimiento académico, ausentismo de catedráticos, contrataciones en base a cuotas, baja productividad del personal administrativo, entre muchas otras cosas. El rector invitó a la comunidad universitaria a participar y emitir opiniones en este proceso que él llamaba “de cambio”. Sin embargo, los métodos de consulta no eran incluyentes y la simulación de un proceso deliberativo sólo excluyó las opiniones de muchos catedráticos y estudiantes.

 

Después de varios desencuentros, el movimiento compuesto en su mayoría por estudiantes toma las instalaciones de la UNAM y entra una segunda fase de negociación, la cual es apoyada por marchas masivas a lo largo de la avenida de Insurgentes Sur en la Ciudad de México. El movimiento liderado por Carlos Ímaz, Imanol Ordorika y Antonio Santos obtiene logros importantes a pesar de que varios de sus puntos son rechazados por las autoridades. Pero aprehenden a negociar y obtienen respeto de las autoridades, ya que reconocen su capacidad de llegar a compromisos y a contener las voces radicales dentro del movimiento. Esto los fortaleció y genero varios liderazgos que ahora están en la vida política como son Martí Batres e Inti Muñoz, por nombrar algunos.

 

A principios de 1999, el Congreso Universitario de la UNAM proponía una homologación de las cuotas con relación a otras universidades públicas del país. El rector de la UNAM, Francisco Barnés, no supo comunicar la propuesta, ignoró voces de varios académicos y sobreestimó la reacción de los jóvenes, así como la probabilidad de que esta medida se politizara, dada la cercanía de las elecciones federales. En menos de dos meses y ante la tardía capacidad de reacción del rector, la totalidad de las escuelas y facultades estaban en huelga y se había creado el Consejo General de Huelga.

 

La falta de capacidad de negociación del rector Barnés y la radicalización de los miembros del CGH aisló a ambos bandos cada vez más. El rector Barnés perdía apoyo político dada su ineficacia y el CGH tornaba sus manifestaciones cada vez más violentas, tomando como ejemplo las expresiones de los “globalifóbicos” en las cumbres de negocios o comercio internacional como en Seattle y Davos.

 

El rector renuncio y fue sustituido por el doctor Juan Ramón de la Fuente, al cual se le fueron sumando voces de intelectuales como Homero Aridjis, Alí Chumacero, José Ramón Enríquez, Carlos Fuentes, Cristina Pacheco, Elena Poniatowska, Carlos Monsiváis, Ignacio Solares, Joaquín Ramón Xirau, de empresarios, los medios de comunicación, pero sobre todo de estudiantes que querían regresar a clases. El doctor de la Fuente llamo a un plebiscito, realizó foros y trató de sostener encuentros con el Consejo General de Huelga que cada vez se radicalizaba más, inclusive llegando a marchar por el Periférico. Ante esto, varios estudiantes dejaron de apoyar la huelga y poco a poco las escuelas y facultades eran regresadas a la UNAM.

 

En febrero del 2000, la PFP entró a la UNAM y recuperó las pocas instalaciones que todavía estaban en manos del CGH. Hoy en día nadie se acuerda de los líderes de este movimiento pero sí del doctor Juan Ramón de la Fuente, que dio un gran impulso a la UNAM.

 

Hasta hoy no hay indicios que los estudiantes se organicen como lo hizo la APPO, en 2006, a pesar que son de varias Universidades. Tampoco se vislumbra por el momento adhesiones formales de otros grupos. Su única coincidencia es el calendario de las elecciones presidenciales y una lenta reacción del Gobierno Federal.

 

Hoy, el movimiento que se está dando en las universidades de México puede terminar en cualquiera de estos dos escenarios. Todo depende de su capacidad de negociación y su habilidad para mantener una cohesión en su grupo. Hoy piden que el próximo debate sea en cadena nacional y que se termine el “duopolio” de las televisoras. La primera tiene poca probabilidad y la segunda no la define el gobierno, sino el tamaño del mercado de publicidad que es de los más chicos de America Latina. En el caso de que entrara otro jugador a la televisión, este acabaría sumándose o absorbiendo a alguno de los consorcios ya existentes, así ha sucedido en la historia de la TV mexicana.

 

¿Qué harán los líderes del 132? ¿Tomarán instalaciones, realizarán un campamento afuera de SEGOB, Televisa, TV Azteca? ¿Serán un instrumento para un conflicto post electoral? ¿Desconocerán los resultados anunciados por el IFE? ¿Qué pueden dar a cambio, para exigir sus demandas? Las definiciones que tomen en estos meses definirán si surgen nuevos liderazgos políticos o terminan siendo una anécdota como el Mosh.

 

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