Al margen de las polémicas y críticas que puedan generarse en contra del documental “Koni 2012” (si maneja medias verdades, si la fundación que lo produce tiene puntos censurables, si existen intereses más complejos), la realidad es que algo debe apreciarse: que uno de los temas más vergonzosos que azotan al mundo, como lo es el de los niños soldados, se ha instalado en el centro del debate.

 

Seis años atrás en Múnich pude acercarme a una fundación que utiliza el futbol para sacar a niños de las milicias que logran extorsionarlos, adoctrinarlos, manipularlos, a fin de que combatan en algún frente.

 

¿Por qué a través del futbol? Según el propio director de la ONG: “porque el futbol es un gran método para dejar atrás esa experiencia traumática. Es una gran manera para enseñar a los niños disciplina, solidaridad, que vuelvan a confiar en otras personas… También dejar la agresividad”.

 

Fue así como pude entrevistar a Samuel, joven angoleño de 17 años y quien había formado parte de un grupo paramilitar de los 12 a los 15 años. La contagiosa sonrisa y el cantado hablar de portugués contrastaban con sus ojos bordeados por poderosas ojeras que, por mucho que lo intentáramos, nunca seríamos capaces de entender cuánto sufrimiento y dolor habían visto.

 

Una vez que Samuel admitió con voz baja, “ya participé en la guerra y ya vi lo que es…”, nos alejamos inevitablemente del tema bélico. Relató a qué futbolistas admiraba, su emoción de que Angola hubiera calificado a su primer Mundial, en qué posición prefería jugar… Hasta que volvió al incómodo tópico y a partir de ese momento escuchamos suficientes razones para desconfiar a perpetuidad de la especie humana.

 

-¿Cómo te obligan y cómo te meten en ese mundo de odio?

-Tú estás en la calle con los amigos y vienen y te meten en la cabeza que la guerra es lo mejor del mundo, que tienes que combatir contra ellos porque mataron a tus padres, tus hermanos, buscan historias para que les creas y entres a la guerra.

 

-Pero, ¿cómo te convencen?

-A ellos no les importa quién eres. Sólo les importa ver si ya tienes cuerpo suficiente para cargar un arma. Como yo crecí antes que otros muchachos, me llevaron. No preguntan, basta que vean que tienes un cuerpo y entonces te meten a trabajar, basta ser mayor de 12, 13, 14 años y a trabajar como militar. Fue difícil, porque yo no tenía padre, madre, hermanos… Debía hacer lo que ellos obligaban, cargar armas, ir a la guerra. Quienes hacen la guerra no son los más pequeños, son los más viejos, pero pagan los más nuevos.

 

-¿Estabas con los comunistas, con los capitalistas, con algún grupo paramilitar?

-No sé. (Silencio y ojos clavados en el horizonte, como si jamás hubiera pensado eso). Nunca entendí para quién peleaba.

 

-¿Qué aprendiste con el futbol?

-Aprendí a vivir en compañía, a tener amigos, a compartir, no ser ambicioso. Aprendí mucho con el futbol. El futbol no es sólo para ganar dinero, también es una forma de alegría, de mostrar que tienes vida porque el futbol es vida, el futbol es alegría. El futbol es lo contrario de la guerra: futbol es compartir, jugar, ser niño. La guerra es envidia, maldad.

 

Samuel era especialmente vulnerable porque su completa aldea había desaparecido y no tenía a nadie al haber muerto toda su familia.

 

¿Cómo hacer entender a un adolescente educado para matar, que es posible confiar en otra persona? A través de los valores de un equipo deportivo.

 

¿Cómo eliminar de su cabeza los estigmas de codicia? Con el mero compartir de balón y jugadas ofensivas.

 

¿Cómo abrir su mente a más mundo que el de las balas y minas anti-personas? Con el uso de la única pasión y diversión que permite a un niño-soldado volver a ser niño: el futbol.

 

@albertolati

 

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