Que nadie adelante festejos. Que nadie anticipe derrotas. Que nadie se atreva a plantear conclusiones antes de tiempo. Tiempo: dejémoslo que sea, no invadamos sus sagrados dominios, no usurpemos el territorio que sólo sus implacables manecillas controlan. Y si un silbatazo se escucha, cerciorémonos de que se trata del pitido final y no cualquier otra cosa, porque antes de eso la pelota rueda, y si rueda le da por meterse en alguna de las porterías, y si se mete redefine historias, tradiciones, creencias, traumas dignos de diván: “lo último que recuerdo doctor es que ya era el minuto 93 y entonces todo se hace espeso, hay gritos pero en un idioma que no entiendo, soy niño, está lloviendo y tengo fiebre, me llega el balón pero no logro patearlo, es invisible y… No me haga recordar más doctor, duele… Ya le dije que al minuto 93…”.

 

El City pierde 2-1 y el cronómetro acelera hacia el final. ¿Miedo a las alturas? Aparentemente. Increíble que un equipo hasta entonces invicto en casa esté cayendo contra un cuadro con problemas de descenso y, además, condenado por una tonta expulsión a jugar con diez hombres. Increíble, sobre todo, porque el Manchester City ha esperado esta jornada desde 44 años atrás, cuando conquistó el campeonato de liga por última vez.

 

Los elementos del United ya han ganado su partido en Sunderland y esperan noticias. Cuatro minutos y empezar a brincar por un título que veían imposible desde que perdieron a manos de sus vecinos quince días antes. Cuatro minutos y entonces un gol del City. Es el 2-2 que sigue bastando para que el United sea campeón. Locura recatada en Etihad, el estadio del City, ojos dirigidos al reloj. ¿Cuánto falta? ¿Aún es posible? Sacar el balón rápido de las redes y correr al medio campo, no dejar que el boxeador rival respire, huya de la esquina. Todavía saludan los jugadores del United a los del Sunderland, intercambian camisetas, suplican noticias de silbatazo final en ese otro frente. ¿Ya acabó? ¿Cuánto más? Las pulsaciones aumentan. No quieren imaginarse lo que pasa en esa olla express en que ha convertido la casa del City en su propia Manchester, pero al otro lado de sus confines.

 

 

Y es al 93 y medio. Kun Agüero clava el balón en la portería rival. Es el 3-2. Lágrimas, griterío, abrazos, incredulidad, delirio. En Sunderland, Sir Alex Ferguson indica a sus jugadores que se metan al vestuario, actitud de heroico general que no permitirá que se vea sufrir a sus tropas. Dignidad en la derrota.

 

El City es campeón. Como trece años atrás, los últimos segundos, la prórroga, ese tiempo que pertenece al árbitro y sólo él define si se extiende o encoge, han vuelto a decidirlo todo en Manchester.

 

En la temporada 1998-99 el United perdía 1-0 ante Bayern Munich en la final de la Champions League. Fue en compensación cuando dos goles voltearon el marcador e hicieron al United rey de Europa. Tres días después, el City era vencido 2-0 en un partido menos glamouroso y mediático: el definitivo por el ascenso de tercera a segunda división. También en esos segundos adicionales que concede el silbante, el City anotó dos y propició la definición en penales, a través de la cual subió de categoría.

 

Son los últimos segundos en Manchester. Son esos últimos suspiros a los que nadie tiene autoridad para adelantarse. Últimos instantes que han definido esta vez que sea el City y no el United el campeón.

@albertolati

 

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