La melancolía brota de la voz catalana de Joan Manuel Serrat. Retrata una época. Describe una Barcelona. Sus rutina, sus momentos, su cine, su tranvía, su futbol. Es el Barça que ha ganado cinco copas en la temporada 1951-1952: Temps era temps… Que d’hora i malamentho vam saber tot: qui eren els reis, d’on vénen els nens i què menja el llop (Érase una vez… Que temprano y malamente lo supimos todo: quiénes eran los Reyes, de dónde vienen los niños y qué come el lobo).

 

A falta de suficientes imágenes, la delantera de aquel cuadro blaugrana se hizo inmortal a través del estribillo de Serrat, para siempre entonada y recordada en el orden que él escribió: Basora, César, Kubala, Moreno y Manchón.

 

La quinta corona había sido posible tras ganar cinco certámenes que comparados con la exigencia actual podrían sonar a menos, aunque en ese instante previo a la Copa de Campeones no tenían parangón: Liga, Copa, Copa Latina (enfrentaba a los campeones de España, Portugal, Italia y Francia; se obtenía tras dos juegos disputados), Copa Eva Duarte (equivalente a la actual Súpercopa) y Copa Martini Roso (partido que algunos mencionan como precursor de la Súpercopa europea, pero era un simple trofeo patrocinado). A esas glorias debe añadirse haber sido equipo más goleador y menos goleado en la liga española.

 

El Barça de las cinco copas representó por mucho tiempo la gloria que inspiraba a todo aficionado al club blaugrana. De las gestas de Kubala y compañía llegó el dinero para que pudiera construirse el colosal Camp Nou. Portarían ese uniforme al paso del tiempo (y con más o menos éxito) figuras como Cruyff y Neskens, Maradona y Schuster, Lineker y Archibald.

 

Llegaría la primera Copa de Campeones a principios de los noventa. Se forjaría el dreamteam dirigido por Cruyff, cuatro ligas consecutivas, futbol de altísima calidad con Guardiola como eje en la cancha, más el indomable Stoitchkov, el cerebral Laudrup, el cañón de Koeman, el virtuoso Romario.

 

Tan espléndido plantel pero a menudo se regresaría al canto gutural de Serrat, a esa melodía que mezcla las dudas existenciales catalanas con la mágica delantera de los cincuenta: ¿Qué podía esperarse de nosotros? Si aún no sabemos, señora, qué es lo que seremos cuando seamos mayores, los hijos de un tiempo, los hijos de un país huérfano”.

 

Hace escasos seis años, hubo otro glorioso Barcelona tan pronto completamente opacado por el de Pep. Frank Riijkaard era su director técnico y en él se podía disfrutar del mejor Ronaldinho, del más contundente Eto´o, del eficiente Deco, del mismo Puyol, de Xavi en un rol menos estelar, de Iniesta en versión no tan lograda, del emergente y adolescente Messi, de Rafa Márquez, y Larsson, y Gio, y Zambrotta.

 

Sucede que este Barça ha sido tan total en aclamación y triunfo, que tiende a convertirse en el nuevo referente para todo lo que suceda a partir de ahora. Se mirará al pasado con nostalgia de los tiempos, pero con la certeza de que nunca nada como con Pep de entrenador.

 

Pesará a Guardiola, que a dónde vaya y lo qué haga, será comparado con lo que ahí fue, con lo que ahí alcanzó. Su Barça de los catorce títulos será la cruel medida para toda empresa. Tan consumado colectivo de genios, será lo esperable e injustamente exigible en dónde dirija y sin importar a quién dirija.

 

Lo mismo con el Barça post-Guardiola que queda en manos de su hermano adoptivo, Tito Vilanova. Personaje que debe saber mucho de futbol (y más de sobrevivencia y aferrarse a la vida tras vencer al cáncer) pero que carece de la personalidad de Pep. Heredará Tito, además de severos puntos de comparación, un plantel que lo ha ganado todo en poquísimo tiempo. Inmensos jugadores que se conocen mejor que a sus respectivas familias, futbolistas que querrán reivindicarse tras haber perdido la última liga con el Madrid y la Champions con el Chelsea, pero a los que necesitará saber guiar y motivar, devolver el apetito de triunfo.

 

Guardiola es diferente al común de los directores técnicos sobre todo porque es él quien decide irse, es él quien prefiere no envejecer sentado en ese banquillo. Ferguson mandará en el Manchester United mientras la salud se lo permita y difícilmente mencionará que se ha quedado sin energía, que necesita rellenarse, que está vacío.

 

Pep se siente así y es fácilmente entendible la razón: temporadas de 70 partidos, a más brillante el año cerrado más exigencia en el que viene, ser líder en el vestuario que ha reunido a más titulares de un campeón del mundo más el mejor del mundo, decidir quién de los valores emergentes ha de jugar y quién de los consolidados ha de descansar, lidiar con cotilleos de prensa, rumores, declaraciones, egos que también son futbol.

 

Arrigo Sacchi, aún llevando a Italia al subcampeonato mundial, vivió perseguido por su Milán. Mario Lobo Zagallo, aunque jamás volvió a dirigir a Pelé, fue eterna presa del Brasil de 1970. Rinus Michels, incluso ganando la Eurocopa 88, nunca dejó de ser medido por Naranja Mecánica original en los setenta.

 

Y muchos grandes escritores fueron eterna sombra de esa primera gran novela, y muchos pintores no hallaron jamás cómo igualar ese primer cuadro, porque hay éxitos que lo marcan todo, para siempre, para bien y para mal. Porque los éxitos son, además, descendientes en doloroso parto de sus circunstancias. Porque las circunstancias por definición nunca vuelven a ser las mismas.

 

El equipo más exitoso de la historia inicia hoy nuevo ciclo. Se va Guardiola. Temps era temps. Érase una vez.

 

@albertolati

 

 

Las opiniones expresadas por los columnistas son independientes y no reflejan necesariamente el punto de vista de 24 HORAS.