¿Qué es primero, la politización del medio deportivo o la manipulación política a través del deporte?

 

Precisamente porque cámaras de todo el mundo cubren el Gran Premio de Fórmula 1 en Manama, capital de Bahréin, los activistas aprovechan la ocasión para gritar a cada rincón del planeta sus inconformidades: si los derechos humanos violados, si la urgencia de democracia, si el encarcelamiento de Abdulhadi al-Khawaja (en huelga de hambre), si la represión padecida, si la discriminación a la mayoría chiita. Todo se traduce en el slogan más repetido el jueves en sus manifestaciones: Our demand: Freedom not Formula (“Nuestra exigencia: libertad, no Fórmula”).

 

Pero antes de que eso sucediera, el gobierno bahreiní quiso usar la carrera de F-1 para simular que en su archipiélago hay algo que pocos creen hoy: tranquilidad, estabilidad, armonía.

 

Bernie Ecclestone, máximo jerarca de esta competencia, pospuso todo lo que pudo la decisión hasta que finalmente concedió: a diferencia de lo acontecido un año atrás, esta vez Bahréin si tiene etapa en el serial más importante del deporte motor. ¿Quién ganó? El gobierno local y los sectores más privilegiados renuentes a cambios, ávidos de desfilar alegres ante una audiencia televisiva de más de 150 millones de personas en 187 países. ¿Quién perdió? Las multitudes que pensaron que la Primavera Árabe (o a lo que en vano así se llamó) modificaría circunstancias para ellos urgentes… A menos que del glamour de la F-1 (hoy convertido en caos político-religioso) salgan fortalecidos ante el mundo.

 

Llegado el lunes, cámaras y reflectores se habrán ido, dando sitio a una nueva fase: el gobierno quizá satisfecho de haber sorteado la tormenta, los manifestantes quizá decepcionados por no conseguir que su clamor y dolor rebotaran vía satélite. Por ello, de aquí al lunes, todo es tensión. Por ello, podemos pensar que Ecclestone, bajo la premisa the show must go on (el show debe continuar), no midió el impacto de esta decisión (¿o sí?). Por ello, los pilotos han viajado intranquilos. Y, por ello, analistas políticos adjudican esa bandera a cuadros a los jeques sunitas: verdaderos triunfadores del GP, veloces sin necesidad de monoplaza para imponerse en la jornada más mediática en el calendario bahreiní.

 

En defensa del evento se encuentra el príncipe Nasser bin Hamad al-Khalifa, acusado de haber hecho una purga en el deporte de Bahréin a fin de suspender o encarcelar a todo disidente. Tal listado se compone de 150 nombres entre atletas, entrenadores y directivos. De principal resonancia fue el caso de los hermanos A’ala y Mohammed Hubail, dos futbolistas en prisión por haber participado en manifestaciones durante el 2011, desafilados de la liga local y juzgados de forma secreta. Se dice que inclusive han sido torturados con brutal énfasis en su principal herramienta laboral, los pies.

 

Nasser alterna su posición como príncipe del archipiélago real, con la presidencia del Comité Olímpico local y de la Federación Bahreiní de Ecuestres, por lo que estará en Londres 2012 (a diferencia de la prohibición lanzada por las autoridades británicas a todo representante del gobierno sirio).

 

Y retomamos pregunta, ¿qué es primero, la politización del medio deportivo o la manipulación política a través del deporte? Mientras respondemos, corren imágenes con el slogan uniF1ed Bahréin: romántico llamado a que la Fórmula 1 logre unir lo que la represión ha separado.

 

@albertolati

 

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