Multitudes saltan abrazadas. Ondean banderas rebeldes. Se escucha de fondo una contagiosa percusión. Algunos jóvenes mueven arriba manos en círculos, tal como se hace en cualquier barra futbolera de Sudamérica.

 

 

Frente a ellos se encuentra un joven de 21 años que hoy hubiera tenido que estar jugándose la calificación a Londres 2012 con la selección sub-23 de Siria, pero el momento de su país lo hizo modificar camino.

 

 

Ya Wattana ya Ghali! , ¡Nuestra amada patria!, es el estribillo en la poderosa voz de Abdul Basit Saroot, portero reconvertido en cantante de la revolución en la bombardeada y desangrada ciudad de Homs.

 

 

Sigue la valiente canción dedicada al tirano Bashar al-Assad: “Vete, es el grito del valiente. Un grito de la ciudad con los beduinos. Un grito de todas las religiones. El grito de Siria y la tierra que la cubre. Que se vayan él y sus perros. Y la destrucción que han traído”.

 

 

Saroot asegura que si continúa con vida al terminar la revolución, volverá al futbol, pero no antes. Ha sobrevivido a varios atentados, cambia de escondite permanentemente, utiliza redes sociales para subir canciones, discursos, proclamas y convertirse a tan temprana edad en héroe de Homs.

 

 

Explica al canal Al-Jazeera con actitud acorde al nombre de su equipo, al-Karama, traducible como dignidad: “vale la pena, soy libre. He viajado por todo el mundo para jugar futbol pero la libertad no es sólo sobre mi carrera o sobre viajar. ¿Qué con todos los demás? Libertad es una palabra grande, es sobre libertad de expresión y libertad de opinión. Si ves que algo malo se ha hecho, libertad es poder hablar al respecto”. Continúa la entrevista, con discurso articulado y mirada severa: “es una gran responsabilidad incrementar la moral de la gente y siempre tratamos ser optimistas de cara al futuro, entra más optimistas nos mantengamos, más avanza la revolución”.

 

 

La transición de Saroot de portero a cantante revolucionario empezó cuando su hermano, como miles de sirios en el último año, fue asesinado. Comenzó como guardameta titular el proceso preolímpico en la selección sub-23 pero dejó de asistir a las convocatorias al adquirir notoriedad su activismo. Incluso hay una jugosa recompensa para quien lo entregue a las fuerzas de al-Assad.

 

 

FUTBOL FÁCIL DE ENTENDER

En el balompié libanés, a un costado de Siria, cada club representa una religión o secta: el equipo de los maronitas es el Sagesse, el de los cristianos ortodoxos el Racing Beirut, el de los chiitas el Nejmeh, el financiado por Hezbolá es al-Ahed, los seguidores del asesinado primer ministro Rafik Hariri –sunitas- con al-Ansar, los drusos apoyan al Safa Sporting.

 

 

Pese a lo que se pueda deducir del activismo de Saroot, el caso sirio es completamente distinto al libanés y no resulta necesario leer diez libros de historia para comprender las rivalidades deportivas. La situación siempre fue más bien controlable y poco problemática para las autoridades.

 

 

Tal como en todo país del viejo bloque comunista de Europa, en Siria se daba apoyo económico y arbitral al equipo de las fuerzas armadas. El club al-Jaish podía quedarse con los mejores futbolistas de forma gratuita. Bastaba con que durante su servicio militar fuera detectado un talento para que de inmediato incorporara al Jaish, que entrena en una cancha franqueada por soldados y por una estatua de Hafez al-Assad (ex presidente sirio y padre del actual mandatario).

 

 

De hecho, algún director técnico del equipo llegó a admitir sin pena que las alineaciones las ponía un coronel: en un país militarizado, la estructura marcial del principal equipo es metáfora perfecta. Como presidente, un general; como director técnico, un coronel; como futbolistas, soldados que han de ganarse mayor rango con goles.

 

 

Por ello cuando el Jaish ganó la Copa Asiática en el 2004, el invitado principal a las celebraciones fue Bashar al-Assad, rodeado por militares que brincaban y abrazaban a los futbolistas.

 

 

Es verdad que los estadios fueron foco de protesta en años en los que toda disidencia estaba prohibida en Siria, pero nunca al nivel de lo que llegó a verse, por ejemplo, en la Libia de Ghaddafi. Simplemente, los aficionados estaban hartos de ver al sistema ayudar tan descaradamente al club al-Jaish.

 

 

DESDE LA PRIMAVERA ÁRABE

Como todo aspecto de la vida en este país, el futbol sirio ha cambiado durante los últimos meses y el portero-cantante de la revolución no es el único caso. El guardameta de la selección mayor, Mosab Balhous, fue arrestado meses atrás bajo la acusación de entregar armas a los rebeldes. Poco se conoce de su detención, pero es un futbolista tan relevante para Siria, que fue titular durante la eliminatoria rumbo a Sudáfrica 2010.

 

 

El colmo del absurdo llegó días atrás, cuando la televisión estatal siria, al-Dunya, acusó a los futbolistas del Barcelona de enviar mensajes a los disidentes para introducir artillería en su territorio. Puedo imaginar a Messi, Iniesta y Xavi coordinándose con las fuerzas contrarias a Assad a fin de distribuir cual balón de futbol por la cancha, cada uno de los cargamentos por sus fronteras. En el fondo radica la paranoia siria a Qatar, actual patrocinador del cuadro catalán con Qatar Foundation, pero es obvio que dieron nuevas perspectivas al concepto de lo ridículo.

 

 

Mientras su televisora se ocupa de relacionar una diagonal de Cesc Fábregas con la llegada de municiones por el mediterráneo, en las gradas de un partido de la sub-23 siria aparecían aficionados abrazados a una fotografía de al-Assad.

 

Es el mismo estadio en el que tendría que haber estado parado bajo la portería Saroot: un joven de 21 años que se ha quitado los guantes de portero, que ha renunciado a la posibilidad de acudir a Londres 2012, que arriesga su vida por una Siria con derechos humanos, que explica con fe en su nueva misión: “fama no es defender una portería, sino defender los derechos de la gente. Eso sería una genuina fama”.

 

@albertolati

Las opiniones expresadas por los columnistas son independientes y no reflejan necesariamente el punto de vista de 24 HORAS.