Hay sitios inevitablemente atados a cierta idea o episodio: Aushwitz es genocidio, Gernika implica destrucción, Maracaná o Wembley siempre sonarán a futbol… Y Chernobyl a desastre nuclear.

 

Cuando la potencia aumentaba en el reactor 4 de la central ucraniana y la peor de las tragedias se temía (y ocultaba), la selección de la Unión Soviética se preparaba para la Copa del Mundo de México 86.

 

Era un equipo que representaba a quince repúblicas, pero que tenía once jugadores provenientes del Dynamo de Kiev ucraniano. Su director técnico, Valery Lobanowsky, había creado un concepto denominado futbol comunista. Según explicaba, el equipo tenía que comportarse como comuna, utilizando “velocidad colectiva”, respetando patrones científicos: “para atacar, es necesario el balón, para tener el balón hay que recuperarlo y eso es más fácil si ayudan once que si ayudan cinco”.

 

Al margen de la doctrina que permeaba a su futbol, Lobanovsky fue muy exitoso y bajo ese concepto se estaba criando el futuro mejor futbolista europeo-oriental de la historia (con el perdón del portero ruso Lev Yashin).

 

Cuando se dio el desastre de Chernobyl, Andriy Shevchenko tenía nueve años y ya había sido ojeado por Lobanovsky: sería pronto el jugador más joven y prometedor en la academia del Dynamo.

 

Entonces llegó el 26 de abril de 1986 y el caos nuclear todo lo pospuso. Los niños del pueblo ucraniano de Dvirkivshchyna, incluido Shevchenko, fueron evacuados al mar Azov sin mucha explicación. Sheva recuerda: “en ese momento no nos afectó demasiado. Claro que para mucha gente tuvo terribles consecuencias, pero la tragedia y sus posibles efectos posteriores fueron más hablados en occidente. Nos era escondido todo en el refugio”.

 

Tiempo después, Andriy crecería a los niveles intuidos y más. Bajo la dirección técnica de un ya anciano Lobanovsky, acercaría al Dynamo a una final de Champions League. Poco después, se convertiría en fichaje millonario del Milán, y en costoso capricho del oligarca postsoviético Roman Abramovich que lo llevó al Chelsea, y en pareja de una topmodel, y en anunciante de cuanto producto pudiera representar al Das Kapital tan temido por el futbol comunista de su maestro Lobanovsky. Ese personaje que lo había obligado a dejar el cigarro cuando niño y lo había formado en las instalaciones de Kontcha Zaspa (complejo que albergaba a 500 aspirantes a futbolistas) con explicaciones de futbol siempre mezcladas con nociones de lucha de clases.

 

Al margen de ideologías (que de hecho, siempre al margen debieron estar), en cuanto Shevchenko ganó la Liga de Campeones con el Milán, llevó su medalla a la tumba de Lov.

 

Dicen que sólo entonces el genio del balón se reconcilió con tan compleja infancia. Dicen que sólo entonces entendió lo que había implicado ser, entre muchísimos niños más, un refugiado de Chernobyl.

 

@albertolati

 

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