Los milagros son maravillosos pero, por naturaleza, excepcionales y poco habituales… Y a ellos no puede atenerse el futbol.

 

Imágenes cuya frecuencia empieza a ser alarmante e inentendible: un mes atrás Fabrice Muamba, reanimado tras pasar más de una hora clínicamente muerto; en otro momento Marc-Vivien Foe, Miklos Feher, Antonio Puerta, con fatal desenlace a medio partido; o los casos de Toño de Nigris y Dani Jarque, quienes en ese trágico instante no se encontraban jugando pero sí en ritmo de máxima competencia.

 

Hoy el futbol vuelve a estar de luto por la muerte de un futbolista en pleno cotejo. Piermario Morosini, del club Livorno de la Serie B italiana, se desvaneció a mitad de partido. A diferencia de Muamba, inmóvil desde un principio, Morosini hizo dos intentos por levantarse y reintegrarse a la acción, aunque al final su vida terminó en el estadio. Esta vez no hubo milagro.

 

El futbol debe formular una pregunta obvia y explorar detenidamente su contestación: ¿hay algo que pueda hacerse para evitar fallecimientos fulminantes durante la práctica deportiva o en quienes efectúan deporte de alto rendimiento? Y la respuesta tiene que ser sí, aunque también somos conscientes de cuánto se han elevado las precauciones y cómo siguen siendo insuficientes.

 

No mucho tiempo atrás, la palabra desfibrilador era desconocida para el común de las personas no vinculadas a áreas médicas. Hoy existe uno de estos artefactos en cada estadio y puede ser la diferencia entre vida y muerte. Tampoco han pasado demasiados años desde que los electrocardiogramas eran relativamente ajenos a los campamentos futbolísticos, muy distinto a la circunstancia actual.

 

Sin embargo, queda muchísimo por hacer y descubrir. Urgentes métodos de prevención qué aplicar y no sólo a escala profesional, pues es en contextos amateurs donde tememos todavía más. Se aplauden los esfuerzos, pero nadie puede decir que han bastado.

 

Según establece la fundación británica C.R.Y. (Riesgo Cardiaco en Jóvenes), el 80 por ciento de los casos de muertes por infarto en menores de 35 años, no mostraron previamente síntomas y sólo hubieran podido ser salvados a través de monitoreo cardiaco. Más aún, hasta 12 jóvenes fallecen semanalmente sólo en la Gran Bretaña de una condición cardiaca no diagnosticada. El futbol, disputado en su mayoría por menores de 35 años, refleja esa realidad, salvo por el hecho de que en este deporte sí existe monitoreo permanente (hasta semanalmente en algunos clubes europeos).

 

Gracias a los análisis preventivos se han salvado futbolistas como Nwankwo Kanu o Antonio Cassano. Pese a ellos, siguen falleciendo futbolistas y algo más tiene que hacerse.

 

Un auténtico milagro salvó a Muamba. De milagros no se puede depender.

@albertolati

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